Capítulo 2: ¿Qué trabajo?

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―¡Abran paso, abran paso, aquí llegó su salvador! ―exclamo en tono cantarín mientras deposito la caja sobre la mesa decorada para posteriormente revelar el nuevo pastel de cumpleaños―. ¡Tará!

―El salvador que en un principio fue el villano ―ironiza con cierta malicia mi hermano menor, con esa sonrisa que grita problemas y travesuras.

Acepto mi culpa. Fue un accidente. Estaba llevando los refrescos a la mesa y uno quedó mal situado, con la mala suerte de que terminó colapsando y arruinando el pastel que mi madre había preparado para la ocasión y, para empeorar las cosas, cuando traté de quitar la botella de encima ésta se me resbaló de la mano por el glaseado impregnado y deshizo cualquier ilusión de poder reparar el pastel sin que nadie se diera cuenta. Es por ello que, debido a que no había tiempo para preparar otro, tuvimos que decantarnos por ir a comprar uno en la tienda más cercana.

―Sí, tarde me di cuenta que estaba en el bando equivocado ―dramatizo siguiéndole corriente, en absoluto ofendido por su comentario o las risas de sus amigos.

Sí, chicos. No hay ni una chica en el panorama. Mi hermano y el género femenino tienen una extraña relación en la que, cada vez que se acerca a una chica, enmudece o termina haciendo el ridículo. Todavía recuerdo aquella vez que estábamos en el supermercado y él trató de recoger las galletas que se le habían caído a una niña de su edad, con la mala suerte de que ella también se inclinó y término goleando su nariz contra su cabeza de una manera tan dolorosa que la hizo llorar y sangrar. De sólo recordarlo me entran ganas de reír. Nunca le haré olvidar eso.

No obstante, no pienso que todo esté perdido para él en esa área, es decir, sacó los genes Gardner y nosotros somos apuestos por naturaleza. Seguramente cuando madure y su miedo a las chicas se evapore, romperá muchos corazones.

―¿Sí te diste cuenta que el pastel es de fútbol y mi fiesta de cumpleaños tiene temática de autos de combate, cierto? ―interroga el doceañero, inclinado viendo el pastel para luego volver su vista a mí, divertido.

―No soy ciego, enano ―Le saco la lengua―. Pero era lo que había para ya; no te quejes. ¿O hubieras preferido los corazones y flores?

―Hubieras comprado ese, Cam. Le habría quedado idóneo ―bromea Harry, uno de los invitados y mejor amigo del aludido.

―Idiota.

Ellos se ríen ante la expresión refunfuñona de Charlie, pero lo conozco lo suficiente para saber no se lo tomó a pecho. Esa es la magia de la amistad en los hombres, puedes ofender al otro y no se irá llorando o montará un drama por cualquier tontería.

―¡Genial! ¡Llegó el nuevo pastel! ―celebra mi madre apareciendo desde la puerta de la cocina y colocando una nueva tanda de Doritos y demás porquería chatarra en la mesa que rápidamente es atacada por los chicos.

Al Estilo De Los RompebodasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora