Algo más informal.

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La verja enorme de color negro se abre y los dos ofíciales uniformados hacen un saludo militar.
El enorme castillo de estilo clásico me deja una vez más anonadada. Esculturas de setos presiden el camino principal hasta las enormes puertas de roble de la entrada. De cerca es aún más alto. Las torres curvadas y rectas forman diferentes áreas que dan forma a una majestuosa arquitectura digna de un cuento de princesas.
De pronto, un malestar me invade al ver las fachas en las que vengo a palacio.
Me aliso el poncho intentando quitarme el hollín y me froto la cara recordando que también la tenía manchada.

—Podrías haber dejado que me arreglara. Mira dónde estamos —exclamo indignada.

—Sí, en casa —dice como si nada.
Me llevo la mano a la cara y me pellizco el puente de la nariz.

—Esto no puede estar pasando... —murmuro.

—Deja de preocuparte, cariño. Estás preciosa, y si te sirve de algo, estaremos solos.
Suspiro una afirmación.
Sí, bueno, al menos es algo.
Bajo del carruaje y dejo que me guíe por el mayor despliegue de lujo que yo haya visto jamás. Oro, obras de arte, cortinas de terciopelo, e infinitas alfombras adornan cada clásico rincón del palacio.
Christian abre una puerta de madera maciza con empuñadura de oro y me cede el paso.
Una maravillosa estancia se dibuja ante mí. Pero esta no es tan clásica como lo que he visto hasta ahora. Esta es una estancia moderna; en tonos beis, dorados y marrón.

—Esta es un ala independiente para mí. Mis hermanos están en la zona principal con mis padres, pero yo con el tiempo he ido necesitando más espacio —me explica—. Sabía que en algún momento de mi vida tendría que ocupar la zona principal como residencia y quería un poco de independencia antes de zambullirme de lleno en ese torbellino de protocolos y servidumbre por cada esquina.
Asiento admirando el lugar hasta que mis ojos recaen sobre una mesa dispuesta para dos. No falta nada; velas, copas de exquisito cristal, cubertería de plata y platos de porcelana.
—Estas muy callada, empiezo a preocuparme —comenta burlón con la intención de hacerme sonreír, pero estoy muy cohibida. Se sitúa delante de mí y me sujeta de los hombros para que le mire a los ojos —. Ana.
Parpadeo.

—Estoy bien —le tranquilizo—. Es solo que todo esto es mucho lujo, nunca había estado en un palacio y tengo la sensación...bueno, no sé. Me siento...fuera de lugar.
Me envuelve en sus brazos, hunde los dedos de una mano en mi pelo y me masajea la cabeza.

—Ya te acostumbrarás —aconseja como si hablara de algo insignificante —. Ven aquí. —Antes de saber dónde es aquí me coge en brazos sin ningún esfuerzo.
Le rodeo el cuello y me acurruco contra él escondiéndome de todo.
—¿Quieres una copa de vino? —me ofrece.
Asiento.
Me deposita en un mullido sofá.
—Ponte cómoda. —Me besa la frente y se marcha a toda prisa.
Frente a mí hay una mesa baja con un exquisito tablero de ajedrez. Colgada en la pared; una enorme televisión de plasma. Bajo ella hay un mueble colgante y encima hay muchas fotografías con su familia, y algún que otro evento militar.
Christian aparece a mi lado dejando en la mesa un enorme plato surtido con todo tipo de quesos, picatostes con paté y mermelada y deliciosos rollizos de salchichas. Deja dos copas de vino a un lado y se saca de debajo del brazo una botella de vino blanco.
—Hagamos algo más informal —propone con una dulce sonrisa —. Quería brindarte toda una lujosa cena, pero entiendo que es tu primera vez aquí y no quiero que te sientas cohibida. De manera que haremos algo más normal.
Asiento enternecida.
Sirve las dos copas con maestría y me pasa una.
—Por ti, cariño.
Doy un necesitado sorbo al delicioso vino y dejo que su embriaguez invada mis sentidos.

—Jamás hubiese imaginado que tú comerías rollitos de salchichas —comento burlona.

—Te sorprenderá ver lo normal que soy.
Me río.

Una princesa para un príncipe.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora