– Feliz cumpleaños, cariño.– dice su madre mientras le da un fuerte abrazo. – No me puedo creer que ya haya pasado otro año y ya no seas mi niño.–
–¡Mamá! – réplica Pterseo avergonzado.
– ¿Acaso no es cierto? Hace dos días te estaba cambiando los pañales y ahora ya eres un hombre.–
– Eso ha sido hace mucho.–
– No tanto– exclama su madre dejándole a Pterseo en un pozo lleno de rubor y bochorno. – Es broma. – dice dirigiéndose a mi. – Era para ver tu reacción.–
¿Qué pasa? ¿Me está haciendo un test? para ver si soy la chica adecuada para su hijo?
– Creo que Pterseo no nos ha presentado formalmente, me llamo Dana y soy su madre. Y ese es mi marido Barry.– comenta educadamente. Al principio no se cómo responderla, su primera introducción sobre los pañales de Pterseo me han dejado sin habla.
¿Y es que a quién se le ocurre hablar sobre ello delante de la novia de tu hijo, o hablar en general de cosas muy personales e incluso vergonzosas que se hicieron de pequeños, a otras personas?
– Mucho gusto.
– ¡Así que tú eres la famosa Melanie!– exclama Barry llevándose toda la atención por mi parte. ¡Qué les habrá contado Pterseo de mi!
– No hagas caso a mi marido, siempre está exagerando las cosas.
Parece maja, pero nunca se sabe; las mejores personas son las que más cambian.
– ¿Entonces vais a comer con nosotros?– les pregunto educadamente aunque con una pizca de tristeza, pensaba que íbamos a estar solos.
– ¿No te lo ha comentado Pterseo?– comenta atónita. –Bueno no pasa nada, una sorpresa. –
Pterseo me mira, intentando decirme con su mirada si estoy enfadada o si me parece bien. Pero no le voy a mirar, es un gusto que no se lo merece; antes de hacer nada tendría que habérmelo consultado.
Subimos todos al coche de Barry, el cual conduce su chofer; y antes de que me de cuenta ya hemos llegado.
– ¡Bienvenidas al Green Palace!– exclama Barry en la entrada. La verdad es que es no es tan serio ni borde como parecía.
– Cogemos mesa dentro, ¿no?
No se qué contestarles, me gustaría decirles que ¡No, no puedo!, pero sería de mala educación. Lo único que puedo hacer es creer que no me mirarán raro por llevar gafas de sol dentro del restaurante. ¡Qué ingenua!
– Lo siento mamá, pero prefería comer afuera.– contesta al instante Pterseo, dejándome con la boca abierta.
– ¿Y eso?, hace mucho frío.
– Quiero comer fuera.– lo dice tajante, como si la opinión de su madre no importara. Supongo que está malcriado, pero me da la sensación que esto lo hace por mí; no por un capricho.
– Vale, vale.
Me giro lentamente y veo a Pterseo mirándome fijamente con una sonrisa y yo se la devuelvo. Confirmado, lo ha hecho por mí y eso me hace muy feliz; así que cuando le cojo la mano hasta que llegamos a nuestra mesa, se queda sorprendido.
– ¿Qué queréis para comer? – pregunta Barry, rompiendo parte de la magia que se había formado.
– Me da igual, lo que quieras. Como de todo.– le contesto sin mover mi mirada de Pterseo. Estamos en nuestro mundo, un mundo en el que no tenemos problemas, no tengo un poder que atemoriza a la gente; él y yo solos.
Después de un rato, aunque a mi se me ha hecho demasiado corto; vuelvo la mirada hacia sus padres. Se me había olvidado que estaban aquí.
Miro a mi alrededor y veo lo hermoso que es el lugar. Está lleno de flores, plantas; llena de vegetación. En ese momento, mi piel se pone blanca y tensa, no me llega sangre al cuerpo y no me puedo mover.
–¿ Estás bien, pareces un poco pálida?– pregunta Barry o creo oír su voz, por que lo único que veo son las estatuas que hay a mi alrededor. Nunca había visto una estatua, no de cerca. Me las había imaginado, visto es fotos, pero esto era diferente parecerían tan reales y se podían tocar.
Sabía que sólo eran rocas cinceladas por algún escultor, pero yo solo me podía imaginar que cada escultura era una persona encerrada, muriendo y siendo convertida en piedra por mí. Yo lo había echo con animales, nunca con humanos. Y ahora tenía una muestra más o menos verdadera de lo que podía hacer a la gente.
– Perdonad, tengo que ir al baño.– digo rápidamente antes de salir corriendo sin mirar a nada.
Pero qué estaba haciendo con mi vida, Pterseo me había hecho cambiar, me había hecho olvidar de lo que podía hacer o lo había intentado. Pero no puede ser, porque ese poder está dentro de mi, en mi fuero interno que me quema y me pide salir.
– ¡Mierda! – suelto mientras doy un golpe a la encimera del baño.
En ese momento la puerta se abre pero no me hace falta mirar para saber quién es.
–¿Por qué has salido corriendo de la mesa? – me pregunta enojado pero a la vez preocupado.
– No me encontraba bien.
– No me mientas Mel. Se que no me dices la verdad, aunque no te pueda ver los ojos.
Hecho un vistazo fugaz al baño, para ver si hay alguien y contesto avergonzada y triste: – He visto las estatuas y me han recordado a algo.–
–Ah...
Al instante cambia de expresión y me mira con ternura, mientras me acaricia lentamente la mejilla con sus dedos.
– No tienes porqué tener miedo. Son de piedra.
Pero eso no me tranquiliza, al contrario me vuelve más nerviosa.
– Mel, mírame a los ojos.– me dice agarrándome de la barbilla. – ¡A los ojos!– Al final hago lo que pide, aunque no pueda ver mis ojos y saber si lo hago.
– No te va a pasar nada, ni a ti, ni a nadie. ¿Entendido? No eres un monstruo, si eso es lo que estás pensando.
Cuando termina le abrazo fuertemente, intentando disiparme toda la confusión que tengo.
– Una pregunta – dice inseguro. – ¿Alguna vez has hecho daño a alguien? – Se que no lo ha preguntado de mala intención, pero me duele contarlo.
– Sí – Resoplo.– Una vez cuando era pequeña salí al patio de casa y quise coger unos huevos de un nido; así que me subí a una escalera. En ese momento apareció mi vecino y me gritó cuatro cosas sobre los pájaros. Y yo que era tan inocente, más que ahora. – Sonríe. – Me giré y le ví en el reflejo del cubo de basura. No tenía las gafas. – Pterseo deja de respirar.
Después de unos segundos de silencio, Pterseo me pregunta con incertidumbre: –¿Qué le pasó?–
– Se quedó ciego. Y luego nos mudamos.– contesto rápidamente. No quiero pensar en ello.
– Lo siento mucho, no lo sabía. – y me abraza más fuerte.
Intento poner buena cara, le vuelvo a mirar a los ojos y le digo cambiando de tema: – Bueno, ¿entonces volvemos a la mesa?–
Al final comer con los padres de Pterseo no va ha ser tan malo como creía, porque sé que hay cosas mucho peores que esto y que no se pueden arreglar.
ESTÁS LEYENDO
Eterno Poder ©
FantasíaMelanie, una joven de 17 años que esconde un oscuro secreto. Si lo descubren las personas equivocadas, la antigua leyenda griega resurgirá y nadie estará a salvo de su mirada. Durante este tiempo, Melanie descubrirá cosas que nunca ha conocido ni s...