Asesino despiadado

19 2 9
                                    


Rauni serpenteó el bosque moviéndose con el sigilo propio de un felino. Ponía absoluto cuidado en la posición de sus pies y se aseguraba de que la espada en el cinto no tocara nada innecesario. El calor era insoportable, incluso sin la chaqueta puesta, pero su enfoque en la tarea era demasiado alto como para dejar que ese hecho lo distrajera. Tenía que cumplir con el objetivo si ambos querían ganar algo de dinero para viajar a Aquaia. Y si iban a deshacerse de Rakun, en realidad todo esto se trataba de una gran inversión que todavía le faltaba por decidir si valdría la pena.

El mercenario al cual buscaba Rauni estaba de pie mirando hacia el nido y revisando al mismo tiempo una tableta más portátil y compacta que la de Louhi. Desde atrás de uno de los árboles apenas podía distinguir la forma del holograma, pero le pareció ver algo más parecido a una tabla con datos que a un mapa. El hombre era un palmo más alto que él, pero con una contextura bastante similar, algo considerado estándar dentro de los cazadores del Gremio por lo que estaba más que claro que alguna vez perteneció a ellos. Tenía la mirada seria, con las arrugas expresivas marcándole las mejillas y la frente, el cabello negro, algo canoso y liso peinado hacia atrás mostrando sus pobladas cejas frunciendo el ceño. La mandíbula perfectamente afeitada y una boca ancha sosteniendo un cigarrillo encendido. Ojos igual de oscuros que su cabello. Llevaba puesta una camiseta blanca de mangas cortas cubierta por algo que parecía ser un chaleco antibalas. Debajo, por supuesto que botas y un pantalón marrón. Para sorpresa de Rauni, el tipo no llevaba un arma de plasma, pero le pareció ver una serie de herramientas en los bolsillos amarrados a sus piernas y en su cinturón.

Rauni se quedó por unos veinte minutos observándolo. Trató de esperar el momento justo para atacar, pero la apertura nunca llegaba. A pesar de estar fumando durante todo momento, la baja de guardia no estaba allí y Rauni no pudo evitar soltar un suspiro al pensar que no se trataba de un mercenario cualquiera, sino que era uno bueno. Uno fuerte y listo.

El hombre soltó la colilla del cigarrillo y con la bota lo pisoteó con fuerza en el suelo húmedo, como si quisiera removerlo del mundo.

—¿Cuánto tiempo vas a seguir allí? —le dijo a Rauni con un vozarrón.

Rauni tragó saliva y pensó que era imposible que lo hubiese descubierto. Esperó unos segundos a ver como reaccionaba.

—Si no sales de ese maldito árbol, te cortaré la cabeza. Creo que ya sabrías que sería capaz de hacerlo —le advirtió.

Rauni pensó que sería buena idea salir y jugar con lo que hubiera en la mesa. Después de todo, intentar aprovechar una apertura de ese sujeto parecía poco factible y si él venía por él, su espera habría sido por nada ya que tendría la desventaja absoluta.

—No pasa nada... ya voy —respondió Rauni, con el tono más ligero que pudo fingir.

El hombre volvió a encender un cigarrillo con un encendedor eléctrico que sacó de uno de sus pequeños bolsillos de herramientas. Vio a Rauni surgir de entre los arbustos y lo miró de pies a cabeza, para luego lanzarle un resoplido burlón acompañado de una humarada.

—No hay nada para ti aquí, muchacho. Alguna vez fui igual de estúpido que tú, así que te daré la oportunidad para que agarres tu mierda y te largues. Estoy un poco ocupado, así que hazme ese favor, ¿quieres?

—Auch, que poco amigable. ¿Dormiste mal, amigo? —respondió de inmediato.

—¿Estás sordo o solo mal de la cabeza?

—Oye, eso ofende —le espetó Rauni, pero todavía haciéndose el gracioso—. Solo vengo a hablar.

—¿Vienes al Gran Pantano a hablar con un mercenario? —el hombre levantó una ceja.

RakunDonde viven las historias. Descúbrelo ahora