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Dazai nunca dormía, y aquella tórrida noche que debía ser la mejor, había sido una más de aquellas ocasiones en las que la vigilia era su única opción.

Oía a Chuuya respirar a su espalda, mas le avergonzaba inmensamente mirarle al rostro, por lo que no se volteó ni por curiosidad. La oscuridad de la habitación no permitía que ingresara la luz de la luna por la ventana, y eso le generaba una ligera incomodidad en su pecho. La luna, más allá de bella, era la madre y testigo de todos sus escritos. No verla le hacía sentirse más solo que las últimas palabras de Chuuya.

Suspiraba en su desvelo mientras jugueteaba con sus dedos y miraba hacia el despertador de luces rojas que estaba frente a él, siendo quizás el único ápice de luz capaz de mantener su cordura lejos de la oscuridad. Tan solo las cinco de la mañana; le debilitaba el corazón pensar que habían llegado a las cuatro.

No tenía idea de a qué hora se despertaría Chuuya, ni a qué hora se levantaba los días que trabajaba, ni los días en los que no. Desconocía qué era lo que hacía al despertar, lo que le gustaba desayunar, lo que acostumbraba vestir. En medio de su miseria se dio cuenta de que no sabía nada de Chuuya, que sabía aun menos de lo que creía, y que aún así su corazón se acongojaba ante su lejanía y se regocijaba en su dulzura. Estúpido, estúpido, soso y soñador, se regocijaba en su dulzura.

Se había recostado sobre su espalda para mirar el techo mientras sentía su respiración profundizarse. Posó su mano sobre su abdomen, solo para percatarse de que Chuuya no le había prestado ni la más mínima atención a su vendaje. O quizás sí mas no había hecho comentario. Fuere cual fuere la razón, mantenía una sana predilección por creer que era aquello. Usualmente prefería que la abstención de comentarios al respecto, pero en aquella madrugada que se hacía más fría segundo a segundo, deseaba aún más haber sido notado. Prefería oír una opinión indeseada por parte de Chuuya antes que pasar desapercibido ante sus ojos y su toque. Su decadencia era tal que prefería hasta que le hiciese daño antes de que no le hiciese nada.

Suspiró y volteó su rostro una vez más hacia el reloj a su lado, solo para cabrearse al ensañarse en la superficialidad de sus cavilaciones, que parecían eternas y solo ocupaban tres minutos. La vida era tan efímera en la cabeza de un artista, que necesitaba bajar a la realidad para comprender que sus sueños eran cuanto mucho inverosímiles, fugaces e inconsistentes.

Un libro que podía tardar una década en escribir, podía ser leído en una sola noche de insomnio; un poema que podía narrar un amorío de una noche entera podía ser trazado en cinco minutos.

Su tiempo no era el que corría en los relojes de Chuuya, de la misma manera que el Chuuya que había protagonizado hasta el último de sus sueños y relatos no eran ni la sombra del Chuuya de carne que le daba la espalda en aquel momento. Con solo mirar el reloj, Dazai chocó contra una pared que acabó por quebrar hasta el último ápice de fortaleza que había aunado. Sintió el picor de su nariz que anticipaba el mayor de los fastidios, y cerró los ojos con violencia como hacía cada vez que quería llorar. Normalmente lloraba sin tapujos, pero en aquel momento, no quería ser una molestia.

Hundió sus manos sobre sus párpados para secar cualquier evidencia y llegó a su límite. Se sentó y, encorvado como estaba, volvió a darle la espalda a su acompañante para apoyar sus pies sobre el frío suelo de madera. Maldijo musitando al saber que aquel suelo de madera le delataría. Recogió su ropa como pudo sin moverse mucho y comenzó a vestirse.

Ingenuo y lamentable, por creer que sería lo suficientemente fuerte como para permanecer en aquella cama por esa noche. Egoísta, por comenzar a cambiar su paradigma y ensuciar lo que él creía que era un amor puro donde no esperaba una devolución. Iluso, por depositar la entereza de sus esperanzas en una creencia tan vana como lo era el pensar que tendría suficiente con un pequeño trozo. Fue como si de un segundo a otro se hubiese percatado de que la inmensidad de su amor por Chuuya era descomunalmente mayor.

La musa del escritor ||Soukoku||Donde viven las historias. Descúbrelo ahora