╰┄───➤ °♡•.1.8 Momentos

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Escenario
Temática: AU/Sobrenatural/Misterio
Pareja: Sanekana
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╔════════✮°•°❀°•°✮═══════╗EscenarioTemática: AU/Sobrenatural/MisterioPareja: Sanekana╚════════✮°•°❀°•°✮═══════╝

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Kanae miraba la bahía. Sus ojos eran tan grises como la espesa niebla que se cernía sobre la costa, como las aguas agitadas que lamían la playa de guijarros a sus pies. El violeta había desaparecido por completo de sus pupilas y lo sabía. Ella estaba demasiado lejos. Se abrigó al notar la tormenta gélida que traían las aguas. Aunque se arrebujó  en la gruesa chaqueta marina de color negro, sabía que aquel era un gesto inútil.

Cazar siempre la dejaba aterida. Solo una cosa le podría hacer entrar en calor en ese momento, pero se hallaba fuera de su alcance.

Echó de menos la coronilla de ella, el lugar perfecto donde posar los labios. Evocó su cuerpo entre sus brazos, y se vio a sí misma besándole el cuello. Con todo, era mejor que él no estuviera allí en ese instante, porque aquella visión la horrorizaría.

A su espalda, los balidos de los leones marinos dormitando en grupos a lo largo de la orilla meridional de la isla reflejaban a la perfección cómo se sentía: atrozmente sola, sin nadie alrededor para escucharle. Nadie excepto Sanemi.

Este se encontraba agachado ante ella, atando un ancla oxidada en torno a un bulto mojado que yacía en el suelo. Pese a estar ocupado en algo tan siniestro, Sanemi tenía buen aspecto. Sus ojos lilas brillaban y llevaba el pelo blanco muy
corto. Era la tregua, que proporcionaba a los ángeles un resplandor más intenso en las mejillas, un brillo más lustroso al cabello e incluso realzaba aún más sus cuerpos perfectamente musculados. Para los ellos, los días de tregua eran lo más parecido a unas vacaciones en la playa para los humanos.

De ahí que, aunque Kanae lamentaba profundamente cada vida a la que tenía que poner fin, ante los demás tuviera la apariencia de alguien recién llegado de una semana de descanso en Hawaii: relajada, descansada, morena.

Mientras apretaba un nudo complicado, Sanemi dijo:

—Típico de Kocho: siempre haciéndose a un lado y dejándome el trabajo sucio.

—Pero ¿qué dices? He sido yo quien ha acabado con él.
Kanae bajó la mirada hacia el muerto, contempló el áspero y apelmazado pelo gris en su frente pálida, las manos nudosas, los chanclos de goma baratos y el reguero de color rojo oscuro que le atravesaba el pecho. Aquello le hizo volver a sentir mucho frío. Si matar no fuera imprescindible para garantizar la seguridad de ella, él no habría vuelto a blandir ningún arma, ni a luchar en ninguna otra batalla.

Por otra parte, había algo en la muerte de ese hombre que no acababa de encajar. De hecho, Kanae tenía el vago e inquietante presentimiento de que había algo completamente equivocado.

—Acabar con ellos es lo divertido. —Sanemi hizo una lazada con la cuerda en torno al pecho del hombre y la apretó por debajo de los brazos—. El trabajo sucio es deshacerse de ellos tirándolos al mar.

Kanae sostenía aún la rama de árbol ensangrentada en la mano. Sanemi se había burlado de aquella elección, pero daba igual lo que utilizara. Sanemi era capaz de matar con cualquier cosa.

—Date prisa —gruñó, molesta ante el placer evidente que Sanemi sentía con el derramamiento de sangre humana—. Estás perdiendo el tiempo. La marea está bajando.

—Si no lo hacemos a mi modo, mañana la pleamar volverá a arrastrarlo a la orilla. Eres demasiado impulsiva, Kanae, siempre lo has sido.

Kanae se cruzó de brazos y volvió a contemplar las crestas blancas de las olas. Un catamarán turístico procedente del muelle de San Francisco se dirigía hacia ellos. En otros tiempos, la visión de aquel barco le habría evocado todo un
torrente de recuerdos. Mil salidas dichosas con Sanemi por un océano de miles de vidas. Pero ahora, cuando ella podía morir y no regresar, en esta vida en la que todo era distinto y en la que no iba a haber más reencarnaciones, Kanae era muy
consciente de que ella carecía de recuerdos.

Era la última oportunidad. Para ambos. En realidad, para todo el mundo. Lo importante, por lo tanto, era el recuerdo de Sanemi, no el de Kanae, y para que ella sobreviviera era imprescindible sacar a la superficie con delicadeza muchas
verdades asombrosas. Notó cómo todo el cuerpo se le tensaba al pensar en las cosas de las que ella se iba a enterar.

Color Club Violet: Kanae Kocho | Kimetsu no YaibaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora