Capítulo Trece

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  Era la primera vez que su jefe le encargaba la tarea de fabricar un muñeco completamente a solas. Al oírlo Jacob le había lanzado una mirada de incredulidad.

  —Lo hará bien —le había dicho Edward en la puerta del estudio—. Ya sabe funcionar el horno, moldear la cera y se maneja bien en el almacén. Solo estaré fuera una hora, puede que menos.

  Le vio partir con un abrigo largo que no necesitaba bajo un cielo que arrastraba un mar de nubes negras, no tardaría en llover.

  Estaban trabajando en un pedido de cuatro muñecos, uno de ellos debía vestir de traje para rememorar a un antepasado del cliente en el centenario de su empresa.

  Tumbó la masa vacía y sin facciones en la mesa y procedió a ir dibujando las marcas de la boca, ojos, perfilar la nariz e ir creando las características físicas del hombre de negocios. Se encontraba a escasos centímetros de la cara cuando lo notó por primera ver. Fue como una pequeña oleada de calor recorriendo su abdomen, pero no le dio importancia. A los pocos minutos su frente se empezó a cubrir de una fina capa de sudor y le temblaban las manos siendo imposible sostener nada en ellas.

  Cuando enfiló las escaleras también le temblaban las piernas y casi se arrastraba agarrado a la pared. Buscaba salir al jardín para respirar mejor y ni siquiera sabía si lo lograría.

  Pasó unos minutos de incertidumbre y pánico, el calor era insoportable y parecía abrir en su interior un camino de lava. Al llegar al jardín todo pasó muy rápido.

  Notó un estadillo en su cuerpo que no comprendió, pero lejos de sentir dolor fue algo natural como si lo llevara haciendo toda la vida. Lo extraño vino después. Estaba arrodillado recuperando el aire cuando abrió los ojos y se dio cuenta de que no estaba arrodillado como creía, le sostenían cuatro patas peludas de un pelaje marrón rojizo. Echó a correr hacia el estanque para comprobar su reflejo, seguro que tenía fiebre y estaba delirando.

  En la superficie del agua observó esa imagen que le hizo dar un vuelco al corazón. Era un lobo enorme quien se asomaba al estanque, en esos inmensos y oscuros ojos reconoció los suyos. Recordó las palabras de Seth y se echó hacia atrás aterrorizado, de su garganta escapa una especie de aullido que provocaba compasión en quien lo escuchara.

  Se resguardó entre los árboles aunque ninguno le ofrecía el cobijo que deseaba. Sintió cierto alivio al percibir los pasos de su jefe buscándole con desesperación, sin embargo, no quería que le viera así. Cerró los ojos y metió la cabeza bajo las patas.

  —¡Jacob! ¡Jacob!

  El olor del chico le condujo hasta un rincón más poblado de árboles. Un enorme lobo yacía tumbado en posición vulnerable, se dirigió allí pero los pensamientos del chico le asaltaron contundentes.

  —No se acerque. No quiero que esté aquí.

  —Estaba preocupado por usted. He visto el estudio vacío y algunos instrumentos por el suelo. ¿Está bien?

  —Esto es una pesadilla, tiene que serlo.

  —Lo siento, pero no lo es. Es su naturaleza, las leyendas y sus amigos no mentían.

  —No sé cómo volver a mí forma humana.

  —Ahí no puedo ayudarle. Debe descubrirlo usted.

  —Váyase, quiero estar solo.

  —Dígame al menos que se encuentra bien —no hubo respuesta—. Jacob, por favor, míreme.

  Lentamente el lobo comenzó a salir de su escondite, alzó la cabeza despacio hasta que sus ojos enfocaron a Edward y todo cobró otro sentido. Su vista se nubló momentáneamente y de inmediato su mente quedó inundada de recuerdos de los dos. Las sonrisas de Edward, su voz, sus labios redondeados, su pelo cobrizo, sus ojos color topacio. Y entendió el significado de su vida: Edward era el hogar al que siempre había pertenecido y nunca había encontrado.

LA LEYENDA DEL VAMPIRO DE CERADonde viven las historias. Descúbrelo ahora