Los de la princesa

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Y al igual que su madre, la princesa tenía sus doncellas y personas allegadas favoritas: Nayra y Alitha, doncellas personales, Liesel su dama de compañía y Eikko, su sirviente personal.

Nayra Corleone, que con diecisiete años ya era muy bella: poseía cabello castaño, ojos tan oscuros como el grano de café, cara ovalada y una piel morena clara, resaltando algunas pecas en el puente de su nariz. Proveniente de Italia, lo cual, le había sido heredado el carisma, amor y lealtad de un corazón italiano. Era sencillamente una dama de categoría aun sin tener el título. Y según Britania, era una de las mujeres más bondadosas que hubiera conocido nunca.

Alitha Bathory, la otra de sus doncellas de la misma edad que Nayra, era muy extrovertida, rebelde y optimista. Y en los últimos tiempos parecía estar loca por los chicos. Deseando embriagarse de todas las maravillas que una vida lujosa podría ofrecer; como los bailes, los ricos platillos, la atención, los vestidos y joyas. Tenía un corazón sincero y divino, pero no parecía ver más allá del destello maravilloso de la vida en palacio.

Britania siempre recordaba el momento en que conoció a ambas hacía dos años. Acababa de empezar su rutina de clases particulares ese día, cuando una media hora más tarde, dos chicas le esperaban en uno de los salones para ser recibidas por ella, pues se encargarían de ser sus nuevas doncellas sirvientes. Antes de entrar, respiró hondo y con una enorme sonrisa deslumbrante, se acercó para darles la bienvenida una vez que un guardia le abrió la gigantesca puerta.

—Hola queridas, —saludó, animada—. Yo soy la princesa Britania, y les doy la más cordial y calurosa bienvenida a su nuevo hogar: El palacio de Nueva Bukingham.
—¡Ya lo sé!

De pronto, respondió la chica de la derecha con mechones ondulados cayendo como cascada de su regordeta cabeza. Era una castaña con ojos marrones: Alitha Bathory. No hizo caso del protocolo real; sino que se echó adelante casi de un salto y le dio un abrazo sin pensárselo dos veces.

—¡Oh! —exclamó Britania, bastante sorprendida.

Aquello sí que no se lo había esperado jamas, ni los guardias. Era la primera vez que alguien que no fuera su vieja amiga (también una princesa) sobre todo de la clase obrera, la saludaba de esa forma, dándose tanta libertad; pues generalmente era ella quien iniciaba los abrazos con su gente, no ellos. Así que ahí estaba la princesa, esperando como mucho una inclinación por parte de unas chicas dispuestas a servirle hasta la muerte, y lo que recibió fue un cálido abrazo.

—Yo soy Alitha. Esta es Nayra —y ni siquiera dio tiempo a ninguna de las otras dos hablar, pues de inmediato prosiguió— ¡Me encanta tu pelo! —exclamó ante la mirada atónita de todos los presentes (conformado por unos cuantos guardias, la princesa y ambas doncellas)—. Ojalá yo hubiera tenido ojos de color tan lindos como tú. Te da mucha vida. He oído que los Rothschild tienen muy mal carácter cuando se enojan. ¿Es cierto?

A pesar del día aburridísimo que Brit llevaba, Alitha hablaba con tal despreocupación que no pudo evitar reír, cubriendo su boca con la mano.

—No creo. Quiero decir que yo puedo ponerme de muy mal humor a veces, pero no es que vaya a explotar en cualquier momento —contestó la princesa, luego de reponerse y con gran amabilidad.

Britania dirigió entonces sus ojos a la joven de a lado, Nayra Corleone, y observó que sus ojos tristes le daban a la cara una imagen serena, casi recordándole a su hermana, lo cual le puso un tanto triste, pero también le dio confianza. En comparación con Alitha, parecía más frágil. Nayra le hizo una muy pulcra reverencia inclinándose suavemente y sonrió, poniéndose a su disposición de inmediato. La princesa no estaba segura de sí era porque era tímida o porque ya estaban analizándolas.

De ahí pasaron a una conversación más extensa donde Britania les preguntó sobre lo que les hacía enfadar y lo que siempre las hacía recuperar la calma, así como sus gustos y aficiones. Del trabajo no había mucho que hablar, puesto que antes de pasarlas oficialmente con ella, ya habían sido examinadas de todo a todo, pasado varios filtros de evaluación y explicado en qué consistía su trabajo conforme el área en la que habían sido instaladas. Alitha se explayaba más, mientras que Nayra soltaba alguna risita tímida de vez en cuando, pero nada más. Si le hacía alguna pregunta directa, daba una respuesta breve y volvía a su sonrisa comedida. Aunque probablemente hablaron más de media hora, el tiempo se les pasó volando; no habrían dejado de hablar de no haber sido porque la princesa tenía que regresar a sus clases de contabilidad.

Con el paso del tiempo, las tres se llevaron fenomenal, convirtiéndose en grandes amigas. Y Nayra, su más grande confidente, como la hermana que había perdido.

Liesel Lindemman era otro cantar. Una joven de 22 años de nacionalidad británica-germana. La única dama de compañía permanente de la princesa, y con una actitud un poco rebelde para su jerarquía; animada en cierto punto, aunque eso solo fuera para ocultar las preocupaciones y tristezas que llevaba dentro suyo, negándose a compartirlas con los demás. Para ella, su interés primordial siempre fue el que sus seres queridos estuvieran bien. De corazón sensible y noble, con fortaleza. Leal y honesta hasta lo indecible.

Eikko Sayuri era relativamente nuevo en palacio. Tan solo llevaba seis meses trabajando para Britania, después de que su última sirviente cayera enferma y aun después de la recuperación de esta. Lo cierto es que a Britania le agradaba el trabajo del sustituto, así que decidió mantenerlo a su servicio (trabajo que, se suponía, también deberían desempeñar Nayra y Alitha, pero que al final no hacían mucho por puro capricho de la princesa, pues las mantenía en palacio y a su lado solo para hacerle compañía como las grandes amigas que eran para ella). Llegado desde tierras orientales, dejando su natal Japón para escapar de una sociedad estricta y superficial, Eikko vio la oportunidad de su vida cuando el palacio buscaba personal nuevo, eficiente y confiable. De carácter recto, muy serio y formal. Pocas veces se le vería sonriendo, así que ni esperar una risa genuina suya. Al ser el único empleado japonés en palacio, llamaba mucho la atención de forma positiva, pero también se cuchicheaba sobre él por la misma razón. 

CORONA DE ROSAS- La princesa blancaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora