7. ¿Dulce o truco?

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Cuando llegué a Dunkeld la noche ya había caído, oscura y silenciosa, con la frialdad pronunciada entre los vagos susurros de lluvia; el día soleado había terminado opacado por grises y tormentosas nubes, que sin remedio, se rompieron derramando la lluvia sobre el pueblo y una ligera ventisca soplaba desde el norte provocando que el gélido aire calara sobre los huesos al tocar la piel recién mojada; sin más, metí las manos en los bolsillos de la chaqueta para protegerlas y apresuré mis pasos agachando un poco la cabeza para resguardar mi rostro de la llovizna helada.

Un par de veces, mientras caminaba, me vi obligada a cerrar los ojos con fuerza, intentando, por sobre todos los medios dejar de pensar en la única persona que ocupaba mis pensamientos en ese momento: Engel Jackocbsob.

Imposible.

Había dejado sembrada la sensación de paranoia dentro de mí, cualquier cosa me hacía pensar que se trataba de él, desde confundir un auto negro cualquiera con su ostentoso Lamborghini, hasta pensar que era precisamente él quien iba detrás de mí mientras caminaba de la parada del autobús hasta mi casa. Escuchaba pesados pasos sonando sobre el pavimento mojado, era lo único que escuchaba en esos momentos; presa de la ansiedad, apreté los puños dentro de los bolsillos de la chaqueta, y, sin poder contenerme más, giré la cabeza con la mayor discreción que me fue posible. Un suspiro de alivio se escapó de mi boca cuando no vi a Engel.

Era mi vecino, Justin. Seguí caminando escuchando el ruido de sus patosos movimientos al arrastrar los pies por la orilla de la acera. De alguna manera, me sentí un poco más aliviada, nadie intentaría hacerme daño si Justin estaba allí, tal vez era medio bruto pero nunca nos habíamos llevado mal, podría usar como saco de boxeo a mi mejor amigo pero nunca había tenido nada contra mí, hasta me había regalado una vez una linda imagen de su álbum de estampitas cuando éramos niños, y yo la había pegado en uno de mis cuadernos. Así que si de pronto, Jackocbsob se aparecía por allí intentando terminar con lo que había empezado en Perthshire, estaba casi segura de que Justin no lo permitiría. Si poníamos a Justin contra Jackocbsob, era obvio quien llevaba las de ganar.

—Hey —me saludó inesperadamente.

—Hey —medio sonreí.

Acorté un poco el paso hasta que me alcanzó.

Desde que tenía memoria, Justin y su madre vivían a lado de mi casa; su madre Amanda era gran amiga de Juliette, incluso, estaba consciente de que más de una vez ambas habían fantaseado con Justin y conmigo cuando fuéramos mayores. Afortunadamente, los deseos de Juliette se disiparon con el tiempo, porque Justin Green no era el chico que cualquier figura paterna o materna quisiera tener para su hija. Ciertamente, su aspecto a veces intimidaba. La adolescencia le regaló a Justin una expresión de rudeza permanente, tenía los ojos oscuros y su mentón cuadrado y tosco no encajaba precisamente con una sonrisa amistosa, además, era enorme —mi cabeza le llegaba apenas a sus hombros—; vestía siempre con ropa negra, inclusive, bajo la camisa blanca del uniforme, llevaba una camiseta negra; por supuesto, nunca faltaban las pulseras con pinchos, o el cinturón con estoperoles.

—¿Vas a tu casa? —preguntó y asentí con la cabeza.

Seguimos caminando bajo la incesante lluvia, ninguno de los dos apresuró el paso a pesar de que era un poco incómodo, es decir, habíamos estado juntos desde el preescolar y ahora compartíamos algunas clases, pero raras veces nos saludábamos o intentábamos conversar, esta era una de esas raras veces.

Arrastré perezosamente mis pies en el asfalto rompiendo las charcas que recién se habían formado allí, no se me ocurría nada que decir, y Justin tampoco decía nada.

—¿Asistirás al baile de Halloween? —se me ocurrió preguntarle de pronto.

Era un tema de conversación casual, todo el mundo hablaba de eso en el colegio.

Sueños Rotos: PecadoWhere stories live. Discover now