No creo en cuentos de princesas.

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Ambos nos volvemos hacia la mujer elegante que nos mira con desaprobación.
Va vestida con un traje de pantalón burdeos, una visión a juego con un broche de oro. Peinada perfectamente e igualmente maquillada. La única tara a su atuendo son las marcas de agua que se le han formado en el bajo del pantalón por la nieve.
Me retiro rápidamente del lado de Christian pero me mantiene sujeta del brazo.

—¿Se puede saber qué hacen mis hijos aquí? —pregunta sin alzar la voz pero con un tono puntiagudo y firme —. Estáis mojados, tirados en el suelo y chillando como cerdos.

—Sí, ese era Elliot —la interrumpe Ethan pero se calla de momento cuando ella lo fulmina con la mirada.

—Por el amor de Dios, nadie chilla más que tú. El día que naciste pensé que eras una niña —le recrimina con burla.
Ethan gruñe ofendido y Elliot y Christian se echan a reír —. ¡Vosotros a callar! —les regaña y ambos obedecen de golpe.
Anda hacia mí, mirándome muy seria. Sus ojos verdes me analizan al dedillo sin perder detalle.

—Te tienes que arrodillar —me susurra Elliot al oído e inmediatamente hinco una rodilla al suelo.
Le miro perpleja cuando se echa a reír.

—Elliot, eres un capullo —gruñe Christian y me sujeta de las axilas para levantarme.

—Christian, no insultes a tu hermano —le regaña —. Elliot, eres imbécil.
Oigo la risa de Ethan por detrás.
Me pongo de pie con la ayuda de Christian, más avergonzada que en toda mi vida y con unas ganas horribles de darle una patada en la espinilla al capullo de Elliot.

—Madre, ella es Anastasia Steele y sus hermanas; Kate y Mia. —Nos presenta Christian rodeándome la espalda con su brazo y me sostiene con firmeza impidiendo que me incline.
Le miro confusa y niega imperceptiblemente con la cabeza.

—Anastasia —dice con un tono cariñoso y viene hacia mí mojándose aún más los pies y me da un abrazo —. Tiene nombre de reina —murmura por encima de mi hombro. Se retira y me mira con una sonrisa dulce—. Eres una mujer bellísima, ya lo eras de pequeña —añade—. Tu madre y yo hemos coincidido mucho en el club, pero claro, eso es extraoficialmente. —Se ríe sola de su broma privada.

—Gracias, alteza —musito cohibida sin añadir nada más a su otro comentario.
Mira a su hijo y le guiña un ojo.

—Y estas chicas, ¿siguen siendo tan traviesas? —canturrea dirigiéndose a mis hermanas.
Suelto un suspiro de alivio cuando su atención no se dirige a mí y siento como Christian me sujeta para que no me desplome.
Mis hermanas intercambian con ella palabras cordiales hasta que su atención se dirige a los niños.
Es amable y compasiva con ellos.
Siempre ha sido una mujer a la que he admirado muchísimo.

—No ha sido para tanto, ¿verdad? —afirma Christian bajito.
Le miro frunciendo el ceño.

—No me has dejado hacerle la reverencia, no dejas de actuar de esta manera tan... inadecuada. ¿Quieres que me corten la cabeza por faltar el respeto a la realeza? —pregunto indignada.
Christian sonríe de lo más tranquilo.

—No cortamos cabezas, cariño. Me gusta tu cabeza tal cual esta —dice y se inclina para besarme la sien. Inevitablemente me quedo extasiada cuando le oigo llamarme así —. Pero sí tenemos mazmorras. Los gritos por la noche son aterradores —afirma muy serio.
Yo le miro perpleja hasta que se ríe.

—No me llames cariño.

—Lo haré cuando deje de gustarte que lo haga. —Aprieto los labios cabreada conmigo misma. Es un cabrón de mucho cuidado—. Cena conmigo esta noche —me pide —. Estoy deseando volver a besarte.
Un escalofrío me recorre el cuerpo y dentro de mí el deseo se estira perezosamente.
Yo también quiero que me bese.

—Chicos, es hora de irnos. Christian tiene que inaugurar el alumbrado de Navidad. —Suspiro de alivio y Christian sonríe con malicia —. Chicas, me alegro muchísimo de veros. Venid a visitarme un día a palacio.
Las tres asentimos pese a que sabemos que nunca llegará el día en que vayamos a visitarla a palacio.
La reina se despide de los niños y se marcha con elegancia y clase pese a llevar chorreando el bajo del pantalón.
Es admirable el porte que tiene. Indudablemente esta mujer nació para ser una reina.

—Te recojo esta tarde en tu casa a las siete —dice como si nada.
Le miro enfadada volviendo a la realidad.

—No vengas, de verdad que esto es un error. Yo no soy una de esas mujeres con las que acostumbras a estar. La diversión sin complicación no va conmigo. Será mejor que te busques a otra para divertirte.
Me alejo de él a toda velocidad.

—Nos vemos pronto, Anastasia. —Se despide Ethan envolviéndome en un abrazo —. Y lo espero de verdad —añade con un tono inocente y cariñoso.
Me alejo de él ignorado su comentario y de nuevo estoy envuelta en los brazos de Elliot.

—Es un partidazo, tía —cotillea imitando la voz de una mujer. Me río —. Pero di que sí, hazlo sufrir un poco. —Me retiro para mirarle y niego con la cabeza.

—Yo no...

—Ya, ya...He visto como lo miras, picarona —canturrea pellizcándome la nariz. No puedo más que reír—. Oye, ¿Kate tiene novio? —Levanto una ceja sorprendida y él se avergüenza —. Oye, sin malos royos por lo de antes —se disculpa rápidamente y yo le miro con malicia —. No seas mala —lloriquea.

—Le hablaré de ti... —digo dejando la intriga en el aire.

—Pero bien, ¿no? —pregunta.

—Elliot, vámonos —le dice Christian mirándome intensamente, no sé si enfadado.

—Voy. Ana, le hablaras bien, ¿no? —Vuelvo a dedicarle una sonrisa misteriosa y maligna.
Gruñe frustrado y se vuelve para ir con sus hermanos. Unos segundos después desaparecen y yo siento un vacío al saber que no volveré a verle.
Bajo la cabeza evitando echarme a llorar. Llorar por algo que nunca he tenido, por algo que nunca tendré porque yo misma he cerrado la puerta antes de que pueda entrar.

—Anastasia, ¿por qué le dejas ir? —inquiere Kate rodeándome con su brazo.
Mia me arropa por el otro lado y me besa la mejilla.

—Vamos chicas —lloriqueo—, ya sabéis para lo que ellos quieren a las mujeres.

—Ya, pero no sé, puede que...

—¿Qué? Que se haya enamorado de mí con tan solo verme, me pida matrimonio y vivamos en su gran palacio felices para siempre —la ironía tiñe mi voz pero es más que bienvenida. Prefiero que escuchen mi sarcasmo a que sientan la verdadera pena que llevo dentro —. Los reyes no se casan con las plebeyas en la vida real y yo no creo en cuentos de princesas.
Salgo de su abrazo y me dispongo a recoger todo a la vez que me olvido de este absurdo...bueno, no sé qué es lo que ha sido esto. Pero estoy dispuesta a olvidarme de una vez por todas de su alteza real, el príncipe de Portland Christian Grey.

Una princesa para un príncipe.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora