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Era un nuevo día para que Dazai pudiera comer arvejas enlatadas.

Habían pasado un par de días desde la última vez que fue al bar, desde la última vez que sintió la cruenta manera en la que Chuuya lo ignoró. Habían sido días productivos, irónicamente, en los que había escrito en abundancia. Ello no hacía más que reforzar su desdichada creencia de que el amor y la tristeza eran las mejores guías a la hora de tomar su pluma, puesto que no había sentimientos más fuertes que aquellos. 

Había escrito y escrito al punto de llenar su mano de callos. Había gastado hasta sus plumas viejas, aquellas que se negaba a sacar de los cajones debido a la nostalgia y al emperramiento de no soltar ni dejar atrás.

Cuando se le acabó la tinta de su última pluma, se echó hacia atrás en su silla con resignación, torciendo su cuello contra el respaldo de manera que pudiese ver el techo avejentado. Dejó sus brazos colgar a su lado un buen rato mientras repasaba lo que iba a escribir, repitiendo como un maniático con miedo a que se le olvidase la oración que le colgaba de la lengua, respirando profundamente.

"Cuando no quedaba más esperanza en aquella noche estrellada, tomó su vida como hacen los amantes a menudo, pero yo podía haberle dicho que el mundo no estaba hecho para alguien tan hermoso como él"

"Cuando no quedaba más esperanza en aquella noche estrellada, tomó su vida como hacen los amantes a menudo, pero yo podía haberle dicho que el mundo no estaba hecho para alguien tan hermoso como él"

"Cuando no quedaba más esperanza en aquella noche estrellada, tomó su vida como hacen los amantes a menudo, pero yo podía haberle dicho que el mundo no estaba hecho para alguien tan hermoso como él"

Sin cesar la repetición, se enderezó y se paró de golpe. Tomó su gabardina casi arrancándola del porta abrigos y salió disparado por la puerta. Solo se enfocaba en su camino para no trastabillar, mientras repetía y repetía.

"Cuando no quedaba más esperanza en aquella noche estrellada, tomó su vida como hacen los amantes a menudo, pero yo podía haberle dicho que el mundo no estaba hecho para alguien tan hermoso como él"

Con apariencia errática cruzaba las calles bajo el sol mañanero. Entre sus rezos, su andar y su rostro amanecido, cualquiera se cambiaría de vereda.

Cualquiera que no estuviese igual de distraído que Dazai, es decir, cualquiera que no fuese Chuuya.

Como si de la conveniencia de una novela se tratase, sus hombros se chocaron y sus ojos colisionaron una vez más entre sí.

Persistieron en el silencio de sus miradas unos segundos. Mientras los ojos de Dazai dejaban traslucir su anonadamiento, los de Chuuya maldecían el mismísimo infierno.

—Este encuentro parece del tipo que vería en uno de tus desabridos romances —soltó, mordaz como siempre—. Una escritura tan cutre.

—Yo no utilizaría semejante bajeza como recurso —le respondió, retomando su postura frente a él, ampliando su sonrisa—. Además, nunca has leído mis obras.

—Ni me apetece —contraatacó, posicionando el azul de sus ojos sobre la demacrada cara frente a él, sintiendo la inevitable sutileza de la curva de una sonrisa en sus labios—. Sin embargo, me suena a algo estúpido que podrías escribir tú.

Se desafiaron con las miradas una vez más. Sin siquiera pensar en la frase que Dazai temía olvidar, sabía que con verle la recordaría y escribiría aún más sin esfuerzo.

—Chuuya...

—Nada va a suceder —se atajó, elevando sus brazos y mostrándole a Dazai las palmas de sus manos, turbando el mar de sus ojos con alteración—. Ya pasamos a siguiente base, ahora aléjate de mí. Mi contribución y coqueteo cesa en ese punto. Si quieres avanzar más allá de eso es problema tuyo.

La musa del escritor ||Soukoku||Donde viven las historias. Descúbrelo ahora