6. Ellos

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Era un hecho. Había invitado a Engel Jackocbsob a nuestro fin de semana a pesar de que efectivamente él no encajaba bien en nuestro grupo, en realidad, él no encajaba bien en ninguna parte. Era un chico extraño que si no estaba mirando feo a los demás, estaba intentando pasarse de listo esparciendo sus esporas de arrogancia que fastidiaban a más de uno.

Para mitigar mis sentimientos de culpabilidad, decidí pensar que aunque se trataba de un sujeto que no agradaba a la mayoría del mundo, seguía siendo otro adolescente con ganas de divertirse. Me hice ideas acerca de una familia detestable, traumas infantiles, incluso, falta de atención por parte de sus padres, era nuevo en el pueblo también, eso podría ayudar. Sin embargo, ninguna excusa me parecía lo suficientemente fuerte para haberlo incluido en nuestros planes. A decir verdad, Jackocbsob emanaba esa vibra de anciano amargado, de esos que disfrutarían no devolviéndote la pelota que ha entrado en su jardín.

Me sentía culpable por lo que acababa de hacer y por un momento secuestré a Travis para contarle lo que había sucedido; mi amigo no tuvo ningún inconveniente en tener uno más para el viaje, de hecho, le pareció una gran idea —a Travis le encantaban las personas sin importar lo extrañas o desagradables que fueran—, y prometió guardar el secreto hasta la mañana siguiente.

En el aparcamiento, Drew estaba muy animado, casi de forma irreconocible a comparación de la hora del almuerzo e interrogó varias veces a Travis quien parecía más nervioso que en un examen sorpresa de Inglés —Travis Wright era el peor mentiroso que conocía—, me arrepentí de haberle contado, porque pensé que lo arruinaría en cualquier momento. Así que apresuradamente interrumpí la charla entre ellos dos objetando que tenía que llegar temprano a Dunkeld para ayudar a mi tía en la tienda de antigüedades. A decir verdad, no era una completa mentira, pues me había ofrecido voluntariamente a cambio de un fondo extra en mis ahorros para comprar y gastar en Perth.

La tienda de antigüedades de Juliette era muy aburrida cuando ya conocías la mayoría de las cosas que había allí, e incluso sabías la historia completa de pies a cabeza de algún artilugio interesante, a veces, cuando llegaba algún bonito objeto y captaba lo suficiente de mi atención, preguntaba a mi tía de dónde provenía y así terminaba emocionada y enfrascada en una historia antigua, que aunque los hechos pasados me parecían aburridos, Juliette tenía algo en su forma de contar las cosas que hacía que uno se interesara inmediatamente e incluso imaginara todo como si estuviera viviéndolo en carne propia.

Pero, ese día no había nada que llamara mi atención, y tampoco estaba Juliette que me contara alguna curiosidad. Era una tarde aburrida porque las tardes en las que se podía hacer algo en el lugar, eran generalmente en época de turistas y octubre definitivamente no era época de turistas, además, estaba lloviendo a cántaros que nadie salía de su casa a menos que fuera necesario. Lo único que tenía para hacer era adelantar mis deberes del lunes mientras esperaba que Juliette llegara; y cada vez que estaba a punto de quedarme dormida, recordaba que necesitaba el dinero, necesitaba un buen disfraz y no una bolsa de papel sobre mi cabeza, también se me había antojado comprar unos nuevos plumones profesionales con una gran gama de colores.

Mis ojos amenazaban peligrosamente con cerrarse cuando la campanilla de la puerta tintineó melodiosamente regresándome del adormecedor sopor que me inundaba; me alegré de tener una excusa para hacer a un lado las ecuaciones de matemáticas que ya me estaban provocando jaqueca y levanté la mirada de la libreta, entusiasmada de tener algo nuevo que hacer. Un hombre joven se acercó al mostrador, lo analicé, no era la clase de sujeto que se pasaba normalmente por allí —los cuales, en su mayoría, eran personas mayores u hombres de traje con aspecto de tener mucho dinero—, pero había algo en él que me gustaba. Lucía maduro, entre los veinticinco y los treinta, tenía el cabello un poco largo, como una melena de león, ondulado y rubio claro, sus ojos eran de un atrayente azul intenso; me gustaba su aspecto, he de admitir, me gustaba como su físico encajaba con la gabardina color arena que llevaba puesta, como un detective privado de película, y es que mis ganas de que algo interesante ocurriera eran demasiadas y el sujeto rubio tenía la pinta de llevar un caso intrigante bajo la manga, al menos me inspiró para dibujarlo en medio de una escena dramática.

Sueños Rotos: PecadoWhere stories live. Discover now