No me di cuenta que mi mano estaba temblando hasta que tomé el pomo helado de la puerta, haciéndolo girar. Inmediatamente la calidez tensa del hogar Crowforth chocó contra el viento helado que se coló cuando la abrí, dando inicio a una guerra imaginaria de frío y calor tratando de ganar su espacio en aquel instante, sin saber que pronto ninguno de los dos poseería la misma naturaleza que antes. De esa misma manera me sentí como si a partir del momento en que me atreviera a cruzar el umbral de la puerta no volvería a ser la misma de antes.
Miré los rostros expectantes y pálidos que me observaron desde el interior, con asombro, y ambos se me antojaron como dos completos extraños, como si jamás en mi vida los hubiera visto. Entonces mis labios se curvaron hacia arriba en una irónica y divertida sonrisa socarrona pese a que nada de aquello me resultaba gracioso.
—Hola —saludé átona.
Pasé de Juliette y lo miré sin poder creer todavía lo que había escuchado. ¿Cómo era posible que ése hombre fuera... mi padre? Incluso pronunciar la idea mentalmente me parecía algo molesto e incómodo. Eran contadas las ocasiones en que me había detenido a pensar en mis padres, no muchas veces había cuestionado a mi abuelo o a mi tía sobre ellos, nunca los había necesitado, ni siquiera me había preguntado cómo eran; habían muerto, eso era lo que sabía, era una lástima, sí, pero yo estaba allí y la vida seguía con o sin ellos; las únicas figuras paternas que aparecían en mi cabeza eran las de mi abuelo y Juliette, no podía ver o imaginar a nadie más.
Entonces me pregunté allí mismo, ¿por qué de pronto sentía tanto rencor?
—Sí, escuché lo que estaban diciendo, o más bien, gritando —respondí a la pregunta aterrada que se asomaba en los ojos de ambos.
Lionel dio un paso hacia delante, su boca se abrió pero no dijo nada, como si no encontrara las palabras adecuadas; yo, retrocedí decididamente.
"No me toques" pensé, mi ceño se frunció; sus ojos azules, profundos como el mar, reflejaron dolor y angustia, entonces me di cuenta de que esos eran mis ojos, de verdad ese hombre rubio que me había parecido fascinante la primera vez que lo vi, era mi padre.
—Mereces una explicación —dijo, no titubeó al hablar.
Su tranquilidad me perturbaba hasta un punto de provocarme molestia y enojo.
—No, no la quiero, gracias —contesté con desgana y luego aclaré—: No la necesito, mis padres murieron hace años.
—Yo no quería dejarte.
"¿Y por qué lo hiciste?", no pude pronunciarlo en voz alta, si lo hacía, era probable que mi voz se rompiera.
—Tenía que hacerlo, no tenía otra opción —respondió a mi pregunta mental.
Lo ignoré y me di la vuelta para subir a mi habitación y sin haberlo pensado siquiera, cerré de un portazo, lancé mi mochila al suelo y pateé la puerta con fuerza, luego, empecé a caminar de un lado a otro, mi respiración se agitó, mi pecho subía y bajaba violentamente, necesitaba aire, necesitaba dejar salir todo lo que sentía, pero no sabía cómo. Las lágrimas brotaron de mis ojos y se deslizaron cálidas por mis mejillas, sólo en ese momento pude respirar, pero el nudo seguía lastimando mi garganta, tal vez porque no podía llorar lo suficiente, porque no sabía cómo llorar de verdad, lo único que escuchaba eran sollozos roncos e interrumpidos por mis respiraciones violentas. No recordaba haber tenido antes tantos sentimientos juntos dentro de mí que dolía y me frustraba no poder sacar, no poder siquiera explicarlo.
El tiempo pasó y me dejé vencer por el agotamiento, dejé de luchar contra mí misma y me senté en el suelo, sintiéndome vacía, aunque no lo suficiente, sintiéndome derrotada pero no vencida, agotada pero no rendida.
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Sueños Rotos: Pecado
ParanormalAnnette Crawforth estaba acostumbrada a su vida tranquila en el pueblo escocés de Dunkeld, sin embargo, una parte de ella anhelaba algo más, esperaba terminar el colegio para irse de allí, necesitaba más emoción en su vida, algo fuera de la monótona...