5

400 54 106
                                    


El martes por la noche, Alicia rompió el silencio en la cocina con un:

—¿Cuándo vamos a volver a quedar con Ventura? —Se giró para que viese bien su puchero mientras me pasaba su plato sucio de la cena, que se me escurrió de entre los dedos y se estrelló contra los que ya ocupaban el lavavajillas—. ¡Francis! ¡Ten cuidado con lo que haces! Sabes que esa es mi vajilla favorita. Qué torpe eres, joder. ¿Tienes pies por manos o qué te pasa?

Me dio un fuerte manotazo en el brazo que tal vez debería haber picado más de lo que lo hizo.

Pero es que escuchar tu nombre después del viernes pasado me paralizó. Me agaché para coger el plato mientras un retortijón martirizaba mis tripas. Luego, fingí inspeccionarlo, sin mediar palabra. Así de grande era el embrollo en el que se habían convertido mis pensamientos en los últimos días. ¿Ahora cómo le decía yo a Alicia que lo más seguro es que hubiera jodido nuestros encuentros contigo o que lo más seguro es que no volviésemos a saber nunca nada más de ti? Sin mencionar que, entonces, tendría que revelarle todo lo que había ocurrido entre nosotros: esa puerta que te estrellé en la cara, los besos que habíamos compartido en secreto, cómo me había robado tu número, los mensajes que habíamos intercambiado o... que había estado en tu casa.

No, por Dios. No podía contárselo.

Me aterraba que lo descubriese y lo usase para dejarme.

Solo quedaba resignarme y esperar a ver qué hacías, aunque no me extrañaría nada que te tomases mis palabras al pie de la letra y simplemente te evaporases de nuestras vidas. Después de todo lo que te había soltado el viernes, solo me habías sostenido la mirada, al tiempo que se acentuaba la línea tensa de tu mandíbula. Por lo demás, guardaste silencio, como si ya no tuviésemos nada más que decirnos, como si fuéramos dos veleros solitarios a la deriva que, durante un breve instante, habían compartido la experiencia de navegar juntos en un mar nuevo y extraño para los dos antes de separarnos y alejarnos por caminos opuestos.

Esperé largos segundos a que hablases, a que tratases de defenderte o a que al menos me volvieses a tachar de mentiroso.

Cuando no hubo nada, tuve que aceptar que hasta ahí habíamos llegado, que preferías aferrarte a esa monstruosa imagen mental que habías fabricado sobre mí antes que intentar razonar conmigo.

Negué con la cabeza y me marché de tu casa.

Lo había intentado.

De veras que lo había intentado, pero tú mismo fuiste el que me dijo que, si dos personas no quieren, uno solo no puede resolverlo todo. Quedaba en tus manos lo que pasara o no a continuación.

¿Y si me tocaba volver a salir con Alicia en busca de otro tercero? ¿Podría aguantarlo; podría sobrevivirlo, si no se trataba de ti?

Algo me roía por dentro, como pequeñas ratas dándose un festín en ese vertedero que eran mis confusas emociones, porque, en el fondo, sabía que, si era lo que Alicia quería, cedería a lo que fuera que ella quisiera con tal de remontar esta crisis con ella, ya que, al final del día, era la única persona que me quería y aceptaba tal cual era, aun con todos mis innumerables defectos.

Coloqué el plato con cuidado, sin fijarme en si se había desportillado o no. Luego, me erguí y musité:

—Lo siento, cariño. —Me pasé la lengua por los labios resecos, sin mirarla—. No lo sé. Supongo que cuando quieras.

Si no quedaba más remedio...

Aunque era una oportunidad como cualquier otra para descubrir cuál era tu decisión.

[Extraño #2] Extraña necesidad (COMPLETA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora