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Innegablemente, Chuuya solía sorprenderse a sí mismo aguardando por Dazai. No era únicamente la sorpresa de reconocerse vulnerable y accesible, sino la impresión que le generaba el ver aquel rincón sin cruzar miradas, el observar aquel taburete vacío y la lamparilla que pendía sin alumbrar a nadie con su luz moribunda. En soledad, más moribunda, y hasta mortífera a la par que agonizante.

Que Dazai no estuviese esperándole a él era lo verdaderamente chocante. Porque sí, Chuuya anhelaba verle y le era ineludible el hecho de que sentía una emoción naciente en su pecho al dirigirse a su trabajo cada caída del atardecer. Sin embargo, era también una cuestión de que adoraba ser consentido por Dazai de esa manera, porque lo poco que podía recibir de él era una maravilla en su dedicación. Adoraba, además, sentirse codiciado de esa manera. Que los demás concurrentes le pretendiesen y le obsequiasen vítores y miradas flamantes, alimentaba su soberbia y su cuota de atención, mas que Dazai lo hiciese le proporcionaba un goce sublime, incomparable.

En aquel momento podían ofrecerle la atención de la realeza misma, y los cosquilleos en la nuca bajo la mirada ajena sería únicamente generada por un tipo que vivía a base de arvejas.

En general, Chuuya jamás había podido jactarse de su gusto en hombres. Jamás se había derretido ante los lujos y las extravagancias; siendo esta última en el aspecto material y no en el sustancial. Porque sí, Dazai no tenía dinero para presentarse como un sujeto pomposo en cada aspecto de su vida, pero bastaba que pregonara su amor y admiración durante medio minuto para que alguien le arrancase el micrófono y le echase de una patada del escenario, por más que fuese el de su propia vida. Extravagante en su hablar, en sus gestos, en sus sonrisas y en los movimientos de sus piernas, a Chuuya le gustaba.

Dazai era un rey sin corona ni riquezas, una deidad sin templo, un prodigio sin público.

En momentos como aquel en el que giró su rostro en un automatismo que dejaba en evidencia su entusiasmo y su afecto, al oír la puerta abrirse y verle llegar tarde, esbozaba una sonrisa para maldecirle.

Porque cada vez que oía el crujir de la puerta de madera maltrecha abrirse, giraba, así fuese de reojo, su rostro para visualizar al recién llegado; no solo porque el profundo azul de sus ojos buscase a Dazai, sino por la necesidad de conocer quiénes le rodeaban; quién llegaba aquella noche y quién no. No obstante, la estrella de sus pensamientos seguía siendo el escritor.

Se mordió la lengua antes de lanzarle un "tarde".

—El brío de tus ojos clamaba por mi presencia —fueron las primeras palabras que la excentricidad de Dazai arrancó de su boca mientras sus brazos adornaban su fingida reverencia—, a que sí.

—Te tienes demasiada estima.

—¡Por supuesto que sí! —afirmó enfático—. De otra manera, no estaría aquí esta noche, con los sentimientos tan peculiares que abarrotan mi pecho e inundan mis manos.

Chuuya elevó una ceja y se apoyó con una mano sobre la mesa de Dazai, para observarlo de manera analítico y, de alguna manera, vacilante, quizás desconfiada. Le indicó con un casi imperceptible movimiento de cabeza que explicara sus palabras. Algo se traía.

—Hay algo que he de pedirte —dio inicio a su propuesta, ciertamente, indecorosa.

—Dime qué es y te diré si he de serte de ayuda.

—Acuéstate conmigo otra vez.

Chuuya no dudó de que aquello fuese una verdad, puesto que Dazai era mortíferamente literal al hablar. No obstante, elevó sus cejas con ligereza.

—Y yo que creí que el romanticismo había muerto —fue su respuesta, apoyando su peso sobre su mano y esta última sobre la mesa.

Ni más ni menos. Una respuesta irónica, digna de aquella idea catastróficamente frontal.

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⏰ Última actualización: Aug 23, 2023 ⏰

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La musa del escritor ||Soukoku||Donde viven las historias. Descúbrelo ahora