Capítulo Cinco

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  La tintineante luz en el estudio a veces dibuja sombras y dificultaba su labor de implante capilar al pequeño de cera. Cuando eso ocurría, Jacob podía jurar que esa criatura le sonreía con sorna. Agradeció que aquella mañana hubiera optado por una camiseta de tirantes en vez de manga corta como solía usar, al preguntarle a su jefe, este no había encontrado problemas a su vestimenta.

  Era cuestión de unos cuantos pelos acabar con la hazaña, pero su concentración le llevó a ser víctima de un susto por parte de un timbrazo en algún rincón del estudio. El señor Cullen escondió una sonrisa de camino al teléfono.

  —Apunte, señor Black —dijo tapando el auricular del teléfono—. Dos muñecas tamaño adulto. Rasgos exóticos, vestidos y telas rojas. Ojos azul claro y largas melenas castañas. A recoger el próximo viernes antes de las once de la mañana —se giró de nuevo hablando con el cliente—. Gracias por contar con este estudio, que tenga un buen día.

  Cuando colgó Jacob intercambió una mirada con él.

  —No quiero ni saber a dónde van esas muñecas.

  —No sea mal pensado, señor Black. La mayoría de los encargos lo realizan empresas de cine, talleres de moda o gente que quiere alguien lo más real posible para tener compañía. Hace años una anciana me pidió que creara un niño de aspecto angelical para pensar que era el hijo que nunca tuvo.

  —¿Ya no se lleva eso de adoptar perros como animal de compañía?

  —Puedo empezar a hacer animales de cera para los que quieran animales que no tengan que salir a pasear. ¿Quiere qué le haga un lobo?

  Los ojos de el señor Cullen relucieron alegres en sincronía con su broma, Jacob sonrió a su pesar.

  —Prefiero uno real —colocó los últimos mechones antes de soltar las pinzas y carraspear levemente—. ¿Qué horarios hay para mañana?

  —Ninguno —expresó mirándole de medio lado centrado en la tarea que tenía entre manos y él—. Los fines de semana son suyos.

  —Preferiría trabajar, no encuentro nada con qué distraerme.

  —Se va a volver usted un adicto al trabajo, eso o empieza a gustarle demasiado lo que hace.

  —Al fin y al cabo esto es una ramificación del arte. ¿Qué tiene de malo este empleo?

  —Para mí nada. Es perfecto.

  Tras unos minutos de silencio el señor Cullen dejó el instrumento que estaba usando sobre la mesa y se encaró hacia él.

  —Debido a su carencia de planes me atrevo a proponerle algo ¿le gustaría echar un vistazo a la propiedad? Creo que los ciervos le parecen a usted preciosos.

  —¿Me va a dejar fisgonear por los alrededores? —preguntó sorprendido.

  —Fisgonear suena como si estuviera buscando cotilleos respecto a mi persona. Le acompañaré y le contaré la historia de esta mansión, sé que desea escucharla.

  Jacob le miró atónito sin explicarse cómo sabía aquello, su jefe sonrió como si lo hiciera ante un niño asombrado por la inteligencia de un adulto.

  —Le esperaré mañana a las diez en la entrada, lleve ropa cómoda.

  —Gracias, señor Cullen. Es un detalle que se tome estas molestias conmigo.

  —No hay de qué. Nadie se había interesado por esta mansión y guarda maravillosas historias entre sus muros.

  Pasó el resto del día solo en su habitación. Había traído consigo un cuaderno con el que mataba las horas dibujando las piezas de motores, motos y anotaba las ideas que tenía para mejorar dichos objetos. Su padre siempre le decía que tenía madera de mecánico e inventor. Tal vez podía colocar un motor en uno de esos muñecos y otorgarles vida, pero serían cien veces más aterradores si lograban moverse.

LA LEYENDA DEL VAMPIRO DE CERADonde viven las historias. Descúbrelo ahora