Complicidad y amistad

13 2 0
                                    


Por la mañana no se despertó con el ruido de sus amigas doncellas al entrar —aunque ya habían entrado— ni con la preparación del baño —aunque ya estaba preparado—. Se despertó con la luz que se coló por sus dantescas ventanas cuando Nayra (May) retiró suavemente las pesadas y elaboradas cortinas, tarareando con dulzura alguna canción, encantada con su trabajo.

La princesa aún no estaba lista para ponerse en marcha.

— ¿Alteza? ¿Estas despierta?
—Noooo —gimoteó, con la cara contra la almohada.

Pero May, Alitha y Liesel se rieron ante sus lamentos, y eso bastó para hacerle sonreír y para que se decidiera a ponerse en marcha.
Es probable que con aquellos cuatro chicos fuera con los que más fácilmente podía llevarse bien de todo el palacio. Tiempo atrás, se preguntó si podrían llegar a convertirse en confidentes de algún tipo, o si la disciplina y el protocolo las harían completamente incapaces de compartir incluso una taza de té con ella. Tres de ellos eran criados, pero a ella aquello no le importaba. Se encontraba bien en compañía.
Entró muy despacio en el monstruoso baño; cada paso que daba resonaba en aquel enorme espacio de azulejo y cristal. A través de los grandes espejos vio a Liesel que se fijaba en las manchas de vino de su vestido —el que no se había quitado para dormir y con el cual la miraron levantarse—. Luego los ojos atentos de Nayra cayeron en ellas. Por suerte, ninguna de las dos hizo comentarios. Uno de sus temores era que le acribillaran a preguntas, sobre todo si se lo mencionaban a Alitha, pero estaba equivocada. Evidentemente les preocupaba muchísimo que se sintiera cómoda. Si les decía qué había estado haciendo en la noche y con quien, para mancharse con vino tinto, no sabía cómo lo tomarían.
Se limitaron a doblar el vestido con cuidado para mandarlo a la lavandería de palacio y llevarle a la bañera.

Esa mañana, ya más que lista con un precioso vestido de diario y mientras sus chicas se habían marchado a traerle el almuerzo, llevarse la ropa sucia, y Eikko tendía la cama, Britania observaba desde su balcón a Rosalie quien evaluaba a sus subordinados de la Guardia Imperial, vigilaba la formación y daba instrucciones de los puestos de ese día; montada en su corcel negro, imponiéndose ante todos. El emblema de Versalles estaba adornado con un pequeño diamante negro en el centro, lo que denotaba mayor rango.

No importa cuánto la observe, me parece increíble que una jovencita de mi edad sea Comandante de la Guardia Imperial —pensó la princesa soltando un suspiro, mientras reposaba los brazos sobre el elegante y grueso muro de piedra, sin apartar su vista de la morena.

Era tan guapa como hábil. Montaba en su silla de marfil como si hubiera nacido sobre el caballo y podía desenvainar la espada o su arma sin detenerse siquiera. Rosalie Versalles rápidamente destacó de los otros guardias. Segura y bien parecida; el tipo de mujer que sin lugar a dudas podía liderar a un ejército y destrozar los corazones tanto de hombres como mujeres al mismo tiempo. Una portadora orgullosa del escudo del rey.

La princesa anhelaba que Rosalie fuera su esposa, lo que la convertiría en la segunda reina de Alterra, o reina consorte como se le conocía al esposo o acompañante de la heredera al trono. Admirando la cara de Versalles, Britania soñaba con el día en que su padre dejaría su lugar a su, por ahora, esposa de fantasía.

La animaba mucho más saber que Rosalie era de ella y solo de ella y nadie podría arrebatársela. Y quizá, anheló algún día, si todo salía según lo planeado, Versalles se casaría con ella y gobernaría a su lado. Fuertes y compasivas. Amándose intensamente.

Britania resguardo ese deseo en su corazón, una sonrisa de adoración apareció en sus labios.

Rosalie, como sintiendo el llamado desde el balcón, miró en su dirección y Britania le lanzó una pequeña sonrisa, a la que la primera respondió con un guiño coqueto. El corazón de la princesa brincó de felicidad; el cruce de miradas fue rápido, pero bastó. Con Rosie era así; en una décima de segundo, sin una palabra de por medio, Britania podía decirle: ¨Ten cuidado y no te pongas en peligro¨. Y, sin decir nada, ella respondía: ¨Lo sé. Tú preocúpate en mantenerte a salvo¨. No le contaba a nadie lo que estaba sucediendo entre Rosalie y ella, ni a sus doncellas y ni siquiera a Nayra que era a quien más le tenía confianza. Era como un secreto maravilloso que podía recordar en medio de alguna de las aburridas clases con su institutriz, en una reunión con el consejo por demás innecesarias o en alguna larga jornada en el despacho. Y, si era sincera, pensaba en los besos dados con mayor frecuencia de lo que se debería. Se planteó la posibilidad, solo para sí, aunque en más de una ocasión sintió la tentación de explicar su secreto a los cuatro vientos.

CORONA DE ROSAS- La princesa blancaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora