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Durante la siguiente semana, fuiste mi refugio, Ventu.

Hablar contigo y verte todos los días se volvió un acto casi tan esencial como respirar. Eras el único soplo de aire fresco en mi vida en aquellos momentos en lo que todo lo demás pendía de un hilo, lo que era terrorífico de pensar porque ¿a qué persona en su sano juicio se le ocurriría refugiarse en una persona que, por más que amase, estaba de paso en su vida? Solo era una parada más en tu vida, un breve repostaje antes de que te lanzases a la aventura y regresases a tu rutina de gente cautivadora en el mundo de la farándula con guiones, paparazzis y escándalos en la que yo no encajaba por ningún lado, como una pieza de puzle traspapelada que nunca forma parte de un todo.

Aun así, me dije que lo disfrutaría mientras durase.

Sería aún más idiota si no lo hubiera hecho, ¿no? O eso preferí creer, para ser honestos. A fin de cuentas, era mucho más sencillo volcar todo mi interés y atención en ti que en la gran incertidumbre con la que compartía piso desde que le diese ese ultimátum a Alicia. Por eso, no me extraña que aquel miércoles veintisiete de abril, después de trabajar, acabase entre tus sábanas y bajo tu cuerpo una vez más, mientras me mordía el labio inferior y temblaba con cada estocada tuya, sujeto a tus hombros y con las caderas en alto. Cada beso que me dabas, cada caricia que compartíamos, hacía que el mundo exterior y los problemas que allá me aguardaban fueran un poquito menos importantes.

Incluso después de corrernos, solo existías tú.

Jadeante y saciado, me acurruqué contra ti y luego deslicé una mano por tu abdomen húmedo por el sudor. Nuestras respiraciones no tardaron en regularse y mis parpadeos se volvieron más lentos y pesados, presa de una modorra que tenía mucho que ver con lo tenso e incómodo que estaba en el piso últimamente y la falta de una cama real sobre la que dormir por las noches. Una crisis matrimonial era el peor momento para descubrir que al sofá-cama del comedor se le había saltado más de un muelle y que mi pobre espalda corría peligro como decidiese dormir allí muchos días más.

Con una protesta por mi parte, colaste un brazo por debajo de mi cuello y me abrazaste contra ti para, acto seguido, apretar un beso contra mi sien. Eso me arrancó una tenue sonrisa que escondí contra tu pecho.

—Dime la verdad: solo vienes a verme por mi colchón y a pegarte una siestecita.

Comprimiendo mis labios sonrientes, alcé un hombro y dije en un tono bajo y adormilado:

—Si esperas que diga que no para que se te infle aún más el ego, lo llevas claro. Las cosas como son: tu cama es la única razón por la que vuelvo todos los días. De hecho, llevo días urdiendo un plan para secuestrarla y hacerla desaparecer sin que te des cuenta. Solo me faltan los pormenores. —Entreabrí un ojo y eché la cabeza hacia atrás hasta encontrar tus ojos mientras te daba unos toquecitos confortantes en el vientre—. Siento decepcionarte, pero no eres tan irresistible y, si alguien te dijo alguna vez lo contrario, solo lo hizo para tenerte contento.

—Serás cabrón. Con que no soy tan irresistible, ¿eh? Ahora verás tú.

Atacaste mis costados y pronto me tuviste retorciéndome bajo tuya otra vez falto de aire, aunque en esa ocasión por razones diferentes. Cualquier vestigio de sueño se esfumó. Entre carcajadas y lágrimas surcando mi cara, te pedí que parases, pero solo me mordiste el cuello y gruñiste contra él que no pararías hasta que me retractase, a lo que chillé que nunca. Craso error. Redoblaste tus esfuerzos y, no importó cuánto patalease, mis carcajadas retumbaron por toda la casa y se escaparon por la puerta entreabierta del balcón mientras me sometías a base de pedorretas, más mordiscos y cosquillas.

De alguna manera, al final acabamos los dos aferrándonos el uno al otro, muertos de la risa.

Nunca hubiera pensado que una relación podría estar compuesta por piezas tan extrañas y fascinantes como aquellas: un amigo con el que nunca te aburrías, con el que te sentías a gusto para ser tú mismo en todo momento y con el que conectabas dentro y fuera de la cama. Un amigo con el que podías hablar de cualquier cosa sin miedo a ser juzgado. Un amigo con el que compartir tantos momentos relajados como pasionales sin que hiciera la mayor diferencia ni más expectativas que disfrutar de ese limitado tiempo juntos del que disponíamos.

[Extraño #2] Extraña necesidad (COMPLETA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora