Reflejos

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Canción: Reflejos —Rubytates

La Luna llena y brillante se alzaba detrás de la ciudad, una Luna que jamás dejaría de brillar. En el barandal de piedra de un balcón casi en ruinas, se recargaba un joven muchacho de largos cabellos negros que contrastaban con su blanca y fina camisa de lino (quizá), una profunda mirada que apenas se distinguía a tiempo que volteaba a mirarte, o al menos desde su perspectiva eso parecía. ¿A quién estaría mirando con tal querencia?
Toshinori se lo preguntaba.

Hace una semana que había llegado la nueva pintura al museo dónde trabajaba. Al parecer la habían rescatado de una propiedad que estaba casi en ruinas, había pertenecido a un duque en una época donde la guerra y la hambruna no dejaban tiempo para contemplar la noche, sin miedo a que los bárbaros enemigos atacaran desde los techos a punto de caer, mucho menos había tiempo para retratar y cultivar las bellas artes. Pero no había duda, la obra de autoria desconocida era auténtica de aquél tiempo y el joven en ella, contra toda lógica o razón,  realizaba ambas actividades. De ahí la importancia y el valor tanto artístico como histórico que guardaba, una muestra de cariño y resiliencia.

La habían llevado a él porque a pesar de estar bien conservada, era necesario realizar las pruebas de certificación que requería el museo; además con el tiempo el barniz que cubría el óleo se había ensombrecido y la madera que la sostenía debía ser remplazada.

No había nadie mejor que él para completar la tarea, era reconocido por su gran habilidad a la hora de restaurar viejos retratos, tanto que entre sus compañeros se había ganado el apodo de All Might «aquél que podía regresar a la vida hasta la más olvidada pintura» le encantaba su trabajo, sentía que iba con él. Se rodeaba de todos aquellos viejos objetos que a pesar de haber nacido hacía tanto aún mostraban una gran vitalidad, sentía que eran muy similares en ese aspecto.

Su primera impresión al ver la pintura es que efectivamente era bella, guardaba cierto misticismo que a la gente que acudía a los museos y galerías le encantaba ver. No tenía duda de que iría muy bien con las otras pinturas que orgullosas se exhibían por todo el lugar.

Sin embargo las cosas no habían acabado ahí, después de la valoración inicial Toshinori quedo encantado por ciertos aspectos que guardaba y que seguramente alguien con menos experiencia no habría podido entender. La técnica que había usado el artista era muy conocida y usada para su época, aún así había logrado una paleta que combinaba colores brillantes y llamativos junto a oscuros tonos que los hacían resaltar aún más, pero estaban colocados en puntos estratégicos que evitaban que tu atención se centrara en un solo lugar y que inevitablemente te llevaban al centro del cuadro, al ardiente brillo en los ojos del muchacho.
La maestría y detalle que se le había concedido al joven doncel en comparación con el esfumado que lucía el fondo, que sin dejar de retratar la adversidad de la guerra que en ese momento seguramente era devastadora, parecía envolver la escena regalandote un viaje dentro del cuadro. Como si fueras tú quien llegando al balcón, donde la escena principal tenía lugar, hacía que el joven se voltease a mirar; como si todo este tiempo te hubiera estado esperando a ti y ahora que por fin regresabas no habría manera de que te pudiera dejar ir de nuevo.

Luego de esa repentina y hasta romántica línea de pensamientos, el interes de Yagi por la pintura no hizo más que aumentar. Imposible de controlar, cada día su pulso se aceleraba con solo pensar en poder trabajar en el cuadro, poder estar cerca y seguir descubriendo los secretos que escondía. Había pasado a ser algo personal.

Incluso después de que su trabajo terminara y que el cuadro tuviera que ser presentado al mundo, su fascinación no disminuyó. La incomodidad de que otras personas pudieran ver lo que con tanto amor el había restaurado se hizo presente, como si se estuvieran metiendo entre su amante y él, entre la persona con quien por las noches compartía toda una historia sin necesidad de pronunciar palabras que seguramente no alcanzarían a describir todo lo que entre ellos se quisiera decir. 

Aún así la obra tenía que ser presentada y esa noche todos la verían, no solo quienes asistieran al evento, se transmitiría en vivo a otros países y se tomarían fotos que conmemoran la ocasión. Evidentemente Toshinori, como el restaurador principal, sería quien presentaría al mundo un pedazo de su alma.

No era probable que en su mente lo pudiera olvidar, frecuentemente tenía sueños donde se veía llegando al balcón, agitado, sucio y cansado; pero caundo el joven volteaba, cuando lo veía con esa mezcla de cariño y altanerismo, como queriendo decir «Te dije que volveríamos a encontrarnos», cuando extendía su mano hacia él invitandolo a contemplar el arruinado mundo y la paz que parecía persistir a pesar de que el peligro asechaba, cuando todo eso ocurría el corazón de Toshinori se volvía sereno.

La primera vez que tuvo ese sueño, dos días antes de la gran revelación, el rubio no pudo tomar la mano del otro, el fuego se exparció rápidamente y el joven se perdió entre el espeso humo. Yagi despertó agitado y con lagrimas corriendo por su anguloso rostro. Las noches siguientes el sueño tuvo un resultado similar.

Ese óleo parecía ser permanente en él, lo inspiraba, lo atrapaba y simplemente no sabía que hacer.

¿Acaso se había enamorado de una pintura? Incluso cuando él lo pensaba sonaba a una locura, pero ahí estaba, a tres horas de estar frente a la prensa internacional con una gran sonrisa, a minutos de codearse con críticos y snobs del arte, a cuatrocientos años del joven que lo esperaba.

Las luces se apagaron y volvieron a prender, tenuemente sobre la pintura y un poco más brillante sobre el elegante All Might.

El cuadro estaba tan cerca y él no podía hablar.

No era que no supiera que decir, había hecho esto cientos de veces antes, empezaría presentandose y deseando que todos estuvieran pasando una buena noche, después seguiría con tecnicismos de la obra, de la época en la que se plasmó, la técnica que se había usado para restaurarla y lo nada que se sabía del autor, dejando una incógnita que el mundo pudiera responder. Finalmente, habría un espacio para preguntas que él amablemente contestaría. Sabía todos los pasos a seguir pero no podía hacerlo.

El público se empezaba a impacientar, un murmullo general corría por toda la sala que no hacía más que aumentar la respiración del presentador, empezaba a hiperventilar, todo se veía borroso. El cuadro estaba tan cerca de él y su cuerpo parecía vibrar.

Entre reflejos percibio de nuevo la habitación, no donde hace unos segundos se encontraba, no, era el balcón de una cuidad que había desaparecido ya hace mucho tiempo. Similar a su sueño, sin embargo esta vez todo parecía más vivo, los colores, el frío aire que chocaba contra su sudada piel, el olor a humo y la brillante luna. Subió lentamente la escalinata que lo separaba del borde del balcón, suave y silenciosamente, únicamente su respiración, los grillos y los latidos de su corazón retumbaban en sus oidos.

Frente a él un joven y esbelto muchacho admiraba la noche, al escucharlo acercarse se volteó lentamente. Ahí estaba, la luz de su mirar que en ese momente se sentía más brillante que la luna sobre ellos. Su presencia que daba color, tonos que antes no había logrado percibir, calor quizá de la vela que alumbraba tenuemente.

Toshinori tragó secamente, normalmente era en ese punto que su sueño terminaba, donde las llamas lo envolvían todo...

Pero no esta vez, dio otro paso y el joven que con amor  le miraba sonrió sutilmente mientras extendía su mano. La tomó y el calor se extendió sobre su ella, sobre su pecho, sobre su ser; no eran llamas, solo era la mirada de quién frente a él lo hacía sentir por fin en casa.

Tomó su mano con más fuerza y avanzó hasta finalmente estar al costado del otro, juntos contemplando las estrellas, las tenues fogatas que a lo lejos anunciaban la llegada del enemigo. Quizá esa noche sería la última que compartirían en ese tiempo, pero no importaba porque Toshinori presentía que ese momento quedaría grabado, como un óleo permanente atrapando ese lugar y guardandolo para siempre.

Cuatrocientos años después, se presentaría al mundo el único cuadro que había logrado sobrevivir a una sangrienta noche, donde una pareja se sostenía de la mano mientras los enemigos quemaban y destruían una ciudad que ahora estaba en ruinas.




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