La casa del bosque

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Cuando entró, descubrió a Edgar con el ceño fruncido, sus anteojos puestos y enterrado en cada palabra de un grueso formulario.

—Hola, papi.
—Hola mi niña, ¿leíste los periódicos de esta mañana?
—Si, de inicio a fin.

Britania se sentó del lado contrario a su padre en el gigantesco escritorio adornado con un globo terráqueo que se iluminaba en la noche, algunos retratos, plumas y algunos papeles o carpetas. Tomó su agenda y libreta para luego sacar la pluma de oro que le había obsequiado el duque de Hampshire, para empezar su labor. Una vez leído todo y tomar ambos anotaciones, comenzaron a debatir —fue más un interrogatorio que un debate por parte del rey a su hija— sobre el tema en cuestión.

— ¿Qué habrías hecho tu?
—Pedirte un consejo, supongo —intentó bromear un poco, pero su padre no lo tomó de la misma manera.
—Esa no siempre será una opción, hija. Debes ser fuerte, decidida.
—Lo sé —miró sus manos, haciéndose un nudo.

Edgar dejó el formulario en el escritorio, se levantó y caminó hacia el ventanal. De pronto se notó estresado, angustiado. La mayoría de los días parecía más preocupado por ella que por su nación; y no era para menos, pues el destino de todo su pueblo dependía solo de el... y un día, lo haría de su hija, a quien la veía inocente a pesar de lo preparada que estuviera para algunas cosas; y no es que no comprendiera su lugar, sino que en ocasiones, le parecía que la princesa intentaba solucionar la vida o los problemas con fantasías y milagros. Demasiado ilusionada últimamente para su gusto. Confiaba en ella, pero no quería verla sufrir de ninguna manera, o entrar en pánico al no poder sobrellevar a millones de personas.

Duró casi un minuto mirando a la nada por la ventana, hasta que, de golpe, dio media vuelta, confundiéndola un poco. La princesa miró a su padre fijamente y como arrugaba la frente.

—Ya se ha hecho antes... —comentó el casi en un murmullo.

De pronto, algo en su mirada cambio. El rey observó a su hija durante unos segundos, como si estuviera pidiéndole disculpas, pero sin articular palabra.

— ¿Papá?
—Dime.
— ¿Estas bien?
—Sí, cariño. Más que bien. Ahora necesito charlar con tu madre. Por hoy hemos terminado este tema, ¿podrías empezar a trabajar en esos recortes de presupuesto de Vienea? Comentaremos tus sugerencias mañana por la mañana. Mandare a que te suban la cena a tu habitación, ¿de acuerdo, mi amor? —se acercó rápidamente y le besó la coronilla, para después retirarse a velocidad máxima, dejando a la pobre mas intrigada.

Pasaban de las cinco, Britania caminaba tomada del brazo de Rosalie por el jardín hacía el laberinto, uno de senderos con fuentes y bancos, uno del que solo ellas dos sabían el sendero correcto para encontrar la entrada y salida. Por todas partes se veían flores, y cada seto estaba podado a la perfección. Tras aquel recinto cuidado hasta el mínimo detalle se abría un pequeño campo abierto y, más allá, un bosque enorme que se extendía hasta tan lejos que no podía saber siquiera si quedaba completamente rodeado por los muros del palacio.

Rosalie miraba hacia arriba aun asombrada por todo lo que veía a su alrededor, a cada paso, pues era un lugar divino. Ya para el final de aquel camino, los árboles convergían en un entramado de ramas floridas, entrelazados unos con otros para crear un sólido túnel de flores. Las flores colgaban en lianas: rosas, moradas, verdes y blanco brillante. Una vez terminado el camino del laberinto, daba paso a campo abierto, donde se vislumbraba una mansión en tonos coral, con testas de extremo grosor. Aquel lugar, era como la casita de muñecas exclusivo de la princesa, donde nadie, absolutamente nadie a excepción de ella y Rosalie tenían acceso. Una mansión que tenía por nombre: ¨LE PETIT TRIANON¨. Contaba con un jardín extenso con todo tipo de flores, la rosa roja y el lirio blanco siempre permanecían curiosamente unidos. Incluso había un río de agua cristalina, el cual le fascinaba. Rosalie nunca había visto un cauce tan transparente ni el tipo de minerales que destellaban desde el fondo. Capas de roca plateadas convergían unas sobre otras dando a las orillas del río el efecto de olas, a pesar de que las aguas fluían apacibles. Detrás de la mansión reposaba un gigantesco sauce llorón, el cual usaban muchas veces como su lugar especial. Era su confidente.

Como habitualmente sus días se llenaban de clases de etiqueta, clases de música, historia, política, oratoria, geografía o trabajo con su padre, así como comidas o viajes de negocios, alguna que otra vez Britania era capaz de escabullirse de sus atosigantes deberes y descansar en los brazos de Rose en aquel sauce, frente al rio o dentro de su pequeña mansión privada. Escapaban a ese precioso refugio para tener un momento de quietud con la otra; Rosalie para descansar de sus interminables entrenamientos, Britania de sus lecciones.

Para ambas, era su pequeña parte de cielo en la tierra.

Y era obvio que quisieran aprovechar al máximo esos ratos una con la otra, que no fuera solo en la noche en sus habitaciones, pues era estresante que ante el público debieran mantener una distancia apropiada cuando daban paseos por los jardines de palacio o salían al pueblo. Britania tenía que ser muy cuidadosa, incluso con cualquier compañía que elegía, pues no podía dejarse ver con cualquiera ni de forma comprometedora, pues los medios no solo podían tomar una fotografía o video poco favorecedores, sino que además los documentarían, los guardarían y los sacarían a la luz en todos los medios amarillistas cuando quisieran criticarla. No podía permitirse el lujo de despistarse y dejar en ridículo el apellido de la familia Rothschild. Había que tener los pies siempre bien puestos sobre la tierra y evitar cualquier cosa o persona que pudiera empañar su imagen, la de su familia o la de toda la nación. Rosalie a veces temia por ambas, sentía miedo en todo momento pues no quería que las descubrieran, a veces pensaba que iba demasiado lejos, pero cuando Brit la besaba, y le sonreía como solo ella sabía hacerlo, le daba la seguridad que necesitaba en ese momento.

Así que, describir el momento en el que la princesa se lanzó a los brazos de Ross cuando estuvieron debajo del árbol esa tarde, sería inútil.

—Haría cualquier cosa por ti, Britie. Pídeme lo que quieras —murmuró.

Sacudió la cabeza.

—Pero no puedo pedírtelo.

Ella le lanzó una mirada confusa.

— ¿Por qué no? ¿He hecho algo mal?
—No, tontita —respondió y se separó—. Por lo visto... —resopló—. Parece que has hecho algo «demasiado» bien. No puedo besarte como si nada, porque, para mí, eres algo más que eso.

Clavó la mirada en el suelo.

— ¡Y todo por tu culpa, por cierto! —le acusó mirándole directamente a los ojos, poniendo un poco de drama y broma a la oración—. Estaba súper bien encaminada por el camino de la rectitud cuando no me gustabas —protestó y se cubrió la cara con las manos—. Ahora ya no hay marcha atrás. Estoy tan perdida que apenas puedo pensar con claridad. Lo único que sé es que me importas más de lo que puedo entender —admitió.

Cuando reunió el valor necesario, volvió a mirarle a la cara y vio que ella sonreía con suficiencia y orgullo por si misma.

—Por el amor de Dios, deja de poner esa cara de engreída.
—Lo siento —dijo aún con la sonrisa en la cara.
—Estoy muerta de miedo. Ni te imaginas lo que me cuesta reconocer todo esto.

Rosalie se acercó.

—A mí también me asusta oírtelo decir.
—Estoy hablando en serio, Rosalie.
—¡Yo también! Para empezar, me aterra pensar qué significa. Tú ostentas un título muy grande y ocupas un trono. Ambas sabemos lo que te espera. No es fácil asimilar algo así. De hecho, a mí me sigue pareciendo una cosa de locos. Pero eso no es todo.
—Bueno, no estoy diciendo que esté loca por ti... pero casi —bromeó.

La guardia se echó a reír.

—Quién lo iba a decir, ¿verdad? —se encogió de hombros—. ¿Te digo algo? Todo lo que hago últimamente es dedicado a ti y por ti.
—Eso significa mucho. Sé lo importante que es tu trabajo.
—No es por el trabajo en sí. Me importas en serio, Brit. Hay veces que despierto, voy a tu lado, observo las sonrisas coquetas que me das de repente cuando nadie lo nota, y luego en las noches, aun teniéndote entre mis brazos y aun así... me cuesta creerlo.
— ¿Por qué? ¿Luego de tanto tiempo?
—Es solo que... eres más que perfecta para ser real, ¿sabes? Solía sentirme tan ordinaria a tu lado. tan insignificante en comparación que, este mismo punto en el que estamos ahora, me era inimaginable.
—No digas eso —le acarició el rostro, mirándola profundamente, con su voz casi como una caricia misma—; no sabes lo afortunada que soy yo por tenerte a ti. No solo eres la mejor que podría protegerme, eres mi alma gemela, mi ángel de la guardia. Llegaste para enseñarme muchas cosas, y para vivir unas cuantas más.
— ¿Crees olvidarme algún día?
—No digas cosas como esa, jamas ¿me escuchas? ¡Nunca podré olvidarte! Así como jamas olvidare el día que nos vimos por primera vez. 

CORONA DE ROSAS- La princesa blancaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora