Capítulo 10:
Lo que estaba frente a mí era un total enigma. Sus rostros eran un misterio, no daban señal de ninguna emoción. ¿Así me veía yo? ¿Era igual que ellos? Ellos eran el misterio y yo quería resolverlos.
La decoración del lugar era monótona y sobria, salvo por unos colores provenientes de unas hojas de papel pegadas en un gran muro, exponiendo pequeños logros personales expresadas a través de obras de arte creadas por algunos pacientes. El resto consistia en estantes viejos de madera roble, lustrados a modo que el la luz que se reflejaban en ellos eran capaz de cegar a alguien y de sillas forradas con una tela café rodeando una mesa de centro en donde reposaban ediciones de revistas de hace unos cinco años.
La sala del centro se salud mental se encontraba en su capacidad máxima de pacientes y el área de la recepción era un caos con la nueva secretaria que había empezado a trabajar allí hace solo un par de días y a la que un hombre robusto con problemas de ira le gritaba por haberle agendado doble. Entendía su molestia, su cita era importante y necesitaba de los medicamentos para controlarse para evitar recaídas como la que tenía en esos momentos. La joven mujer se disculpó varias veces por su error y se explicó que últimamente habían estado ocupados por alta demanda y no había tenido su capacitación correctamente ya que el antiguo recepcionista tuvo un accidente laboral, dejándola totalmente desamparada con la organización.
Volví a subirle el volumen a la música y continué en mirar en blanco la muralla frente a mí, esperando a ser atendida. Intenté leer las expresiones de las personas sentadas ahí conmigo. Había una señora, quizás en sus cincuenta o en sus sesentas, concentrada en un pequeño chaleco que estaba tejiendo a crochet y que murmuraba cosas que solo ella era capaz de oír, mirando de vez en cuando hacia adelante como si estuviera llamando con la mirada al psiquiatra que una vez más, se habría retrasado con su agenda. A su lado, se encontraba un señor de contextura delgada y cuello estirado, con su cabello peinado hacia atrás con gafas delgadas cayendo sobre su nariz, sus ojos enterrados en el libro que tenía en las manos. Ladeé la cabeza para leer el título: Fahrenheit 451. A su lado, se encontraba un pequeño niño con una joven madre, cuyo rostro me recordaba a un Basset Hound. Su delgada cabellera rubia caía por su pálida piel en donde lo que predominaban eran sus ojeras y que sonreía cada vez que el niño le mostraba algo en la revista que estaba leyendo al revés sin prestarle atención a lo que el infante balbuceaba. Todos se veían exhaustos.
¿Me veía igual que ellos?
Una mujer llamada Claudia Vicencio que se encontraba en medio pasar de sus cuarentas, de baja estatura y con pelo negro corto se acercó a mí y me pidió que la siguiera. Guardé mis audífonos luego de apagar la música y la seguí por los largos pasillos con baldosa blanca y un gran ventanal que iba desde la entrada hasta la sala del fondo, mostrando un árbol en medio del concreto con unas mesas rodeándolo. Nos adentramos dentro de la tercera sala del corredor. Había una mesa roja para niños pequeños dentro de ella con dos sillas de colores a sus lados. Un tarro con lápices de colores reposaba sobre ella. Atrás de la mesa se encontraba un estante con distintas variedades de libros y carpetas y a un lado de este, se encontraba su escritorio con una computadora encendida y muchos papeles encima de él.
Ella se sentó en su silla de oficina y me observó con sus ojos achinados, como si me estuviese fulminando con la mirada cuando en realidad estaba analizando mi expresión neutra al sentarme sobre la silla opuesta a ella. ―Tanto tiempo, Alice. No pensé volver a verte aquí.
―Sé que me dijo que no volviera, pero necesitaba hacerlo. ―dije con la cabeza gacha. ―Últimamente habían pasado muchas cosas, por eso decidí volver.
Sacó de un cajón una caja con pañuelos desechables y dejándola frente a mí. Se acomodó en su silla, cruzando sus piernas e inclinándose hacia atrás, aun con su mirada fija en mí. ― ¿Qué le pasó a tu pie?
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La Apuesta (Reescrita)
Любовные романыAlice Metta siempre ha sido dependiente emocionalmente de las personas y está dispuesta a sanar. Tristan Murphy siempre ha sido independiente en todo sentido y está dispuesto en ayudar a quien lo necesite. Dos polos opuestos con una pasión en común...