El conjunto de vivencias colorean tu corazón hasta alcanzar una gama determinada, el cual, definirá todos tus pensamientos, sentimientos y preferencias. Para poder comprender el color, debemos entender de dónde proviene.
¿Qué es lo que reside en el...
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-Sanemi -pronunció su nombre temerosa de que desaparezca, de haberlo conjurado con su deseo -. He hecho lo que me has pedido.
No apartaba la vista de él ni un segundo y era como si el agua desapareciera porque lo único que sentía encima de su piel eran sus ojos.
No llevaba la americana, estaría sobre la cama o colocada en el respaldo de una de las sillas del salón. O en el sofá, junto con la corbata que tampoco llevaba consigo.
Empezó a desabrocharse la camisa blanca; en cuanto aparecieron las cicatrices que cubrían partes de su torso se le cortó el aliento, pero él las lucía orgulloso porque significaban que estaba allí con ella. Y que por fin era quien tenía que ser.
Aflojó los puños y la prenda cayó al suelo. Levantó una mano para acariciarlo y tropezó con la mampara de cristal. Abrió los ojos y se humedeció el labio inferior.
-Espera -susurró él.
Se detuvo, estaba a punto de gritarle que siguiera avanzando pero las palabras se agolparon en su garganta por culpa del deseo. Se quitó los zapatos y él cerró los dedos hasta clavarse las uñas en las palmas de las manos. La ropa era un estorbo cuando su piel se moría por sentir la de él encima.
-He hecho lo que me has pedido -repitió-. Les he demostrado que soy Sanemi Shinazugawa.
Con paso firme se acercó a la ducha donde Kanae se estaba ahogando de amor por él, pero volvió a detenerse.
-No... -balbuceó.
Las pupilas de él ardían en llamas.
Ahora necesitaba que le demostrara que era suyo. Colocó las manos en sus hombros; estaban a punto de fallarle las rodillas y necesitaba besarlo.
Fue a besarlo, sus ojos prendieron de los de él y se detuvo. Estaban desnudos el uno frente al otro. Sanemi debía de haber cerrado el grifo porque el agua había dejado de caer. Estaban mojados, y a Kanae se le había erizado la piel al sentirlo tan cerca. Levantó la mano derecha en busca de su rostro, y en cuanto su palma se posó en su mejilla cerró los ojos.
-Eres mía.
Notó la mano de él en su cintura... Le temblaban los dedos.
-Quiero sentirlo -. Las palabras le arañaban la voz.
Admiraba a Sanemi por la valentía con la que admitía sus necesidades; creía que eso lo hacía vulnerable cuando en realidad era todo lo contrario. Sin embargo, esa noche estaba distinto: la firmeza de su torso al respirar, la decisión de sus hombros.
