Capítulo Quince

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  En esta ocasión no madrugó tanto para ir a la reserva. Desayunó en compañía de Edward que como siempre le observaba mientras él era el que comía. Pese a llevar cuatro días con él todavía no se acostumbrada a ese hecho y no sabía que clase de relación les unía ya que desde ese beso en el que él dio el paso no habían vuelto a repetirlo.

  Se llevó la taza a la boca pero se detuvo cuando vio a Edward sosteniendo su móvil.

  —¿De dónde lo has sacado?

  —Lo dejaste anoche en el salón, pero cuando me di cuenta ya estabas dormido. Tranquilo que no he mirado nada, simplemente te he grabado el número de teléfono de la casa —le pasó el móvil por encima de la mesa—. Si vas a estar todo el día fuera me gustaría que me llames para ver que has llegado bien.

  —Claro, lo haré.

  —¿De verdad vas a hacerlo? —Jacob le miró sin saber a qué se refería—. Lo que acabas de pensar ¿vas a hablarle de mí a tu padre?

  —Si te soy sincero no sé cómo calificarlo así que me va a ser difícil explicarlo.

  —Estamos saliendo ¿no es así?

  —No lo sé. ¿Eso somos para ti?

  —¿Quieres decir que no estás seguro de lo nuestro?

  Jacob abrió los ojos con espanto porque lo estaba malinterpretando, alzó las manos al tiempo que las movía en un gesto negativo.

  —No, no. No me refiero a que no quiera estar contigo, quiero hacerlo, solo digo que no sé qué somos.

  Edward se recostó en la silla algo más relajado.

  —Qué manía tenéis los humanos en poner etiquetas a todo.

  Jacob le lanzó una mirada fría.

  —Perdona por querer decirle a mi padre que estoy con alguien. Mejor me lo callo.

  Con cariño, Edward le propinó una suave patada en la pierna por debajo de la mesa.

  —No digas eso. Por el momento cuéntale que estás saliendo conmigo. Aunque no sé cómo se va a tomar el hecho de que estés con tu jefe.

  —Sabrá que no lo estoy por hacer méritos y ascender ¿me vas a ascender? —bromeó.

  —Puedes pasar a ser el recepcionista y atender a algunos de los vampiros que vengan a recoger sus pedidos.

  —No sé qué manía tenéis los vampiros con los muñecos de cera.

  Apuró la taza de café y se puso en pie tomando consigo la chaqueta de cuero de la silla.

  —Prometo fregar cuando vuelva, esta vez no me quedaré todo el día. Algo me dice que no seré bien recibido cuando lo sepan.

  —Tienes el mismo derecho que ellos a estar allí, es tu casa. Que se haya despertado más tarde en ti no significa que puedan dejarte a un lado.

  —No conoces a Sam. Te veré ésta noche y llamaré en cuanto llegue —gritó de camino a la salida.

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  Al descender del coche tenía sentimientos encontrados. Por una parte se sentía fuerte y confiado, había aprendido a controlar su espíritu lobo en cuatro días. Por otro se sentía mal por haber desconfiado de ellos, al fin y al cabo eran sus amigos, su familia.

  Billy se quedó de piedra al verle traspasar el umbral de la puerta. Había crecido unos centímetros y ganado corpulencia.

  —Hola, papá —señaló el paquete que traía en las manos, a unos kilómetros había parado a comprar una tarta, la favorita de su padre—. Lo siento.

LA LEYENDA DEL VAMPIRO DE CERADonde viven las historias. Descúbrelo ahora