Capítulo 2:
La sensación pastosa en mi boca fue aquella que me despertó de mi tan pleno sueño. El calor de la habitación junto con el olor a alcohol de anoche me obligó a sentarme en mi cama aún con los ojos cerrados, estos rechazando la orden de mi cerebro para que se abrieran. Me mantuve unos cuantos segundos así, en completamente silencio hasta que sentí mi celular vibrando en el velador a un lado de mi cama.
Estiré el brazo a tomarlo, fijándome en el número de quien llamaba. Era un número desconocido.
― ¿Aló?
―Alice. Hola, soy yo. Ale-
No le permití que terminara la frase cortándole la llamada y bloqueando el número. Ya este es el tercer número desconocido del que me llama, tendré que cambiar mi número de teléfono por este imbécil que no deja de llamar.
Dejé el celular en la cama y me obligué a levantarme a tomar agua y de paso, comer y ducharme porque apestaba, pero antes de eso, me detuve a darle los buenos días/tardes a mi amado gato Pimienta.
Mis pies estaban un tanto resentidos al igual que mis piernas por tanto bailar anoche; de la resaca ni hablar. Rápidamente tomé una pastilla para el dolor de cabeza e intenté hacer mi día normalmente para ya al día siguiente empezar una nueva semana. Por lo que después de darme una ducha, ya estaba con mis parlantes encendidos escuchando a Noche de Brujas mientras ordenaba mi cuchitril llamado hogar y esquivando los juguetes de Pimienta por todos lados. Estaba en medio de una nota alta cuando la puerta se abre repentinamente, tomándome por sorpresa. Mi madre y hermana se asomaron por la puerta, soltando carcajadas en cuanto vieron tal escena. No todos los días podrían encontrar a una Alice con una camiseta tres tallas más grande y shorts de baloncesto.
―Que bueno que despertaste hija, no te quisimos despertar. ―comentó mamá en cuanto dejó algunas bolsas sobre la mesa.
Automáticamente me acerqué a ellas y las saludé con un beso en la mejilla. ―Sí, pensé que iba a estar peor, pero con la ducha se me pasó enseguida.
― El chico que te vino a dejar es muy lindo, hija. ¿Vive por aquí?
Me quería dar contra la pared. Mi hermana comenzó a reír a carcajadas a la vez que desaparecía por la cocina disfrutando de la vergüenza que me estaban provocando. Miré a mi mamá para encontrarme con su mirada expectante, haciendo gestos a que hablara pronto.
―Si, según lo que recuerdo me dijo que vive en la otra torre del condominio. ― repliqué encogiéndome de hombros e imitando las acciones de mi hermana.
De la nada, algo se impactó con mi nuca haciendo un estruendo sonoro. Me quejé del dolor mientras me sobaba la zona adolorida. Miré a mi hermana furiosa.
― ¿Por qué hiciste eso?
―Yo le dije que lo hiciera. ―intervino mi madre. ―Te lo mereces por llegar tan temprano y más encima apenas podías caminar. ¿Sabes lo peligroso que pudo haber sido? ¡Imagínate cuantas chicas como tú no le han hecho algo aprovechándose de su estado!
―Ya mama, tranquila. ―suspiré mientras la abrazaba. ―No lo haré más, lo prometo.
―Más te vale.
Continué sobándome la nuca. Amelia en verdad se había pasado con su fuerza, lo más probable es que lo haya hecho a propósito. Ya cobraría venganza por ello.
*******
Amelia me apresuraba mientras que corríamos por las escaleras del metro, pues el tren ya había llegado y era en cuestión de segundos que cerraran las puertas. Claramente no podríamos esperar al siguiente tren puesto ya nuestros celulares estaban siendo bombardeados por mensajes y llamadas por parte de nuestro grupo de baile. Genial, otra vez íbamos tarde.
Riendo a carcajadas, logramos llegar antes de que la luz roja que indica que las puertas se cerrarían se iluminaran. Bueno, al menos ya no estaríamos tan lejos.
Mi hermana menor se sentó en uno de los asientos vacíos y me pasó uno de sus auriculares. Una canción de su grupo favorito sonaba, una bastante pegadiza podría decir. Nos fuimos todo el trayecto hacia nuestro ensayo intentando pronunciar aquellas palabras en coreano, haciendo gestos con las manos y asustando a varias personas que iban allí.
Nuestro punto de encuentro no se encontraba muy lejos, de hecho, quedaba solo a unas cuantas estaciones de donde vivimos. Sin embargo, siempre nos atrasábamos debido a que 1) A mi querida hermana se le hace difícil despertarse temprano y 2) el tiempo se nos pasaba volando al conversar escuchando música mientras que me maquillaba y mi hermana observaba.
En un instante observé el perfil de mi hermana. Su pelo oscuro y liso caía por un poco más sobre sus hombros, sus ojos achinados color café en su piel de porcelana la hacía ver única e inigualable. Y por un momento el deseo de proteger a tal ser, a la persona cuyo lazo entre nosotras será inquebrantable surgió desde lo más profundo de mi corazón. Si bien peleábamos, molestábamos y discutíamos también jugábamos, reíamos y por, sobre todo nos queríamos. Lo cual es lo primordial entre nosotras.
―Apúrate que vamos tarde. ―mi dulce hermana me ordenó mientras jalaba de mi mano.
Subimos por las escaleras hacia la salida, esquivando a quien se nos cruzara por nuestro camino. Mientras caminábamos por la calle hacia el parque, no pude evitar ver nuestro reflejo en los vidrios de un edificio. Paré en seco y llamé a mi hermana por una foto. El grupo debe esperar, la foto es primero.
La noche se hizo presente más pronto de lo esperado, sin duda aquellas tardes con mi hermana se pasaban volando entre tanto baile y risas además que el ambiente entre todas las personas en el parque era bastante agradable, la diversidad allí era inmensa e inigualable. Podías vestirte como querías, actuar como querías y nadie te iba a decir algo a no ser que fuera muy necesario. Era el mejor lugar para ser tú mismo.
***
Al día siguiente la realidad me golpeó de una. El profesor de matemáticas me había entregado la calificación del examen que tuvimos el otro día y me advirtió que, si no ponía más empeño en las clases él mismo se encargaría de hablar con el entrenador del equipo de baloncesto para que no me dejase jugar hasta que vieran un progreso.
Genial, esto era lo que faltaba. La verdad es que las matemáticas y yo éramos como el aceite y el agua, no nos mezclábamos para nada, pero sabía que ya estaba en la recta final.
Estiré el brazo para tocarle el hombro a Simón, mi amigo y compañero de clases y a quien se le daban muy bien las matemáticas.
―Sim, por favor ayúdame ―le lloriqueé, mostrándole el puntaje que saqué.
Él se dio la vuelta con una mueca burlesca en su rostro. Ya tenía previsto lo que me iba a decir ― ¡Ja, ja, ja! Te llegaron tantos pelotazos que ya no sabes ni restar.
―Y a ti tantos que no sabes ni leer, idiota. ―Le repliqué, siguiéndole el juego.
El ser burlesco era una característica muy de Simón, a él le encantaba burlarse de las personas solo para reírse un rato y si alguien se molestaba era como música para sus oídos. El truco hacia su persona era simplemente ignorarle y no caer en su juego, cosa que se me hacía muy difícil sobre todo en momentos de crisis como este.
― ¡Pero Ali, te equivocaste en las más fáciles! ―soltó otra carcajada, ― ¿Cómo chucha te puedes equivocar en algo tan simple?
―Simón, por favor ― le rogué ―Si quieres yo te ayudo con lenguaje.
Y sin nada más que decir, se ajustó los lentes con el dorso de su mano asintiendo levemente. ―Trato.
― ¿Irás a entrenamiento hoy?
―Sabes que nunca falto a entrenamiento.
Miré el reloj de la sala de clases y comencé a guardar mis cosas manteniendo una conversación casual con Simón. Una vez que sonó el timbre, nos dirigimos con calma hacia el gimnasio pues sabíamos que se nos venía una extensa jornada de entrenamiento.
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La Apuesta (Reescrita)
RomansaAlice Metta siempre ha sido dependiente emocionalmente de las personas y está dispuesta a sanar. Tristan Murphy siempre ha sido independiente en todo sentido y está dispuesto en ayudar a quien lo necesite. Dos polos opuestos con una pasión en común...