Capítulo 13:
Desde que tengo uso de razón, el baloncesto fue mi ruta de escape y desahogo. Pero ver a un grupo de adolescentes como yo en un partido callejero en una vieja cancha, situada en medio de una población periférica lograba tranquilizarme más que estar dentro de la corte jugando una partida. Creo que de esa manera lograba reorganizar mis pensamientos. El lugar era bastante tranquilo a pesar de que se encontraba debajo de una autopista y en medio de las vías de entrada y salida.
Me reconfortaba ver los rostros de concentración y como se desenvolvían en su propio estilo de juego, basándose en jugadas ejecutadas por grandes jugadores y recreándolas hasta masterizarlas por completo; me hacían creer que, aunque nos sintiéramos atrapados el baloncesto estaría ahí para liberarnos.
―Ya llegué ― anunció la voz grave de Demian resonante en mis oídos.
Desvié la mirada de la partida y le miré con una genuina tristeza. Se encontraba con el pelo húmedo y tenía la respiración agitada, como si le hubiera pillado en medio de una ducha y hubiese corrido hasta allí en un apuro.
No hizo falta decir nada para que él comprendiera lo que necesitaba en esos momentos. Instintivamente dio un par de pasos hasta estar cerca y se sentó a mi lado en la fría banca de concreto. Estiró un brazo y me atrajo hasta él, envolviéndome en un abrazo protector. Me sentía patética, no había parado de llorar en silencio desde que había llegado a las canchas.
―Ya, ya...―susurró, sobando mi espalda. ―Todo está bien, estarás bien.
Hubo algo en su reconfortante voz que logró que mi llanto cesara solo con un par de minutos. Me separé de él, borbotando unas disculpas por haber manchado su camiseta anoche y por haberle arruinado la que llevaba puesta con rímel de pestañas. De alguna forma sentí que ya había vivido esto, ya había estado así antes.
Demian se encogió de hombros y sonrió. ―No te preocupes de eso ahora, ambas se pueden lavar. ¿Qué pasó? ¿Por qué tu mejilla está roja?
Alzó la mano para tocar suavemente mi pómulo, en donde me había golpeado mi madre. Me estremecí ante su tacto que ardía contra mi piel. ―Mamá fue lo que pasó. Sonará muy descabellado, pero ¿puedo quedarme contigo un par de días? No quiero volver a casa.
Era por eso por lo que le había llamado allí. Si mamá está así lo mejor era dejarla estar por un par de días hasta que se le olvidara y debía estar segura de que podría hacerlo si no, tendría que acudir a otras personas.
― ¿Qué hay de Simón?
Negué con la cabeza. ―No quiero decirle. Ya tiene suficientes problemas en casa como para yo meterme allí.
La abuela de Simón ya tenía bastante en su plato con el estrés de cuidar a su marido enfermo y hacer correr su pequeña confitería. Llegar de la nada con una mochila con mis pertenencias podría agravar su estado.
Demian contempló el juego en silencio por unos segundos. ― ¿Y qué hay de Tristan?
Pensé que iba a mencionar el beso que había presenciado, pero no lo hizo. Suspiré aliviada. Evitar el tema era una buena elección. ―Quiero estar lejos de ahí. Si ella me ve que estoy quedándome él, armará un lío.
Él asintió, comprendiendo a lo que me refería. Quedarme con él sería como echarle un galón de bencina al fuego y esperar que no explotase. Se tomó un momento para responder, estaba escogiendo las palabras correctas y luego, en un tono de voz más suave, poco común en él, dijo: Te ves agotada.
Y lo estaba. No dormí como me hubiese gustado haberlo hecho y presionarme a mí misma a tomar decisiones prematuras drenaron casi toda mi energía que quedaba. Estaba cansada y necesitaba una ducha con urgencia para relajar mis músculos de la tensión que había en ellos. ―Tenía pensado dormir al llegar a casa, pero no pude. Mamá se descontroló...
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La Apuesta (Reescrita)
Любовные романыAlice Metta siempre ha sido dependiente emocionalmente de las personas y está dispuesta a sanar. Tristan Murphy siempre ha sido independiente en todo sentido y está dispuesto en ayudar a quien lo necesite. Dos polos opuestos con una pasión en común...