Psicosis

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Hernández está loco. Antes no lo sospechaba, pero desde que Penélope me lo insinuó una tarde de verano como esta, un año atrás, comencé a notar en él los signos evidentes de una incipiente psicosis. Viene todas las tardes, siempre a las cuatro y treinta. Mira constantemente su reloj de pulsera. Tensa el mentón y el labio inferior si pasan las seis y no ha salido. Visita a alguien diferente cada vez: su inconstancia me pone nerviosa en ocasiones, pero a Penélope no. Ella dice que le recuerda a un colibrí yendo de flor en flor. Empezó a estudiar a Hernández desde sus primeras venidas a casa, probablemente fue la primera en notar los síntomas.

—No tiene solución —me dice a la hora del almuerzo—, ya es muy tarde para él.

Entre ella y yo discutimos los posibles diagnósticos para Hernández, aunque últimamente hemos dejado el tema. Penélope insiste en que no hay cura pero yo estoy segura de que aún se puede salvar. 

—¿Cómo estás, Dalila?

Hernández habla con su timbre acuoso. Sí, es como agua su voz, no encuentro una mejor descripción. Ahora que está frente a mí siento algo de miedo. Nunca he tenido tanta proximidad con pacientes psiquiátricos, esa es la especialidad de Penélope. Ella, como siempre, está retrasada.

—¿Qué te pasa?

Me pregunta y siento que me ahoga, veo cómo salen peces de su boca, y algas marinas; pero ver a Penélope entrar por la puerta es como ser rescatada del fondo del abismo oceánico.

—Tardaste demasiado.

Sonrío y la miro. Ella mira a Hernández. Hernández me mira a mí.

—¿Estás tomando tu medicación, Dalila?

Él exhala. Penélope se acerca a mi oído y susurra.

—Te lo dije, él no tiene cura.

Bajo el Árbol (Microrrelatos Y Minicuentos)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora