7

1.4K 209 195
                                    

Dazai esperaba que los besos de Chuuya fuesen más románticos.

De hecho, le había idealizado hasta un punto en el que la realidad le lastimaba más que sus propios sueños e ilusiones.

Idealizar a una persona era terrible, pero era todo lo que Dazai podía obtener de Chuuya. Y no le importaba en lo que difiriese el joven con el cual soñaba y el joven al que tenía entre sus brazos en ese momento, sino lo gélido que podía sentirse, y lo infinitamente lejos que se sentía de él.

Porque el Chuuya que él había retratado en sus escritos y el de carne eran dos diferentes. Ambos le gustaban, pero eran inevitablemente distintos, y Dazai no podía exigir que el verdadero se acoplara a sus fantasías ni a su retazo. Aquello provocaba en él sentimientos que le decían que no le conocía, y que la distancia que les separaba era mayor de la creída. Tan lejos, a pesar de sentir su calor entre sus brazos.

Habían salido del bar un poco más temprano de lo que Chuuya solía culminar su turno. Habían intercambiado un par de palabras en las que Chuuya enfatizó los límites.

—Esto no es algo que tú acostumbres hacer, ¿verdad?

Dazai había negado con la cabeza y le había otorgado una mirada inquisitiva. Chuuya rio por lo bajo y le respondió:

—No es algo que yo acostumbre ahora, mas antes sí. No he hecho esto en un buen tiempo.

Implícito como era, le había dejado claro que no era una ocasión particularmente única.

Sus labios se sentían incluso más maravillosos de lo que creía que serían, a pesar de la decepción inicial, y aquello le había hecho dejar de pensar en todo lo previo.

Dazai, al igual que Chuuya, no era ningún virgen, mas no era tan habitual como él. Había tenido novias en la escuela, había salido con otros escritores en esos tiempos conociendo su sexualidad, pero tampoco se había acostado con cada una de esas personas. Siendo un escritor fracasado e incomprendido, necesitaba más que una atracción carnal que le diese una satisfacción; no se trataba de un sentimentalismo ni cursilería, sino de una asombrosa falta de motivación y de placer.

Le besaba con una ternura que contrastaba con la rapidez de Chuuya, haciendo ver a Dazai como un virgen de dieciséis años. Mientras su toque era acertado y dulce, el de Chuuya iba más allá. Tomaba las manos de Dazai y las paseaba por su propio cuerpo, a su ritmo y a su manera. Dazai solo podía sentirse maravillado ante la impetuosidad de Chuuya e hipnotizado ante el roce de sus dedos sobre la piel y ropa ajena. Aquello le excitaba de sobremanera, pero Dazai era un tipo que podía excitarse hasta con una sonrisa socarrona del camarero.

Sonrió entre beso y beso y se atrevió a tomarle por la cintura mientras Chuuya le quitaba el abrigo de manera apresurada. En aquel momento, Dazai concentró su atención en sus pies para darse cuenta de que no llevaba puestos sus zapatos, y que seguramente los habían dejado junto a la puerta del departamento, pero no recordaba en qué momento. Porque las cosas estaban sucediendo de manera atropellada; era aún excitante y anhelado, mas aquella noche muchas de sus ilusiones se rompieron y se romperían. No obstante, Dazai ya estaba acostumbrado a soñar con cosas que nunca se hacían reales. Su maravillosa primera vez con Chuuya era solo un ejemplo más. La magnificencia y dulzura que él imaginaba eran reemplazadas por un toque ardiente y poco auténtico. Porque para Chuuya era sexo, pero para él era mucho más.

En un abrir y cerrar de ojos, su camisa ya estaba desprendida y Chuuya ya se había quitado su propia camisa. Dazai no pudo detenerse a apreciar la vista porque Chuuya no le dejaba ni respirar.

Decidió seguirle el ritmo y acoplarse, apretando el agarre en sus caderas y atreviéndose a romper el beso para separarse y mirarle con cautela. Se limitó a observarle durante unos segundos para envolverle en la oscuridad de sus ojos que era más dulce que imponente, que le gritaba que le estaba dando hasta lo que ya no tenía. Al verle, Chuuya sintió que aquella mirada enigmática se revelaba gradualmente, y le gustaba, le erizaba los vellos de la piel.

La musa del escritor ||Soukoku||Donde viven las historias. Descúbrelo ahora