El domingo de la semana siguiente, estaba sentado a lo indio en tu sofá mientras le echaba más horas al juego que te había regalado hacía dos viernes y me llevaba a la boca cucharadas ocasionales de cereales de chocolate con leche del tazón que descansaba de manera precaria en el reposabrazos a mi derecha.
Sin dejar de masticar, se me escapó una risita.
Tal y como descubrí el martes pasado, la tarde del día de tu actual cumpleaños, se te daba mejor jugar de boca que jugar de verdad. No es que no le pusieras interés o que no fueras entusiasta, pero se te daba fatal. Eras lento, te perdías en medio de cada misión que hacíamos y teníamos que volver a empezar una y otra vez porque no dejaban de matarte.
¿Lo mejor? La manera en que te encrespabas.
No sabías perder.
―¡Me cago en la puta hostia! Pero tú lo has visto, ¿no? ―Con las cejas elevadas, me echaste una mirada incrédula una de esas veces al tiempo que apuntabas al televisor con el mando―. ¡Estaba a punto de conseguirlo! Ese hijo de puta salió de la nada y me reventó la cabeza. ¡Será mamón!
Aunque apreté los labios y traté de contenerme, una sonrisa me traicionó y entrecerraste los ojos, a la vez que apretabas tu hombro contra el mío y te inclinabas hacia mí.
»Oh, así que te parece muy gracioso, ¿no? Matan a tu hombre delante de tus narices, el mismo día de su cumpleaños, ¿y tú te partes la caja ante su aciago final? ―Negué con la cabeza deprisa, hundiendo los dientes en el labio inferior y aguantándome la risa―. Ya, ya, a mí no me engañas. Te he visto. Te he visto y ahora no te vas a escapar de mi furia. Ya verás lo letal que puedo ser, aunque no lo parezca.
Y te echaste sobre mí a hacerme cosquillas, de las que no pude huir por más que grité, rogué y culebreé. No paraste hasta que me tuviste llorando de la risa, sin aliento y con agujetas en los abdominales y la zona de las costillas.
No, no se te daba nada bien perder.
Pero nos lo pasamos muy bien ese día, como el resto de los días desde la madrugada del domingo. Las pocas veces que había regresado al piso fue para coger más ropa limpia, regar las plantas o coger algunos juegos más, entre ellos los que me regalaste, pero siempre me apresuraba a salir rápido de allí porque estar demasiado tiempo entre esas paredes hacía que me acordase de Alicia, de la situación precaria en la que nos encontrábamos y las pocas ganas que tenía de que volviese.
La sonrisa se desvaneció, pausé el juego y recuperé el bol. A estas alturas, los cereales se habían reblandecido y la leche, achocolatado.
Comí ya sin ganas, con el estómago hecho un nudo.
Prefería centrarme en ti, en todo lo que habíamos vivido la última semana, en la manera en que el culo me escocía de manera agradable si me movía demasiado o me sentaba de cierta manera, como un recordatorio constante y necesario de que no nos habíamos podido quitar las manos de encima y que, cada vez que volvía de currar, nos comíamos la boca sin desenfreno, como si hiciera siglos que no nos veíamos, en lugar de unas cuantas horas.
La manera en que, el domingo anterior, me despertaste pegando tu cuerpo desnudo y húmedo a mi espalda, tu sexo ya erecto acomodado contra mis nalgas. La manera en que mojaste mi vientre y mi pecho al deslizar tus manos por ellos mientras acariciabas mi oreja con tus labios y me susurrabas:
―Despierta ya, tronquito, que llevo horas esperándote. ¿Qué tal dormiste? ¿Te duele mucho?
Y colaste tus dedos en la hendidura de mi trasero hasta hallar la carne sensible de mi entrada y masajearla con dedos cuidadosos.
Me recorrió un escalofrío al tiempo que recuperaba la sonrisa.
Me puse de pie con el cuenco en mano. Sí, mucho mejor pensar en ti.
ESTÁS LEYENDO
[Extraño #2] Extraña necesidad (COMPLETA)
Roman d'amour*Aunque aquello del trío iba a ser la solución perfecta a todos sus problemas matrimoniales, Paco no cuenta con agregar uno más a la lista cuando se enamora del hombre al que su mujer eligió.* Paco tiene dos grandes problemas ahora mismo: su mujer l...