¿Pasarías la noche conmigo?

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Pasaron como dos días no se la verdad, pero no volví a ver a Sebastián y la verdad es que estaba algo asustado, porque realmente parecía preocupado cuando estaba tan cerca mío, ¿Tan malo era sentir tranquilidad? 

Me senté en el césped debajo de una enorme árbol, por si no lo había contado en mi cuarto se encontraba un estantería llena de libros y como era un enamorado de los libros, pues había cogido uno y quería ponerme a leer para pasar las horas muertas en esta casa. No llevaba ni dos páginas cuando sentí que alguien me miraba, alce la vista y vi a un hombre tal vez un poco mayor que yo pero no mucho. 

-Hola.

-Perdona te he distraído. 

-No te preocupes, ¿Necesitas algo?

-Quería ver al trofeo que ha conseguido mi hermano. 

-No sabía que era un objeto aunque creo que ya me han tratado antes de objeto, ¿Qué tal si me tratas como persona? 

-Lo siento, pero es que para él es un trofeo, o un objeto para intercambiar.

-Oye, no me conoces, ¿Porqué me hablas de este modo?

-Porque soy así. 

-Ya, entonces no me interesa la conversación. 

-A mi hermano no le van los hombres. 

¿Perdona? no me estaba enterado de nada, cerré el libro y me levante me acerque a él, sus ojos verdes eran preciosos reflejados con el sol, la verdad no parecían reales. 

-¿Quién dice que a mi me van? 

-Os vi en la piscina, vi como lo mirabas, no puedes engañarme, pero te repito, mi hermano nunca se enamorara de ti, ni te tocara, ni nada en cambio yo -dio un paso hacia delante, note su mano en mi cintura -yo puedo hacerte cosas que ni te imaginas. 

Lo mire y sonreí, acerque mi mano a su cuello, lo cogí de él y lo empuje cayendo varios metros de mí. 

-¿Quién te crees que soy? No vuelvas a tocarme así nunca más. 

Se levanto, y vi sus ojos no me daba miedo, entonces de la nada apareció Sebastián colocándose delante de mí. 

-¿Qué pasa aquí? 

-Nada, solo estábamos hablando ¿verdad?

-Karel, ¿es verdad? 

Me miro con rabia, pero luego asintió para luego irse, Sebastián se giro para mirarme.

-¿Qué ha pasado? 

-Nada. 

-Ya, tus ojos están blancos, y mira tus manos. 

Cuando las vi, estaban brillando, mierda ahora recordaba porque nunca no me enfadaba, no le dije solo me fui y salí corriendo a mi cuarto, eche el pestillo, tenía que tranquilizarme o perdería el control. 

Por la noche oí que llamaban a la puerta, me acerque a ella. 

-¿Sí? 

-Soy la sirvienta, le traigo la cena. 

-No tengo hambre, pero gracias de todas maneras. 

Después me volví a tumbar pero a los pocos minutos volví a oír que llamaban a la puerta, me levante suspirando. 

-Gracias pero no tengo hambre. 

-Pues va a tener que cenar, si o si. 

-Sebastián. 

-Abre la puerta. 

-Sé que puedes abrirla. 

-Pero ese sería violar tu intimidad, quiero que la abras tú, por favor. 

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