Llovía.
Era la primera hora de clase. Otra larga y tediosa sesión de historia con el señor Lafter; lo único que hacía era pasearse por toda el aula hablando y hablando, nadie se interesaba en prestar un poco de atención, mucho menos yo. Para sus clases solía sentarme al final de la primera fila al lado de la ventana con una excelente vista hacia el exterior, lo cual me distraía de vez en cuando para atacar el efecto somnífero de esas horas; también, por supuesto, era una estrategia sentarse en el rincón ignorado por la mirada inquisitiva del amargado profesor, resultaba muy insoportable cuando se proponía humillar a toda la clase con preguntas a las cuáles sólo él sabía la respuesta.
Aquel día de septiembre, durante los primeros cinco minutos había tratado de parecer interesada pero después me fue imposible sin sentir que mis párpados pesaban más de lo normal. El cuaderno que reposaba en mi pupitre estaba abierto sobre una tentadora hoja blanca, sin ningún rayón, impecable salvo por las líneas azulinas que marcaban los renglones. Por un momento, me resistí a él.
Decidí desviar la mirada.
Primero, miré por la ventana las gruesas gotas de lluvia que resbalaban en silencio por el cristal; después, mi mirada vagó más allá hasta las copas verdes de los árboles más altos; luego, miré de soslayo al profesor hasta que perdí todo interés alguno por la historia y su complicado mundo donde unos hombres buscaban ser mejores que otros a la infelicidad de otros tantos. La historia nunca fue ni sería una de mis asignaturas favoritas, siempre me había parecido eternamente aburrida con todas esas cosas que habían sucedido hacía tantos años a mí no me interesaban ahora en el presente; sinceramente pensaba que las charlas del profesor Lafter no serían necesarias para salir de apuros algún día, no era como matemáticas o inglés; dudaba que me fuera a enfrentar en una guerra sangrienta como las que describían esos viejos libros, voluminosos y aburridos. Sólo había tomado la clase por la insistencia de mi tía.
Resignada, tomé el lápiz entre mis dedos y apoyé la fina puntilla de grafito sobre el papel que para ese momento ya no podía seguir ignorando. Entonces, comencé a deslizarlo suavemente, describiendo tenues trazos deformados, volutas por aquí y por allá, sombras a lo largo de la hoja mientras en mi mente se formaban sólo las imágenes, tan vívidas y reales como si de una película se tratase.
Euforia y emoción empezaron a correr por mis venas, una adrenalina introvertida surcaba mi cuerpo, era algo que sólo experimentaba cuando las cosas salían como yo quería que salieran, cuando sentía que estaba haciendo lo que realmente quería hacer, era como sentirse única, poderosa... La sensación de aquello era simplemente indescriptible. De pronto, todo lo que me rodeaba se fue desvaneciendo lentamente y el ruido de la lluvia se debilitó, toda mi atención se vio centrada en las imágenes de mi cabeza, el lápiz y la hoja de mi cuaderno. Poco a poco las líneas y rayones abstractos fueron tomando forma. Primero, una silueta masculina, delgado..., desgarbado, tenía algunos músculos marcando su abdomen, su pecho, sus hombros anchos y sus brazos; posteriormente su cabeza sobre la cual había una mata de cabello oscuro, airado, un poco largo con un flequillo disparejo que entre ocultaba unos brillantes y ávidos ojos. Su mirada se volvió atrayente, sin embargo vacía; sus facciones delgadas se volvían afiladas; después una sonrisa torcida se dibujó con unos delgados labios... era una sonrisa cálida y amable pero también llena de suficiencia. A continuación, mi lápiz se dirigió espontáneamente hacia sus hombros y siguió deslizándose rápidamente, susurrando en el desgaste mientras manchaba el papel soltando la melodía ronca que producía al hacer fricción sobre la hoja.
Añadí pequeños detalles y sombras en busca de alcanzar la perfección en el dibujo hasta quedar casi completamente satisfecha con el resultado. Tomé el cuaderno con ambas manos y miré lo que tenía enfrente, no obstante, no llegó la sensación de satisfacción. Era raro, era casi real, su mirada llegaba a mis ojos como si escrutara en mí buscando mis pensamientos, pero, sentía una frialdad sobrehumana, sentía que algo en él no estaba bien. Le faltaba algo, algo que lo hiciera parecer realmente un humano, algo que no lo distinguiera y lo hiciera diferente, algo que no entendía y ni siquiera yo misma sabía. Al mirarlo sólo podía sentir que ése dibujo no había sido creado por mí y en realidad era una mala copia de algo corpóreo en el mundo a pesar de ser un dibujo bastante bueno y realista, pero no era mi estilo.
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Sueños Rotos: Pecado
ParanormalAnnette Crawforth estaba acostumbrada a su vida tranquila en el pueblo escocés de Dunkeld, sin embargo, una parte de ella anhelaba algo más, esperaba terminar el colegio para irse de allí, necesitaba más emoción en su vida, algo fuera de la monótona...