Incluso una semana después de aquel fiasco, no me atrevía a volver a llamarte.
Me había pasado el fin de semana y la siguiente semana comiéndome la cabeza sin parar y, aunque a veces aún había una vocecilla discordante que me decía que no lo hiciera, que acabaría arrepintiéndome durante el resto de mi vida de lo que iba a hacer, cada vez era capaz de silenciarla e ignorarla con mayor facilidad. ¿Y qué si me quedaba solo? ¿Y qué si aquella era mi única oportunidad de tener la familia que deseaba? No podía seguir como estaba. No podía pasarme la vida con una persona que no quería; no podía pasarme día tras día rehuyendo sus atenciones o forzándome a devolverle los picos con el estómago encogido y revuelto, como si alguien me hubiera invitado a comer un plato de asquerosos caracoles y solo me comiera uno, con una mueca y los ojos apretados, por cumplir y no hacer el feo.
No era justo ni para Alicia ni para mí.
Tenía que ser fuerte, coger al toro por los cuernos y prepararme para lo que fuera.
Primero Alicia y... y, en algún momento, te llegaría el turno a ti, aún no sabía si antes o después de mis padres y mi abuela. Lo único que tenía claro es que ya estaba lo bastante tenso y agitado como para pensar en abordarlo todo al mismo tiempo. Mucho mejor centrarme en una persona a la vez, gracias.
Y lo mío con Alicia llevaba años en una montaña rusa en bucle de más bajos que altos de la que tenía que bajarme ya.
El viernes por la tarde me decidí a que de ese día no pasaba. Para cuando las llaves de Alicia tintinearon y la puerta de la entrada se abrió, un par de horas después de que yo hubiese salido del trabajo, ya me había fumado en carrerilla un cigarro detrás de otro, como atestiguaba el cenicero a rebosar de colillas en la mesita del comedor, y mi pierna inquieta no había dejado ni un segundo de pisar el suelo.
Me levanté de golpe.
Mis pies descalzos chocaron contra el suelo con las prisas por llegar a Alicia, cuya sonrisa fue instantánea al verme y se sujetó de mi brazo para ponerse ligeramente de puntillas. Antes de que sus labios tocasen los míos, ladeé la cara y el beso cayó en mi mejilla. Cuando se retiró, un mohín adornaba sus labios, como últimamente cada vez que evadía cualquier beso o abrazo suyo. Y la verdad es que no la culpaba porque debía ser confuso para ella que le pusiera esfuerzo cuando yo parecía estar reculando en nuestra relación y la evadía a toda costa.
Me aclaré la garganta.
—¿Podemos hablar? Tengo algo que decirte.
—Vaya, ni un hola ni nada. ¿En serio, Francis? ¿Es que ya ni eso me merezco?
—Sí, claro. Buenas. —Me sequé las manos contra el trasero y la tela de algodón de los pantalones del chándal—. Ya está. ¿Podemos hablar ahora?
Me examinó de arriba abajo antes de torcer más sus labios al ver mis pies descalzos.
—Ponte unas chanclas al menos, ¿no? No seas tan cerdo, que luego metes esos pies en la cama y la llenarás de porquería.
Y, con un latigazo de su coleta alta, puso rumbo al dormitorio.
Genial. Gran trabajo, Paco. Ya había empezado con el pie equivocado y ahora a saber si Alicia estaría receptiva cuando la sentase para hablar. En lugar de darme cabezazos contra la pared, fui tras ella. Para aplacar un poco su enfado, evidente por la manera en que tiró el bolso en la cama y abrió el armario para revisar los vestidos colgados de las perchas, metí los pies en las chanclas que estaban junto a mi mesita de noche.
Volví a aclararme la garganta.
—Ya está. Lo siento. No quería molestarte. Es solo que de verdad me urge hablar contigo. ¿Podemos hacerlo ahora?
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[Extraño #2] Extraña necesidad (COMPLETA)
Roman d'amour*Aunque aquello del trío iba a ser la solución perfecta a todos sus problemas matrimoniales, Paco no cuenta con agregar uno más a la lista cuando se enamora del hombre al que su mujer eligió.* Paco tiene dos grandes problemas ahora mismo: su mujer l...