Desvelando secretos

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- ¡Bienvenida de nuevo a Alfea!

La directora Dowling habló con bastante entusiasmo, que a Atenea le resultó algo falso, cuando la vio entrar en su despacho acompañada de Silva. Se levantó de su asiento y rodeó la mesa hasta quedar frente a frente con la chica.

- Mentiría si le dijese que quiero estar aquí.- habló con un tono algo aburrido.- ¿Para qué me ha llamado, exactamente?

- Quería hablar contigo sobre un tema importante. Tú no lo sabes, pero es hora de que te enteres.- miró detrás de la chica, donde se encontraba Ben Harvey, el padre de su compañera de habitación, y su antiguo profesor. Le hizo un gesto con la mano a la mujer, indicando que no debía decir nada, que era mejor que Atenea no se enterase. Miró su reloj, buscando una excusa para cambiar de tema.

- Oh, que tarde es. Siento hacerte venir hasta aquí, pero acabo de darme cuenta de la hora que .- se aclaró la garganta.- Voy a entregarte tus horarios, y otro día hablaremos mejor, ¿te parece?

La chica estaba un poco incrédula: la llamaba, sólo para darle los horarios, los cuales ya se sabía de memoria. La mujer extendió su mano con las hojas, y la chica los agarró. Puso una sonrisa algo falsa, mientras los agarraba.

- Claro, sólo tiene que llamarme y yo estaré aquí.- respondió.- Después de todo, es usted la directora.

Se giró, y se dio cuenta de la presencia del otro hombre. Hizo un movimiento con su cabeza, saludándolo, y acompañada de Silva se dirigió a la puerta del despacho, dispuesta a salir lo antes posible de allí. Ninguno de los presentes le caía bien, excepto Silva. A ambos les tenía algo de rencor. Harvey siempre tuvo algo que no le cuadraba a Atenea, algo que la hacía sospechar de que no era tan bueno e inocente como aparentaba. Cuando estudiaba en Alfea intentaba evitarlo todo lo posible.  

Y Dowling la trató bien durante un tiempo, pero de un día para el otro empezó a tener gestos algo despreciables con ella  y la trataba mal. Nunca supo el motivo de su cambio repentino, pero lo que si sabía es que la mujer se disculpó con ella antes de que se marchara. 

Le pidió perdón, pero como Atenea era demasiado orgullosa, no la perdonó.

- ¡Atenea, espera! - Dowling, totalmente decidida a contarle la verdad, a pesar de todas las advertencias de Harvey, la llamó.

La chica se dio la vuelta con el ceño fruncido por el repentino cambio de actitud de la mujer, pero no dijo nada. Se acercó hasta donde estaba ella.

- Dejadnos solas, por favor.

Los hombres, haciendo caso a su petición, aunque Harvey a regañadientes, se marcharon de la habitación. La mujer se acercó a unos sillones que habían en su despacho, y le indicó a Atenea que se sentara junto a ella, pero esta se negó. Le dio una mirada nerviosa mientras asentía.

- Antes de nada, tengo que advertirte de algo; yo no elegí cuando contártelo, así lo quiso tu madre. Puede que lo que te voy a decir te deje un poco en shock, pero es la realidad.- Suspiró profundamente, preparándose para la que seguramente sería una charla intensa.- Conocí a Gabrielle, tu  madre, hace muchos años. Yo estudiaba aquí en aquella época, tenía unos años más que tú, cuando Rosalind, la que fue nuestra directora y mentora por mucho tiempo, nos presentó. Al instante en que la vi, supe que era una de las hadas más poderosas que había visto en mi vida, y no me equivoqué. Gabrielle no era como las demás hadas, no era como yo, ni siquiera como Rosalind. Tenía algo especial, y no me refiero a su resplandeciente belleza o a su carácter. Me refiero a su poderes. Ella no era un hada normal, al llegar creía que era un hada de la luz, lo cual era extraño, ya que no nació en Solaria. Después descubrimos que podía sentir las emociones de los demás, y que también podía controlar las plantas, ahí nos dimos cuenta de que ella no tenía un solo poder, y que no era un hada común.- la miró, mientras Atenea se sentaba a su lado, algo confusa pero muy atenta.- Investigamos lo que podía ser, y descubrimos que era un tipo de hada superior a nosotras. Era un hada que nunca se había visto en Alfea, un hada más fuerte que cualquiera de nosotros. Gabrielle era un hada de la naturaleza.

Atenea, muy confusa, se atrevió a preguntar.

- Pero, ¿las hadas no son todas de la naturaleza? Es decir, sus poderes están relacionados con eso.

- Sus poderes sí, pero ellas no. Tu madre era un hada de la naturaleza, una criatura perteneciente de ella.- se sirvió un poco de té.- Ser un hada de la naturaleza significa tener más de un poder, es más, significa poder controlarlos todos. Significa ser una especie superior a las demás. Ellas son guerreras y salvadoras de todo lo natural, entrenan prácticamente durante toda su vida para controlar sus habilidades y poder defender los reinos mágicos.

- ¿Mi madre era una de las hadas más poderosas de esta tierra?¿Y por qué ya no se ven a ninguna de ellas?¿Qué les pasó a esas hadas...- tragó grueso.- A ella?

La miró comprensiva, y a la vez lastimosamente por lo que venía a continuación.

- Como te he dicho antes, querida, Rosalind sabía de su existencia y de lo que podía hacer. Durante un tiempo la adoraba, pero, cuando le propuso que se uniese a su maquiavélico equipo, y Gabrielle se negó, enloqueció contra ella.

- ¿En qué consistía ese equipo? - la interrumpió.

- Rosalind reunió a varias personas, entre ellos especialistas y hadas muy poderosos, para acabar con los quemados. Pero el problema no era ese, el problema era que no les importaba con cuantas vidas tenían que acabar para destruirlo. Mataron a niños, mujeres, ancianos...- la miró, sintiendo un pequeño nudo en la garganta.- Tu madre claramente se negó a formar parte de esa atrocidad, y ahí fue cuando empezó su tortura. La de todas las hadas de la naturaleza.

- ¿Qué...

- Con tortura, me refiero a su persecución.- continuo, impidiendo que la interrumpiese.- Rosalind explotó, y quiso "vengarse" de Gabrielle. Le contó a la reina de Solaria lo que tu madre era, y le dijo que eran un peligro para la sociedad, y que si se lo proponían, podían acabar con el mundo mágico, incluso con todos. Luna, enloquecida con la posibilidad de que le quitasen el poder que poseía y su trono, mandó a exterminarlas. Esas mujeres fueron perseguidas y torturadas hasta perder la vida. 

Atenea, con los ojos llenos de lágrimas, se llevó la mano a la boca, horrorizada con la idea de que su madre, la mejor mujer que conoció en su vida, fuese torturada. Las lágrimas eran de tristeza, sí, pero sobretodo de rabia. Estaban llenas de despecho, de impotencia por no poder vengarse en ese mismo momento de Luna.

- A pesar de todo, Atenea, tu madre luchó hasta el final. Todas lo hicieron. Eran las mujeres más fuertes que alguien conocerá jamás. Fueron las mejores guerreras, pero también las mejores madres.- retuvo las lágrimas que amenazaban con salir.- Dieron todo, hasta su vida, por salvaros. A ti, y a todos su descendientes y amigos.

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