2050

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Imagina por un instante que nadie te diera permiso de hacer lo que más te gusta, en el momento que quisieras, bueno, ni siquiera con quien tu quisieras. Piensa por un momento que, en lugar de ir al colegio, tengas clases particulares encerrada en tu casa porque tienes prohibido salir de ella y tener contacto con el exterior. De planear tu futuro como te dé la gana, de ir a un concierto o de compras entre la gente común, sin que se abalance sobre ti la multitud y la prensa en cuanto te vea; y, en vez de eso, tuvieras que estar enclaustrada estudiando y decretando leyes entre un montón de ancianos aburridos, sin contar con las clases especiales que te dicen cómo vestir, como hablar, comportarte o hasta sentarte, para que en cierto momento de tu vida, tu familia decida con quien debes casarte; que no pudieras elegir a quien amas y como le amas. Sin mente o decisiones propias y acatando las reglas de comportamiento. Prácticamente una princesa de cuento de hadas: la mujer perfecta para un mundo imperfecto. ¿Te agrada el cómo suena esa idea? ¿Te parece fantástico?

Pues bien, esta historia empieza en medio del frio invierno, a la media noche del 25 de diciembre del año 2050. Con un rey y su reina, y dos pequeñas princesas recién nacidas.

El rey Edgar esperaba impaciente a un lado de su agotada mujer. Había sido una labor de parto dolorosa y agotadora, pero Catalina era una mujer de raíces alemanas, quienes se reconocían por ser mujeres fuertes y de resistencia alta junto a las rusas. No se iba a dar por vencida para perderse en drogas que le calmaran el dolor egoístamente.

El rey colmaba a la reina de caricias suaves alrededor de su rostro y cabello, proporcionaba mimos y besos. Ella por su parte los disfrutaba, relajando su cuerpo con las infusiones naturales que entibiaban partes primordiales del mismo para eliminar el dolor restante. Sus doncellas ya se habían encargado de limpiarla en cuanto la trasladaron del hospital de palacio a sus aposentos, le habían cambiado los ropajes y colocado suaves sabanas nuevas en su cama.

Dos de las enfermeras entraron con pequeños bultos en sus brazos, lo que ocasionó que en los ojos del rey aparecieran destellos de felicidad.

—Son dos niñas sus majestades, y están en completo estado de salud —les informó una de ellas, feliz.

El corazón de Edgar se hinchó de orgullo cuando sin esperar, tomó a las dos pequeñas recién nacidas de piel pálida y cachetes rosas con sumo cuidado y las acercó a la madre, con una sonrisa de oreja a oreja. Intercalaba miradas entre Catalina y sus hijas, sin poder con tanta felicidad, las lágrimas comenzaron a salir rápidamente, y sentándose de nuevo en la cama, cómodamente al lado de su esposa y de tal manera que ambos pudieran apreciarlas, dijo:

—Se parecen tanto a ti... son tan hermosas —gimoteaba con total agradecimiento hacía la reina, escuchando los leves quejiditos de sus hijas—. Estoy tan feliz... por tan precioso regalo que me has dado, mi amor.

Catalina no podía hablar por el agotamiento, pero le regaló miradas de amor y ternura al verlo tan doblegado por su par de bebitas. Acariciaba las cabezas de ambas alternadamente, con delicadeza, para limpiar con su mano libre las lágrimas que empezaban a bañar el rostro de su esposo. (El rey Edgar) Imaginaba sus lindas expresiones idénticas, en como crecerían juntas, como irían de la mano de un lado a otro sin despegarse, queriéndose, conectándose como un par de almas juguetonas, cómplices; era la perfección, ya era como probar un pedacito de cielo. No podía esperarlo más.

—Lo hemos hecho bien —apenas murmuró ella, sin borrar su sonrisa, aunque cansada.
—Dos princesas, ¿lo habrías imaginado?
—Creo que nadie podría.
—Siempre quisiste que fuera una sorpresa hasta el final, tanto para nosotros como para nuestra gente, así que mantuviste la incógnita durante todo el embarazo.
—Pero ¿sabes? Yo creo que es el destino. Son dos pequeñas, dos princesas que personifican lo que nuestro país representa. La fusión de dos naciones en una sola.
—Y ahora le has dado otro significado a la vida, como siempre —sonriente, le besó ligeramente.
—Es por eso que una se llamara Germania y la otra Britania.

A la mayor de ellas la habían nombrado Lilith Germania en honor a la nación germánica (Alemania) y Liesebeth Britania, que terminó por ser la menor —por solo 5 minutos, por muy poco, pero menor al fin—, en honor a la nación británica (Inglaterra). Pues cuando sus padres unieron alianzas siendo comprometidos desde pequeños —Catalina, heredera del trono germánico y Edgar heredero al trono británico—, terminarían convirtiéndose en una sola nación, lo que se conocería como lo abreviaron después: Alterra. Y así, una de ellas estaría reinando sobre ambos países.

A la mañana siguiente, Edgar paseaba a sus dos angelitos de un lado a otro, presentándolas a todas las personas enfiladas en palacio —tanto a consejeros, condes, duques, doncellas, sirvientes y guardias—, en camino al balcón real de anuncios, para presentarlas finalmente ante todo su pueblo, que lo celebró por todo lo alto, con celebraciones que duraron hasta el primer día del nuevo año.

Al pasar los primeros años, la reina se sentía embelesada con sus dos preciadas hijas; que, a los dos añitos, se la pasaban jalándole los cabellos y manchando sus vestidos de alta costura con las manitas embarradas de chocolate. Eran la adoración del rey, quien no perdía ningún momento libre para jugar con ellas o colmarlas de cariños, obsequios y sorpresas cada día.

Germania y Britania se complementaban, tan parecidas en más maneras que ninguna de ellas pudiera ver. Pero Ger que era más suave en los bordes, parecía que nadie la protegía del mundo, que se protegía a sí misma. Y Britania era un poco más susceptible, más ingenua y necesitada de ayuda en todo. Así mimo, el físico, aunque parecido tanto en su cabello castaño oscuro, como en su piel pálida y amarillenta, y una marca de nacimiento en la nuca conformado por tres lunares pequeños; variaba de cierta manera. Germania poseía un par de ojos potentemente grises, profundos y tristes, era más callada pero no dejaba de ser educada, cariñosa y amable; Britania por su lado, era más juguetona, descontrolada y escandalosa, con ojos grandes y violetas. Eran la luna y el sol, el mar y el aire.

Casi desde que las gemelas nacieron, la prensa las acosaba sin piedad. Y no había respeto por el hecho de que eran niñas, de que ellas no pidieron eso. Y no podían controlarlo. Todos se empujaban por tomarles una foto. La gente no se cansaba de las princesas y ellos —los miembros del consejo— lo sabían, y sabían cómo usarlo.

El público adoraba a la familia real de Alterra, eran muy famosos.

Todo parecía perfecto y lleno de esplendor... más sin embargo, en un evento desafortunado, la primogénita y por ende, heredera a la corona británica/alemana, había sido abducida en un completo misterio sin rastro alguno a los 4 años, por lo que su hermana gemela-menor ocupó el puesto vacante; así que el trono que supuestamente iba a ocupar la mayor fue de Britania. De haber nacido una generación antes, aquello no habría importado, le habrían conseguido un príncipe heredero al trono y ella solo sería su princesa consorte, pues que el primer heredero fuera mujer, resultaba siendo un insulto al pueblo y no la tomarían en serio, conforme a la forma de pensar de la realeza europea ya en pleno siglo XXI.
Los reyes se negaban a aceptar que a alguna de sus hijas se les despojara de tal título por culpa de un desafortunado -pero a la vez hermoso- par de pechos. Y ese fue el motivo por el que cambiaron la ley, sobre todo porque luego de la desaparición de la mayor de sus hijas, la reina cayó en tal tristeza que no volvió a embarazarse para sustituir la faltante y mucho menos por un varón, y la princesa restante, poco a poco, fue formándose para ser la próxima soberana de Alemania e Inglaterra (Alterra). Al desaparecer Germania, el ánimo y carácter de Catalina cambió, volviéndola un tanto mas firme y estricta pero Brit nunca se sintió desatendida por su madre.

Los años pasaron, y aunque se armaron equipos de búsqueda por todo el mundo, la pequeña Germania jamas apareció, como si la hubiera tragado la tierra. Los reyes, derrotados, aprendieron a vivir con la perdida —o eso tuvieron que hacer creer—, y se enfocaron en lo que les quedaba: su hija y el bienestar de su reino. 

CORONA DE ROSAS- La princesa blancaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora