Yang Jungwon, un chico tierno y dulce que tiene a todo su instituto vuelto loco.
Park Jay, un hijo de perra (como le describe su mejor amigo Nicholas) capitán del equipo de básquetbol.
¿Como es que el destino abrió camino a un tierno y dulce amor...
El tierno chico de cabellos azabaches, estaba enfadado. Tenía su cara roja de furia y aunque él creía que se veía realmente aterrador, en realidad se veía bastante adorable. Lástima que nadie estuviera cerca como para verlo y morir de una sobredosis de ternura.
Volviendo al tema, Jungwon estaba muy enojado, pues la actitud de ese chico si que le había sacado de sus casillas. ¡¿Quién se creía que era?! Pff, era un tonto.
Jungwon realmente odiaba a los tipos de su clase. Siempre eran iguales; egocéntricos, egoístas, engreídos y siempre piensan con sus "partecitas privadas" antes que con la cabeza. Jungwon en verdad era una persona con una gran paciencia, el jamás decía groserías y siempre tomaba las cosas con calma. Pero ese tipo enserio se merecía el ese "insulto" que le dijo el pequeño. Pues el consideraba que "imbécil" significaba una gran grosería, más si el chico era supuestamente mayor, pues entonces sería su Hyung, y el jamás le faltaba el respeto a sus Hyung's. Pero, demonios, el no podía evitar demostrar su desagrado hacia ese tipo de personas.
Jung enserio detestaba mucho a los engreídos, pues en el pasado, uno de ellos le enamoró con su cursilería barata y lindos regalos, pero al final resultó ser que sólo estaba jugando con el, para demostrar que él podría tener a quien quisiera, incluso a uno de los famosos hermanos Yang.
En ese tiempo, Jungwon sufrió bastante, pues él realmente quería a ese imbécil, y aunque luego de un tiempo lo superó y le dió una cucharada de su propia medicina, Jun no podía borrar ese odio a los idiotas que intentan ligársele, porque sabe que todos son iguales y que eso jamás cambiaría.
El pequeño quiso dejar de pensar en eso, pues le traía malos recuerdos y le ponía de mal humor. Así que decidió escuchar un poco de música, la música siempre le levantaba el humor; procedió a sacar sus auriculares y conectarlos a su teléfono, y luego de colocárselos; y al final solo caminó hacía al cerezo de esta mañana. Se recostó bajo éste, en el césped y se quedó mirando hacía el cielo, quién era cubierto por las ramas y flores de aquel bello árbol.
Revisó nuevamente su teléfono y vio sus notificaciones las cuales mostraron los desesperados mensajes de su primo, así que las contestó rápidamente, aunque estos ya fueran desde hace un buen rato.
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