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No te haces una idea de lo alterado que estaba aquel día.

Hace años, cuando aún estaba en el instituto, tuve que construir una casa en miniatura para la clase de Tecnología, con sus ventanas, su puerta y una bombilla conectada a una pila de petaca. Y, aunque no era necesario, aunque el profesor solo nos pedía usar los conocimientos sobre dibujo técnico que nos estaba enseñando o evaluar cómo nos desenvolvíamos utilizando una sierra manual, otra mecánica y una lija, yo fui un paso más allá al pintarla, decorar la casa por dentro con cortinas que mi madre me ayudó a coser y añadir muebles que le había pedido prestado a mi hermano y que luego pegué al suelo. Incluso puse un par de figuritas adentro para terminar de redondear a la familia feliz.

En esos momentos, con el zumbido del ascensor de fondo arañando hasta el último de mis nervios, la dichosa casa estaba presente en mi mente, como si la tuviera delante de mí de nuevo, a pesar de que hacía años que no pensaba en ella.

Y, sin ser consciente, tú eras uno de esos idiotas que, años atrás, mientras volvía a casa sonriente porque me habían puesto un sobresaliente, me la quitó de entre las manos con gesto burlón y la lanzó en el aire antes de darle una patada para pasársela a uno de sus amigotes. Hacía mucho que sus mofas, que cada uno de los insultos que escupieron, se habían disuelto en mi memoria, pero la imagen de cómo la casa implosionaba y todos mis esfuerzos se desintegraban ante mis ojos seguía más fresco que nunca en mi mente y representaban en ese instante, más que nunca, la mayor de mis pesadillas; se me sacudió el estómago y, acto seguido, se me encogió, al tiempo que las paredes de madera se astillaban y reventaban una vez más en mi imaginación, los muebles se desperdigaban sobre los adoquines que recubrían ese frágil lugar donde residían todos mis sueños y la familia feliz se veía separada con brusquedad por unas fuerzas externas inclementes.

No, no te culpo de nada de lo que pasó ese día o lo que desencadenó ese nuevo encuentro.

Pero... pero, en ese entonces, eras el gigante que tenía en su poder mi mundo entero, ese que zarandeaste con saña hasta desestabilizar la endeble normalidad que tanto me había costado recuperar y destrozar todos y cada uno de los planes que tenía para arreglar las cosas con Alicia.

Cambié el peso de un pie a otro y me subí las gafas con los nudillos antes de volver a restregar las manos contra los pantalones del chándal con el corazón atorado en la garganta. Lo peor es que no sabía si era para deshacerme del sudor frío que las empapaba o si, por el contrario, ese gesto era un pobre intento por estar más... presentable delante de ti. Cuando la pesada hoja del ascensor chirrió y se abrió, contuve el aliento y enterré las uñas en la madera del marco de la puerta, tras la que no me avergüenza decir que me escondía.

Tus ojos azules pronto recayeron en mí como un martillazo que me dio de pleno en el pecho.

Y me recorrieron de arriba abajo de tal manera que el corazón me dio un vuelco. ¿Era demasiado tarde para cerrar la puerta y fingir que no estabas allí? Retraje los dedos de los pies antes de estirarlos y repetir el gesto una y otra vez.

Con zancadas largas y pausadas, avanzaste hasta mí.

—¿Qué haces aquí? —Salió por mi boca cuando por fin hallé mi voz, ronca y tensa. ¿Habría sonado borde? Me apresuré a agregar—: Eh, no te esperaba. ¿Se te olvidó algo el otro día o...?

Emitiste una risa baja mientras tus labios se estiraban en una sonrisa cruel, hermana gemela de la que me habías dedicado hacía tres semanas después de besar a Alicia.

—Eso de que no me esperabas lo puedo ver. Tienes... —Con el dedo índice, dibujaste un círculo alrededor de tu boca—. Me han recibido de muchas maneras cuando quedo con alguien para echar un polvo, pero desde ya puedo decirte que nunca con esas pintacas. Enhorabuena. Te llevas la palma.

[Extraño #2] Extraña necesidad (COMPLETA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora