Capítulo 5

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Capítulo 5:

Tal como los días fríos perduraron hasta fin de mes, mi estado anímico combinó con los tonos del cielo oscuro. Días después de aquel incidente, mis noches se trataron de pesadillas y llantos desgarradores en las que mi madre tenía que acunarme hasta dormir, aquellas noches eran cuando las ganas de seguir viviendo se iban esfumando como el tabaco del cigarrillo prendido que mantuve entre mis dedos temblorosos a las tres de la madrugada. Siempre era el mismo sueño; siempre le veía a él sosteniéndome del cuello con una mirada oscurecida, atestada de furia y odio insultándome hasta que terminaba por acabar con los latidos de mi corazón tras una desesperante lucha.

Mis amigos me visitaban diariamente, incluso a veces venían a pasar la noche a mi lado. Sin embargo, era como si yo no estuviese presente en alma, solo en cuerpo y me mantenía inconsciente de lo que pasaba a mi alrededor desde la seguridad de mi cama. No pude evitar sentirme mal amiga al ver el rostro culpable de Simón, quien me confesó que no ha dormido por noches sin fin debido al remordimiento de haberme dejado caminar sola siendo tan tarde. Me rompía el corazón al ver a mi queridísima Denisse rompiéndose en frente de mí, lamentándose de todo lo que su mejor amiga ha tenido que vivir. Mis intenciones no eran preocuparles, es más, de no ser por mi hermana y madre, ellos no se hubiesen enterado de lo ocurrido. Dentro de mí sabía que era completamente innecesario preocuparles cuando no podían hacer nada respecto al pasado, pese a eso, intentaba con todas mis fuerzas para reconfortarles siguiéndoles el hilo de sus conversaciones, tratando de mostrarme ante ellos como si nada hubiese pasado.

Mamá se tomó unos días libres del trabajo para así cuidar de mí. Me despertaba alegremente con el desayuno en mano y me lo dejaba en la mesa de noche para después depositar unos besos sobre mi frente con la esperanza de que ese día seria aquel día en el que haya decidido salir de mi burbuja. La bandeja con la comida permanecía intacta en el mismo lugar hasta que mi hermana venía a buscarla y la reemplazaba por una con mi almuerzo cuando llegaba del colegio. Apenas y podía probar bocado -mucho menos beber agua- y si lo hacía, la gula se apoderaba de mi ser para así condenarme a llenar un vacío insaciable, llevándome a un círculo vicioso de comer en exceso para luego sentirme culpable. En esos peores momentos eran los que mi madre repudiaba con su todo su ser, podía ver a través de sus ojos como el miedo se reflejaba en ellos y como tragaba en seco con un nudo en la garganta al ver como su hija lentamente se iba acercando al borde del abismo.

Aproveché varias ocasiones en las que me encontraba sola en el departamento para darme una ducha, evitando ver a mi familia y sus intentos frustrados en subirme el ánimo que a su vez terminaban por deprimirse aún más. No porque seguían intentando, sino que también porque por más que lo intentaba, me costaba formar una sonrisa en mi cara. Evitaba también verme en el espejo pues temía que al verme la sensación de asco y repugnancia volverían, el nudo en la garganta se haría presente junto con los deseos de acabar con todo el dolor de una vez.

No fue hasta el cuarto día en cama que decidí levantarme y afrontar mi realidad. Tarde o temprano tendría que verme en el espejo y afrontar la lección de vida que me enseñaron.

En cuanto puse los pies en el suelo, mis piernas adoloridas por la falta de ejercicio me llevaron a rastras hacia el pequeño cuarto de baño. Vacilé unos minutos antes de dirigir mi vista hacia mi reflejo, no me sentía preparada, temía verme frágil y sin esperanza. Cuando al fin logré hacerlo después de haberme dado una ducha caliente, lo primero en que me fijé fue en las bolsas oscuras que descansaban sobre mi piel amarillenta debajo de mis ojos, de cómo mi pelo oscuro y húmedo caía por mis hombros y de estas caían pequeñas gotas dejando trazos sobre mi piel trigueña. Los hematomas marcaron un mapa en mi cuerpo, comenzando desde mi mejilla, pasando por todo el contorno de mi cuello hasta detenerse en mis muñecas, también tenía en mis costados y espalda de cuando me azotó contra la pared, todos estos con una gama de colores azules, morados y verdes que hicieron de esto una grotesca imagen. Si Alexander me viera en este estado, sentiría satisfacción ante semejante obra de arte que él mismo plasmó en mí.

La Apuesta (Reescrita)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora