Prologo.

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La profesora Byer entra en clase de biología a toda prisa.
Sonrío.
Siempre llega tarde.
Recorre los pasillos cargada de libros, cajas de pequeños insectos o roedores.
Es una fanática de la biología.
Deja el montón de folios en su mesa y mira a la clase, agudizando los ojos a través de sus lentes con montura de ojo de gato.
Una figura alta y dormita me eclipsa la vista cuando se sitúa a mi lado.
Me quedo boquiabierta cuando veo quién es. El corazón se me acelera cuando veo y asumo que no es sueño. Verdaderamente el chicho del que estoy totalmente colada está aquí a mi lado. Y me mira a mi.

—¿Está libre este sitio, Anastasia? —Juro que sí no estuviera sentada me caería de culo.
Sabe mi nombre. Y acaba de pronunciarlo con una voz tan sensual que me ha puesto la piel de gallina.

—N...no. Todo suyo, alteza. —Me dedica una increíble sonrisa que marca esos hoyuelos que me encantan de él.
Deja la mochila en el suelo y se sienta en la silla continua a la mía.

—Llámame por mi nombre —de pronto su expresión vacila un poco—. Es Christian.
Me río un poco.

—Claro que sé tu nombre. ¿Pero es correcto hacerlo? Ya sabes...eres un príncipe. —Ahora se ríe él.

—Bueno, si no es adecuado, pues me da igual —responde en tono burlón y jovial—. Me gusta que me llames por mi nombre —añade bajando la voz.
Sonrío totalmente embaucada.
Soy consciente de que algún corazón se a roto en el momento que el príncipe de Portland Christian Grey, ha elegido mi mesa.

—Si eso es lo que te gusta...pues... —no puedo terminar de decir las palabras cuando siento que me ruborizo.
A Christian parece encantarle.

¿Vendrás el viernes al partido? —Asiento—. Pero no te sientes tan arriba —Me deja de piedra.
No me pierdo ninguno de sus partidos de fútbol. Es el capitán y él defensa central. Pese a que tiene muchas admiradoras y me da rabia ver cómo se lo come después, voy a verlo siempre que juega.

—¿Cómo lo...?
Sonríe con picardía.

—Me das buena suerte. Me gustaría tenerte más cerca —me hace ojitos al decirlo y yo me derrito en mi silla.

—Bueno, es que tengo que pisar muchas cabezas de animadoras hasta llegar abajo —me burlo—. Además desde arriba tengo a mano al vendedor de perritos. El pobre no se atreve a pasar por allí a nos ser que los perritos sean de tofu y cambie los refrescos por agua mineral. —Christian rompe a reír.

—¡Señor Grey! —le regaña la señora Byers.

—Discúlpeme, señora. Lamento interrumpir su explicación y hacerle perder su tiempo —dice cortés y amable, como si fuese un caballero sacado de otro siglo.
La señora Byers sonríe, las chicas babean y los chicos le dedican una sonrisa burlona.
Christian es muy popular en el instituto.
Además de ser el príncipe de Portland y futuro de rey de Oregon saca unas notas excelentes, es un gran compañero y amigo de todos.
Cuando la señora Byers vuelve a su explicación sobre las tres diferencias de cómo diferenciar el ADN del ARN, Christian se inclina hacia mí, su olor a perfume me invade los sentidos haciéndome encoger los dedos de los pies.

—Te puedo guardar un lugar especial. Te prometo que tendrás acceso a perritos calientes y refrescos —dice bajito para que nadie nos oiga.
Giro lentamente la cabeza hacia él, su cercanía me pone nerviosa pero aún así me parece demasiado lejos.

—Esa es una oferta que nadie podría rechazar —me burlo.
Sonríe y sus maravillosos hoyuelos se marcan.
Adrien, uno de nuestros compañeros y delantero del equipo se gira hacia nuestra mesa.

—No hagas que la pobre se trague dos horas de partido para ver lo mal que juegas —le pincha.

—Cállate, idiota —gruñe y le tira un lápiz.

—A ver, los de atrás, queréis callaos. —Byers nos vuelve a regañar y los tres nos ponemos rectos.

—Desproteges mucho la derecha, Christian, y tú Adrien, te falta precisión para tirar a puerta. Te lo piensas demasiado. En realidad es aburrido veros a los dos —digo en voz baja mirando la pizarra.
Ambos se giran hacia mí perplejos y yo solo puedo sonreír con inocencia a Adrien y después a Christian.
Sus ojos grises me miran serios.
Alargo la mano y le doy un suave apretón en la suya que descansa encima de su muslo.
Rápidamente él coge la mía sin dejarla ir.
Menos mal que estamos en la última fila, aunque, me da igual quién lo vea.
Lara, la compañera de Adrien se gira con una sonrisa y me guiña un ojo.

—Así se hace, Anastasia. Que se lo tienen muy creído —me anima.
Adrien le pincha con el dedo índice el costado haciéndola brincar.
Nos quedamos quietos cuando Byers nos mira seria.
Carraspeo mirando mi libro de biología y es entonces cuando me doy cuenta que Christian me sigue sujetando la mano.
Intento soltarme pero lo que me gano es que él tire de mi silla sigilosamente hacia sí quedando más cerca.
Sonrío ruborizada, su dedo acaricia suavemente mis nudillos, calienta mi mano produciendo una subida de electricidad por mi brazo hasta mi cabeza.
Aprieto su mano rindiéndome a él y así dejamos que pasa la clase.
Hasta que el timbre suena y tengo que soltarle, dando por terminados los cuarenta y cinco minutos mejores de mi vida.
Recojo los libros en silencio, aturdida y obnubilada por lo que me hace sentir.
Es un icono en todo el puñetero país y yo he sujetado su mano toda una clase.

—¿Qué vas hacer luego? —pregunta bajito trayéndome de mis pensamientos. Cuando miro a nuestro alrededor veo que estamos solos—. ¿Te puedo acompañar a tu casa? Estoy pensando en suplantar mi caballo, me gustaría que una experta me ayudara con la elección.
Su brazo rodea mis hombros tensos. Me inclina hacia atrás, apoyándome en el respaldar de mi silla. Me tenso cuando su cuerpo se cierne sobre mí.

—Mi última clase es Francés.

—Te recogeré allí.
Me quedo momentáneamente sin aliento.
¿De verdad el chico que me gusta me está prestando tanta atención?
Y lo más increíble.
¿Por qué?
Christian se inclina depositando un dulce beso en mi mejilla muy cerca de mis labios.

Una princesa para un príncipe.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora