El caramelo de tus labios y el perfume de tu piel

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Ya no quería saber nada más de nadie más por ese día. Lo único que deseaba era meterse debajo de sus cobijas aun y con la ropa que traía puesta. Para las altas horas que eran, sus doncellas ya tendrían que estar descansando, al igual que su sirviente; como pocas veces lo hacía, les ordenó el no esperarla si no llegaba pasada la media noche. Una vez cruzó la puerta de madera fina de sus aposentos, logró distinguir entre el sutil destello de una lámpara en su escritorio a una mujer alta, delgada, de larga cabellera color castaño muy obscuro, sus ojos color obsidiana dorado brillaban con el fulgor de la poca luz al contraste con la oscuridad, se miraba su piel apiñonada; Britania la observó caminar hacia ella mientras se quedaba sin respiración, petrificada. Recordaba sus ademanes, su voz tersa y agradable. Definitivamente había algo que la hacía destacar en cualquier lugar que se encontrase, quizá era su vivaz semblante, o la profundidad de sus palabras dichas. Y entonces, como reaccionando a un impulso, la princesa terminó con la distancia restante cuando su cuerpo colisionó con el otro justo en ese momento; chocando con tal ímpetu que la fuerza del impacto hizo a la otra retroceder algunos pasos más atrás, y atontando a Brit, mientras con los ojos cerrados intentaba asegurarse de que no estaba soñando.

— ¿Mademoiselle? —dijo la visitante, en un perfecto acento francés.

Esa voz hizo reaccionar a la princesa, quien levantó la vista y descubrió a Rosalie Versalles, la chica venida de Paris que se había convertido en la Comandante de la Guardia Imperial; y según Britania, un tesoro nacional. Era ella, guapa hasta lo indecible y sin apartar sus ojos oscuros de la princesa. A Britania le tambalearon las piernas unos segundos, segura de que iba a colapsar.

—Esta... simplemente perfecta, su alteza —con una sonrisa de ensueño, le comentó la morena, pasando las yemas de sus dedos ligeramente para acomodarle uno de los mechones que caían sobre el rostro.

Y las últimas semanas sin Rosalie, así como el horrendo momento que acababa de pasar y su agotador día desaparecieron, en el instante en que se abalanzó sobre ella y escuchó su voz por primera vez después de tanto tiempo.

—¡Rosalie! —gimoteó la princesa sin desligarse de su cuerpo.

Volvía a sentirse ella misma, a sentirlas a ambas. Inspiraba el aroma delicioso a rosas de su protectora —porque si, aparte de ser la Comandante, era la guardaespaldas directa de la princesa—, mientras se aferraba con una fuerza sobrenatural contra ella. Rosalie —Ross, Rose o Rosie como le apodaba a veces Britania— aprovechaba para también, poder aspirar aquel aroma embriagador de la princesa. No era como ningún otro, no había otro exquisito olor que se le pudiera comparar.

—Pero que día... —Britania susurró, bostezando un poco—. Estoy exhausta.

Rosalie soltó una risita.

—Ven aquí —musitó con mucha paz, tomándola de la mano para llevarla a la cama. La quería consigo.

Brit reaccionó y anduvo a pasos ligeros dejándose llevar. Al tirarse por fin en el mullido colchón, Rose se aseguró de abrazarla con fuerza. Aferrando su cuerpo con más intensidad hacía el suyo y sintiendo como la cabeza de la princesa se acunaba en su pecho y sus brazos se envolvían alrededor de sus caderas. Versalles fascinada, comenzó a juguetear con el cabello de su amada princesita. Porque si, entre ambas, fluía algo más grande que solo un cariño de trabajo; pues para Britania, Rosalie Versalles era mucho más que su guardia real. Era su mejor amiga y la chica a quien amaba... Era algo mucho más profundo, era AMOR elevado a la máxima potencia.

—Cuanto te he necesitado —se quejó la princesa en un suspiro, sintiendo un gran alivio al sentir aun el cuerpo de su adorada guardia pegado al suyo—. Y tenerte aquí, conmigo... saberte siempre cerca, es... puedo estar rodeada de gente: miles, millones. Pero estando sin ti, es algo que no...

CORONA DE ROSAS- La princesa blancaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora