8. Laberinto

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Unas luces naranjas colgaban sobre las ramas decrépitas del sendero arboleado hasta la verja de hierro de la mansión Jackocbsob; había cambiado mucho desde la última vez que estuve allí, solamente por el hecho de que en esta ocasión estaba decorada con motivos de Halloween. Esa noche, más que nunca, la gótica casa tenía el aspecto tétrico que Valerie Jackocbsob había prometido a todos, era el escenario perfecto para la mejor fiesta de Halloween de la historia de Blairgowrie High School.

—Aún no sé cómo lograste convencerme de esto —dije mirando como la gran mansión Jackocbsob se hacía cada vez más grande conforme el auto avanzaba por el sendero de árboles.

—Aún no sé cómo logré convencerte de esto —rio él, no como si realmente no creyera cómo me había convencido, sino como si siempre hubiera estado seguro de que lo haría.

Respiré profundamente, ya estaba allí y nadie me había puesto un arma contra el cráneo para que accediera. Decidí desviar mis pensamientos de si la idea era buena o mala, de lo que podía resultar de esa cita improvisada, era sólo una fiesta y ya que estaba allí, iba a divertirme como todos los demás.

Una sonrisa se formó lentamente en mis labios, tenía que ser una buena fiesta y mi corazón sintió esa descarga de excitación cuando atravesamos la reja abierta de par en par y lo primero que se veía era la suntuosa casa alzándose delante. En algunos lugares había luces que iluminaban la mansión desde abajo y las sombras que producían cumplían con su trabajo de volverla una especie de mansión de pesadillas.

—Esto es un caos —gruñó Engel buscando un lugar para estacionar el auto—. Espero que después de esto Stefanoff no vuelva a dejar que Valery haga más fiestas.

—¿Stefanoff? —pregunté curiosa al mismo tiempo que echaba una ojeada alrededor para ayudarle a buscar un sitio.

—Mi padre.

—Ah... —musité, sin expresar lo extraño que me parecía que se dirigiera a él por su nombre de pila.

Al bajar del auto, Engel me pasó las alas que complementaban mi disfraz. Había decidido vestirme de un ángel caído —si es que ése era el nombre correcto para un ángel de alas negras—; lo había encontrado especialmente irónico después del dibujo, después de las pesadillas donde mi acompañante era una versión real, escalofriante y maravillosa de un ángel caído. Tenía que encontrarle el lado divertido a mis locuras internas antes de que éstas se divirtieran conmigo.

—¿No tienes frío? —me preguntó mientras caminábamos hacia la entrada.

—Mucho —confesé—. Pero es mi única oportunidad de usar algo atrevido sin que Rachel me tome fotografías, las suba a Facebook y me etiquete como zorra.

—Y ¿por qué lo haces? ¿Para demostrarle algo a alguien?

—No, pero hay cosas que uno debe hacer al menos una vez en su vida. Nunca he usado un disfraz así, todo el mundo lo hace, y no puedo criticarlo como malo, o bueno, sin haberlo intentado nunca —reí. Probablemente no iba a entender mi punto, ni siquiera yo lograba entenderme muy bien—. A veces uno simplemente debe probar cosas nuevas y diferentes, ahora sé que es mala idea, y no creo que lo vuelva a hacer.

A medio camino terminé de acomodarme las incómodas alas sobre la espalda y pude concentrarme mejor en caminar sobre las botas negras de tacón alto que había tomado prestadas de mi tía. El disfraz no estaba tan mal, el vestido no era tampoco una mini falda que mostraba mi ropa interior, así que no había necesidad de exagerar respecto a ello, pero aun así moría de frío, además, el corsé apenas me dejaba respirar, habían sido las alas y los lentes de contacto rojos lo que me motivaron a elegir el atuendo.

Sueños Rotos: PecadoWhere stories live. Discover now