Capítulo Cuatro

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   Cansado de dar vueltas en la cama tratando de dar caza a un sueño que se le escapaba, se levantó cuando el amanecer iba tejiendo luces que no llegaban a traspasar las ventanas.

  Apenas había logrado dormir unas horas por el malestar en el estómago y el solo hecho de pensar ingerir algo notaba una punzada de angustia.

  Lo único que pudo aceptar su cuerpo fue un vaso de agua fría, pensó que en el tiempo que llevaba allí casi no comía y bebía más café que de costumbre. Se miró el abdomen pensando que pronto empezaría a adelgazar, pero se percató de que aunque estaba más plano también estaba más definido.

  Aún faltaba una hora para que el señor Cullen apareciera por la cocina para reclutarle. Si en algún instante llegaba a huir sería por el aburrimiento de vivir en esa casa.

  Se encontraba sentado en una silla de la cocina pensando en qué hacer en las horas que tenía libre cuando escuchó su voz en un tono suave y casi musical.

  —Buenos días ¿no desayuna hoy?

  —Buenos días —se giró levemente, al hacerlo el contrario borró su sonrisa dando un paso hacia él manteniendo la distancia.

  —Está un poco pálido ¿se encuentra bien?

  —No he dormido bien.

  —¿El café le ha abandonado?

  —Creo que fue una indigestión, empecé a sentirme mal cuando salí al jardín, por cierto ¿hay cobertura en algún rincón?

  —Fuera de la propiedad, a varios metros para ser exactos. Pero si lo que desea es llamar a su casa puede utilizar el teléfono, hay uno en la biblioteca.

  —Gracias, puede descontarlo de mi sueldo.

  —Ese servicio está incluido en el alquiler ¿bajamos?

  —Claro.

  Esta vez no tuvo que pintar ni moldear nada. El señor Cullen había terminado el otro muñeco adulto y tenían que vestirlo y añadir el pelo más los complementos. Supuso que estuvo trabajando toda la tarde y parte de la noche, pero no se atrevió a preguntar.

  Vio como él le observó de reojo cuando ese pensamiento cruzó por su cabeza, pero cuando Jacob hizo el amago de mirarle retiró la vista.

  Peinó la larga melena negra en silencio, después le colocó un colgante de plata, anillos y zapatos caros. Acabó con un sombrero negro elegante que tapaba parte de la frente. Jacob se echó hacia atrás contemplando aquel muñeco que le devolvía la mirada unos centímetros por debajo de su altura. Consultó la agenda, pero su jefe asintió posicionado tras el muñeco.

  —Excelente, señor Black, no ha olvidado ningún detalle.

  —¿Qué hago con él? ¿Hay algún tipo de almacén?

  —Tras la cortina. Cuando acabe ponga cera en el horno para crear al niño, estos son los peores. Nunca entenderé por qué un niño resulta más aterrador que un hombre cuando se trata de muñecos o fantasmas.

  —¿Cree usted en fantasmas, señor Cullen? —preguntó Jacob levantando a peso y con cuidado a su amigo de cera.

  —¿Quiere saber la verdad?

  —Si quisiera oír una mentira no me habría molestado en preguntar.

  —A veces los fantasmas son los que están vivos.

  —¿Por eso vive aquí solo, por qué no cree en los demás? —el señor Cullen le miró con intensidad, Jacob agachó la cabeza algo avergonzado—. Disculpe, no debía haber dicho...

LA LEYENDA DEL VAMPIRO DE CERADonde viven las historias. Descúbrelo ahora