Pacto de sangre, pacto de amor

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A Albus le encanta leer.

Tiene una biblioteca entera llena de libros, muchos de ellos escritos por muggles, pues a Albus le fascina cómo estos seres sin magia son capaces de crear mundos tan increíble y tan llenos de ésta.

Disfrutaba de la prosa de aquellos que poseían la magia del don de las palabras.

Sin embargo, en ese momento, tumbado boca abajo en su cama aquella agradable noche de verano, se encontraba leyendo un libro que le había regalado Gellert.

Se encontraba tan absorbido por aquella historia que estaba leyendo que ni se enteró cuando Aberforth, su hermano menor, lo había llamado para que bajase a cenar.

No solía tener mucho tiempo para leer, pues sus días en Godric's Hollow eran muy ajetreados y no podía parar casi nunca de hacer cosas; limpiar la casa, llevar a pastar a las cabras, cuidar de Ariana...

Su trabajo había aumentado más aún cuando su hermano comenzó a trabajar, pues con el poco dinero que conseguían de vender leche y queso de cabra, no les llegaba para todos los gastos a los que tenían que hacer frente.

La ausencia de su hermano hacía que sus tareas fuesen más y, sobre todo, más pesadas, pues tenía que realizarlas a la vez que vigilaba a su hermana pequeña, la cual era muy inestable y necesitaba de una vigilancia casi continua.

Su vida en el tranquilo y pequeño pueblo de Godric's Hollow era monótona y repetitiva, siempre haciendo las mismas cosas. Un bucle infinito que parecía que no se rompería.

Hasta que llegó al pueblo, poco tiempo después, un joven de cabellos dorados, de ojos azules y profundos como el océano y de sonrisa astuta y carismática, que puso todo su mundo patas arriba.

Gellert Grindelwald, sobrino de la Bathilda Bagshot, famosa historiadora del Mundo Mágico, era un joven alto y cuanto menos atractivo, con unos rasgos tan finos y una piel tan blanca y bien cuidada que casi parecía que brillaba con el sol.

Recordaba casi como si hubiese sido ayer el día en que, por fin, lo conoció; fue un especialmente caluroso jueves a las seis de la tarde, en el que decidió llevarle un pastel de limón casero al forastero para darle la bienvenida al vecindario.

No le dio tiempo a dar ni un solo golpe a la puerta con su nudillo cuando el susodicho abrió la puerta del todo, quedando en frente suya, y ahí fue cuando comenzó un largo y escrutador silencio, en el que ninguno de los dos dijo nada, simplemente se limitaron a estar allí, uno en frente del otro, mirándose fijamente, el pelirrojo con el pastel de limón en una mano.

En ese momento, Albus se dio cuenta de una cosa; ese joven era muy inteligente. No le hizo falta oírlo decir ninguna palabra, solo con ver su porte y su mirada avispada y astuta le bastó para saber que acababa de conocer al primer joven que podría llegar a estar a su mismo nivel de elocuencia y erudición.

Y en efecto así fue; una vez pasado el largo y tenso silencio, roto gracias a la presencia de la señora Bagshot, los dos jóvenes comenzaron a hablar y descubrieron, con gran sorpresa, que tenían muchas cosas en común, y que los dos compartían el mismo amor por el saber y la lectura.

Tal fue su agrado mutuo, que desde ese día en adelante, se empezaron a reunir casi a menudo para charlar sobre todo tipo de temas, valorando perspectivas, ideas y puntos de vista del otro.

Ese día que había finalizado, había vuelto a quedar con él, y había estado tan entretenido con Gellert que se le había pasado la tarde volando, tanto así que cuando comprobó con gran sorpresa que estaba comenzando a oscurecer, con gran pesar se dirigieron a casa del rubio para recoger a Ariana, que se había quedado con Bathilda tejiendo y contándose historias.

MEMORIAS | One-Shots GrindeldoreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora