UNO

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Los copos de nieven caen del cielo como lágrimas congeladas, con lentitud, casi con una elegancia desconocida que sabe perfectamente el final de su recorrido.

No recuerdo nada de mi vida, pero mientras apoyo la cabeza contra el frío cristal de la ventana estoy completamente seguro de que esta es una de las pocas veces que me detengo a disfrutar de los pequeños detalles de ella.

Dos días han pasado desde que el famoso arquitecto Serkan Bolat volvió a Estambul, el caso es que ya no reconozco a esa persona de la que todos hablan. Observar mi rostro en el espejo es como ver un lienzo en blanco, vacío, sin ninguna pista de quién es o quién pudo haber sido.

Todo el mundo parece reconocerme, todo el mundo menos yo.

Según dijeron los médicos, dos meses atrás había sufrido un accidente de avión rumbo a Italia, y era prácticamente un milagro que siguiese con vida. Mi cuerpo había sufrido graves heridas, desde costillas rotas a una lesión craneal. Quizás esto último es lo más complicado de todo, puesto que ese golpe en la cabeza ha terminado con mi identidad como persona.

Con el tiempo aprendí más sobre mí, lo suficiente como para saber que no estoy preparado para decirle al mundo que estoy vivo, lo suficiente para ser consciente de que si me detengo frente a las personas de las que me han hablado no seré capaz de relacionar sus caras con sus nombres, tan si quiera puedo recordar sus rostros.

Aunque... hay algo que sí recuerdo.

El rostro de la chica de las flores. No creo ni que sea real, pero aparece en mis sueños cada noche desde el momento en el que desperté en aquella cama de hospital... y es preciosa. Siempre el mismo sueño, siempre la misma chica.

Ella me sonríe, haciendo que sus ojos castaños brillen mientras aparecen hoyuelos en sus mejillas. Me sonríe mientras se balancea en el campo de girasoles y extiende la mano para que yo la tome.

—Vuelve — dejo escapar de mis labios ante el recuerdo de sus palabras.

El problema es que nunca logro alcanzar su mano, nunca logro regresar a ella.

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