Asalto

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Rauni obedeció en silencio la orden del soldado siendo incapaz de continuar con su actuación. A decir verdad, Rauni estaba tan sorprendido que lo descubrieran tan pronto que se ofendió en cierta manera; un insulto directo a su orgullo como mercenario sigiloso.

—Eres valiente, amigo, pero bastante estúpido. ¿De verdad creerías que un plan así funcionaría? Comienza por soltar el rifle —ordenó el soldado.

En ese instante en el casco de Rauni apareció un ícono blanco con forma de una mano levantando el dedo anular y, a pesar de que nadie lo podía ver, la sonrisa de Rauni no hizo más que ensancharse. "Mocoso sin respeto" pensó. Su pecho se infló de orgullo ante el recordatorio personal de que no tenía que preocuparse por Louhi pues le había enseñado bien y, en el fondo, admitía que en el futuro sería aún mucho más capaz que él mismo. Pero todo eso no importaba ahora, el peculiar aviso significaba que el moreno había terminado con todos los preparativos y era el momento de poner manos a la obra.

Rauni comenzó a descolgarse el rifle con lentitud y la delicadeza propia de un ladrón, jugando con la posición para continuar con su táctica.

—¿Lo quieres? —preguntó en tono burlón.

—Ya suéltalo y levanta las manos, idiota. No seas payaso o te volaré la cabeza.

—Tú mandas, amigo.

Aunque sucedió en segundos Rauni ejecutó todo con lentitud. Lanzó el rifle hacia adelante y el soldado de inmediato tiró el gatillo de su arma soltando tres ráfagas que, de no ser por el rifle que voló por medio segundo en el aire, le hubieran volado la cabeza al soldado impostor. Con la velocidad de un rayo, Rauni se arrojó al piso quedando acostado de espaldas y de inmediato desenfundó su revólver. Con sus ágiles dedos disparó dos balas hacia el soldado que impactaron en su antebrazo y hombro izquierdo. La sorpresa de encontrarse con balas de acero lo hizo retroceder y perder la firmeza con la que sostenía su arma, momento que Rauni aprovechó para levantarse y volver a disparar. Bang. Bang. Dos más, esta vez en el rifle.

El soldado tiró del gatillo de su arma, pero en lugar del disparo solo apareció el sonido eléctrico que evidenciaba una falla con las conexiones. Con furia, tiró el inútil rifle al suelo y desenfundó su cuchillo militar adoptando pose de batalla. El sujeto tenía experiencia, justo como había predicho Rauni.

—No voy a dejar que alguien como tú entre aquí como si nada. ¡Vas a pasar un mal rato, muchacho! —el hombre tomó el cuchillo con la mano derecha apuntando al suelo de forma diagonal y con dificultad hizo un puño con la izquierda, poniéndola entre el arma y su rostro. Tenía la pierna izquierda doblada y un poco más atrás que la derecha. Era una postura firme que tenía la milicia. Rauni ya sabía lo letales que podían ser los soldados bien entrenados.

—¿Quieres jugar? —Rauni extendió los brazos, como en una invitación. Por un momento, no pensó en nada. Ni el botín, ni su camioneta, ni su familia, ni Louhi, ni Sian, ni nadie. Este momento, lleno de tensión, era para sólo para él. La adrenalina recorría su cuerpo como una corriente eléctrica—. ¡Vamos!

El soldado se movió con la velocidad de un perro de cacería y en un instante estaba frente a Rauni quien había guardado el revólver en un estúpido exceso de confianza. El hombre blandió el cuchillo varias veces sin poder acertar al molesto impostor hasta que trasladó la posición del arma de una mano a la otra y le ensartó el cuchillo por debajo de la plaqueta del hombro izquierdo. El soldado, confiado de lo que hacía, comenzó a hacer palanca con todas sus fuerzas a pesar de sus heridas. Era fuerte como un pandakran y Rauni a duras penas trató de resistir.

El forcejeo hizo que la plaqueta saliera disparada y de inmediato la malla comenzó a deshacerse en el área. El soldado continuó su ataque con una feroz patada en las costillas y finalmente le clavó el cuchillo donde antes estaba la pieza. Rauni se tragó el quejido como ya acostumbraba a hacer y de pronto despertó de su estado de éxtasis; no era momento para ponerse a jugar. Se aferró al brazo del soldado para que no pudiera retirar el arma y desenfundó nuevamente el revólver. El hombre trató de quitárselo o hacer que la tirara al suelo, pero el rubio se lanzó con fuerza y rapidez hacia el cuello del soldado. Metió la punta de la pistola por debajo del casco, esperando que el traje no fuera del todo invencible.

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