Jaque Mate parte 15

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Félix pretendió dormir hasta pasadas las dos de la mañana. El colchón de aquella fría y enorme cama era demasiado suave y su espalda estaba comenzando a dolerle. Mientras se acomodaba entre las sábanas las escenas del día acudieron a su mente. Nuevamente, Marinette lo miraba con sus hermosos ojos llenos de dolor.

Él sabía que no era una buena persona, en un millón de oportunidades previas había pensado que era una tontería negarlo. Sin embargo, lo que había sucedido con Marinette aquella tarde, estaba mucho más allá de lo que él nunca hubiera imaginado que sería posible. Félix se puso de pie y miró hacía la ventana las calles desiertas. Él recordó la forma en la que ella le dijo que era la peor persona que había conocido, y no se atrevió a negarlo.

Félix sabía que poner al límite a Marinette era la única vía para conseguir que ella le revelara el secreto que tanto quería Gabriel. Sin embargo, por más que Félix la obligó, ella no le dijo nada. Probablemente, su tío estaba equivocado, Marinette no debía tener ningún secreto, ella no podía ser Ladybug, de lo contrario, se lo habría dicho. Después de todo él se había encontrado a minutos de abusar de ella.

Él se estremeció con aquel pensamiento, ya que le parecía aberrante que hubiera sido capaz de aquello. Sus recuerdos parecían ajenos, como si no le pertenecieran, o fueran de una especie de extraño que se hubiera apoderado de sus recuerdos y lo estuviera manipulando para pensar en aquellos momentos aterradores. Sin embargo, este no era un extraño y sus acciones le pertenecían únicamente a él.

Él dejó su frente chocar con el cristal de la ventana, mientras que la pálida luz de la luna se filtraba por la habitación. Durante el tiempo que había permanecido en París, no había dejado de preguntarse por qué Marinette no lo quería a él, por qué siempre tenía que ser Adrien quien tuviera el cariño y el afecto de todos, si él era tan rico y guapo cómo su primo, pero tal vez ese era el problema. Félix seguía hallando respuestas superficiales porque seguía haciendo preguntas superficiales.

Marinette y Adrien estaban dolorosamente en lo cierto, él no podía seguir pateando al mundo y esperar que nadie le correspondiera. Marinette no lo quería porque él era cruel con ella, y todos preferían a su primo, porque él no era un cretino condescendiente con delirios de grandeza. Félix había visto un sin fin de hombres como él, que estaban acostumbrados a vivir de aquella manera, sin nunca encontrar a nadie que los confrontara, su problema es que él se había topado con Marinette, y ella no se encontraba dispuesta a complacerlo.

Félix maldijo en silencio. Aquel desdichado anillo colgaba sobre su cabeza como una espada de Damocles. Por más que se encontrara avergonzado por sus actos, él no podía dejar de pensar en él, en que todo sería perfecto una vez lo tuviera en sus manos. Marinette lo perdonaría, lo amaría a él en vez de a Adrien, y su primo también lo perdonaría, todo sería simplemente perfecto. Él recordó la caja de seguridad detrás de la pintura, y entendió que no podía marcharse de allí sin mirar lo que escondía su tío.

Él recorrió silenciosamente los pasillos de la mansión, en tanto que luchaba por no despertar a Adrien. Afortunadamente, cuando caminó frente a la habitación de su primo encontró la puerta firmemente cerrada, por lo que concluyó que no existía ningún riesgo. Felix llegó a la oficina y observó con atención la pintura en la pared. Pasó un largo rato repasando con la mirada el óleo, tanto, que estaba comenzando a memorizar uno a uno los detalles en los triángulos de la pintura. De repente, Félix se percató de algo: habían tres triángulos que no parecían tener la misma textura que el resto de la obra, era una diferencia casi imperceptible, pero él sabía que se encontraba allí.

Félix pulsó el primer triángulo y nada sucedió. Luego, siguió al segundo, y nuevamente, nada ocurrió. De repente, se preguntó qué ocurriría si pulsaba los tres botones al mismo tiempo. Félix lo hizo, y el resultado fue más allá de lo que él hubiera podido si quiera imaginarse. Una especie de ascensor lo condujo hasta un sótano en el que él nunca había estado. Él se encontraba aterrado, pero su miedo fue más fuerte que su curiosidad, por lo que avanzó lentamente por el pasillo, hasta que se encontró con una gran galería iluminada por la diáfana luz de un cristal adornado con una enorme mariposa negra.

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