Final feliz.

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Nueva York es una ciudad impresionante, pero esta vez, no estoy disfrutando nada de mi visita.
La entrevista con Vogue fue genial, y ahora estamos en el desfile de la nueva colección de Pierre Cardin.
A pesar de mi tristeza consigo disfrutar de una de las pasiones de mi vida. La moda siempre ha sido mi vía de escape frente a todo.
Envolverme en nuevas tendencias, debatir colores, tejidos y estampados con otros colegas de profesión ha sido para mí toda una fuente de inspiración.
Pero hoy, en este duro momento de mi vida, lo único que puedo sacar en claro del debate interno que tengo en mente es que quiero volver a casa. Con él.
En mí mente reproduzco una y otra vez la última vez que nos vimos, pero en mis recreaciones no le dejo ir. Le digo que le amo, que lo es todo para mí y que me siento vacía sin él.

—¿Puedo invitarte a una copa? —me pregunta un hombre interrumpiendo mis pensamientos.
Es bastante atractivo. Mucho diría yo. Pero como todos los demás hombres atractivos que se han cruzado en mi camino en mi vida, no me han atraído.

—Lo siento, pero no me apetece —declino la oferta con educación pese a no tener ningún sentido ya que estoy apoyada en la barra esperando que me atiendan, o más bien revolcándome en el fango de mi desgracia ahogando mis penas en alcohol.
Él se retira sin nada más que decir salvo un asentimiento de cabeza.

—¿Te dejo sola un dos días y se te pegan los hombres como moscas? —Me sobresalto al oír su voz y me giro para encontrarme con el hombre más guapo de la tierra.

—Christian —exclamo y me lanzo hacia él para abrazarle muy fuerte —. ¿Dos días, dices? Parece que ha sido una eternidad —musito con la voz ahogada.

—Para mí ha sido igual, cariño. —Sonrío derretida la oírle decir ese pronombre cariñoso con el que me obsequia solo a mí. Está guapísimo vestido con un traje negro de Armani sin corbata—. Ven, necesito hablar contigo sin toda esta gente delante.
Me conduce rodeada de la cintura por el salón lleno de gente que bebe animada y ajena a nosotros.
En la pista, veo a mis hermanas bailando sumidas en su mundo; Kate con Elliot y Mia con Ethan.

—¿Tus hermanos también han venido? —pregunto en voz baja.
Christian mira por encima de nuestros hombros y sonríe.

—Estáis hechas para nosotros. —Me río.
Salimos al patio de atrás donde la nieve cae sobre los impresionantes jardines cubiertos de blanco.
Un guarda de seguridad llega para echarnos, pero lo que trae es un abrigo de piel para mí y otro para Christian. Debe de ser del equipo de su seguridad personal.

—Gracias, Ryan —le dice cogiéndole los abrigos de la mano.

—Alteza —hace una reverencia y se marcha.
Christian pone el abrigo sobre mis hombros como el caballero que es y se pone el suyo. Me rodea con su brazo y me insta a andar entre los setos verdes y altos que simulan un laberinto.
Caminamos en silencio, no tengo idea de dónde vamos, solo me limito a seguirle.

—¿Vas a decirme qué haces aquí? —pregunto.

—¿Que qué hago aquí? —detiene sus pasos y me mira frunciendo el ceño—. ¿Crees que voy a dejar que me dejes? ¿Que voy a dejarte ir sin más? Mi obligación está contigo, Ana —Nos quedamos mirándonos; él decidido, yo perpleja.
Iniciamos la marcha, giramos una esquina donde las luces de un precioso e íntimo cerramiento de madera y cristaleras llaman mi atención.
Christian me cede el lado para que suba primero los dos escalones que me adentran en la octogonal casita, mirándola impresionada.

—Esto es precioso.
Christian me sujeta del codo girándome hacia él, me envuelve en sus brazos y me besa.

—No has sonreído ni una sola vez de verdad desde aquella fatídica mañana —dice aprensivo, bajo la cabeza sintiendo de nuevo una oleada de humillación al recordar como me trataron.
Posa sus dedos sobre mi barbilla y me levanta la cabeza para que le mire. Hacia esos ojos grises que brillan de amor por mí.

Una princesa para un príncipe.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora