Con golpes

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Otra noche más en la que no podía dormir. Otra vez que daba vueltas en su cama, incapaz de conciliar el sueño.

Miró la hora, eran las tres de madrugada. Se levantó de donde estaba tumbada, y se dirigió a su armario. Cogió un conjunto deportivo negro y unas zapatillas. Con cuidado de no despertar a Venus, quien dormía plácidamente en su colchón, abrazada a un pequeño peluche que su madre le había regalado hace unos años.

Recordaba haberle preguntado por él, y haberle dicho que era bastante mayor como para dormir con muñecos. Su amiga le contestó que aquél juguete no la acompañaba en sus noches porque fuese un peluche, sino por lo que simbolizaba. Le contó que su madre se lo regaló cuando era muy pequeña, apenas una niña, y que no se había separado de él durante mucho tiempo. Lo había sostenido el día de su noveno cumpleaños, que fue el día en el que aprendió a hacer su primer hechizo. Había estado con ella la noche en la que se enteró de que su padre había fallecido, lo sujetó cuando tuvo que ver partir a su hermano, para luchar en el mundo mágico. Estaba junto a ella en su mochila cuando recibió la visita de Dowling, contándole que había entrado en Alfea, lo metió en su mochila el primer día que asistió a esa escuela... Ese peluche significaba muchas cosas para Venus, y todas eran recuerdos.

Se vistió con la ropa que había elegido, se hizo una coleta despeinada, y se marchó del cuarto. Cerró la puerta de la habitación que todas compartían despacio, tratando de no despertar a nadie.

Corrió por los pasillos de aquella escuela lo más rápido que pudo, para salir de allí lo antes posible. Una vez que estaba en las puertas, se dirigió a la escuela de los especialistas. Sabía que no debía ni podía estar allí, y que si la pillaban se iba a meter en un buen lío, pero no podía pegar ojo, y la única manera de distraerse era entrenar.

Caminó por el verde pasto del lugar, cruzando el campo de entrenamiento. Se dirigió a la fila de sacos de boxeo que había en una parte, y se situó en el que estaba más cercano a ella.

Atenea lanzó el primer golpe con la mano derecha convertida en puño. Golpeó el saco con mucha fuerza, causando que le doliera. No había traído la protección necesaria para no hacerse daño, pero poco le importaba. Necesitaba descargar toda la furia que se acumulaba en su interior, y que cada vez crecía más.

Ignorando el dolor, volvió a lanzar un segundo golpe, esta vez con la izquierda.

Después otro, con la derecha.

Otro más.

Un cuarto.

Un quinto.

Y siguió así durante un buen rato, descargando la furia que la conversación con Dowling le había acumulado. Olvidándose de sus aquellos pensamientos que la torturaban. Sintiendo como la sensación de impotencia disminuía un poco.

- ¿Qué haces aquí?

A lo lejos una voz masculina la sacó del mundo en el que estaba absorta, pero al darse cuenta de quién era, siguió golpeando el saco, como si su voz no la perturbara.

- ¿Es qué estás loca? ¿Acaso quieres romperte las manos?

El especialista se alarmó al ver que la chica estaba golpeando sin las protecciones necesarias, y caminó hasta donde estaba.

- Déjame en paz, Sky.

Volvió a lanzar golpes, esta vez con más fuerza, si es que eso era posible.

- ¿Puedes decirme por qué haces esto?

El chico habló seriamente, pero ella lo ignoró por completo. Mordió su labio inferior con fuerza, llegando a hacerse un poco de daño. Lanzó un golpe con el puño derecho, e hizo una mueca de dolor. Sky, totalmente preocupado se situó a centímetros de ella.

- ¿Qué te está sucediendo? - sujetó su mano derecha con la intención de revisarla, pero Atenea la apartó rápidamente.- Deja que te revise las manos.

- Estoy bien.

- Ambos sabemos que eso no es verdad.

Hizo el intento de acercase otra vez para golpear, pero él situó enfrente de la chica, interponiéndose entre el saco y ella.

Trató de apartarlo, o moverlo hacia un lado, pero no lo consiguió. El chico parecía un mueble pesado, por lo que no fue capaz. Suspiró muy lentamente, sintiendo como la rabia se aporedaba de ella, y apretó los puños, aguantando el dolor y las muecas que amenazaban con formarse en su cara. Él volvió a intentar tomar su mano.

- No me toques.

- Atenea... No estás bien.

- ¡Te he dicho que estoy bien! ¡Lárgate y déjame sola! No necesito tu ayuda, ni tu compasión. No te quiero cerca de mí ahora mismo, ni a ti ni a nadie, así que déjame sola.

- Nea...

Hacía demasiado tiempo que Atenea no oía ese apodo, y Sky no lo pronunciaba. Algo en ella se removió, pero no supo exactamente que fue.

- No me digas así. - habló con dureza.

- Sé que no estás bien, porque a pesar de todo te sigo conociendo como la palma de mi mano. Está bien si no quieres contármelo, no voy a obligarte. Pero, necesito que pares, y me dejes curar esas heridas.- ella negó, mientras apartaba la vista.- No seas cabezota, puedes lastimarte. Necesitas que descansar y dejar de hacerte daño a ti misma.

Simplemente explotó.

- ¡Ya te he dicho que estoy bien! ¿Crees que me conoces? ¿Crees que sabes lo que me pasa?¡Tú no sabes nada de mi! ¡Me conocías antes, pero ya no! ¡No sabes lo que está sucediendo, ni lo que pudo haber sucedido! ¡No entiendes por lo que yo estoy pasando, ni lo entenderás nunca! ¡Tampoco puedes apoyarme, porque cada vez que estoy cerca de ti pienso en la última vez que nos vimos! ¡Pienso en cómo me dejaste caer al abismo! No necesito que cures mis heridas, no necesito descansar, no necesito hablar con nadie... ¡Necesito irme de este puto lugar que sólo me trae recuerdos demasiado dolorosos y que ahora me está creando otros iguales!

- Nea...

- ¡Te he dicho que no en digas así, joder! ¡Ya no tienes ese derecho! Necesito estar sola, y descargar la furia que llevo dentro. Quiero golpear el saco hasta que crea que ya es suficiente, lo que va a ser por mucho tiempo. Quiero olvidarme de la rabia, de la impotencia, de todo por un tiempo.- apartó la mirada del chico, y soltó un suspiro tembloroso.- Por favor, vete.

Sin previo aviso Sky rompió los centímetros que los separaban y la envolvió en sus fuertes brazos. Atenea  se removió entre ellos, tratando de separarse. El chico la abrazó con más firmeza, sabía que ella necesitaba desahogarse y que alguien la sostuviera.

Él la sujetó con fuerza, haciéndole saber que estaba para ella a pesar de las cosas del pasado. Que estaba ahí para sostenerla cuando no pudiese hacerlo ella misma. Le acarició el pelo, para que de alguna manera supiera que la seguía queriendo, y que aunque no supiese lo que le pasaba, siempre la apoyaría.

Momentos de después ella se dejó llevar por el abrazo, abatida. Las lágrimas que momentos antes amenazaban con salir, ahora eran dos ríos interminables que se extendían por su bello rostro. Escondió la cabeza en su cuello.

- Está bien, estoy aquí.-besó su frente delicadamente. - No voy a dejar que algo más te pase. Una vez te prometí no dejarte caer a pesar de todos los problemas que tuviésemos, y ser tu red, ¿recuerdas?

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