XII

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Capítulo XII.

Los siguientes días fueron un ir y venir de gente en la mansión. Amigos, conocidos, socios y demás personas que tenían, de una forma u otra relación con los Wayne, decidieron dedicarles un tiempo. Jordan, no estaba tan feliz. Estaba alerta y por nada del mundo perdía de vista a sus hijos. Al cabo de un mes y medio, el omega explotó y corrió a todos los que estaban en su hogar. Las personas que en verdad les amaban y los querían habían estado a su lado desde el inicio; estas personas que aun venían a su casa, eran simplemente seres que buscaban quedar bien, un beneficio o por el simple hecho de satisfacer el morbo.



—Lo que haya hecho para mantener a mi familia es algo que no les concierne a ustedes. –Dijo con voz clara, cuadrándose en su gloriosa altura, mostrando al militar que todos habían ya conocido–. Ahora les pido que se larguen de mi casa y nos dejen en paz.



Las caras de asombro de los hombres y mujeres no tenían precio y, murmurando cosas sobre omegas que no conocen su lugar, comenzaron a retirarse. La cereza del pastel fue, cuando sus lindos, tiernos y adorados cachorros; Tim incluido, escoltaron a las visitas hasta el vestíbulo.



—Nuestro padre es el mejor omega que puede existir. –Exclamó el más pequeño de los tres.


—Y ustedes no tienen ni idea de todo lo que ha hecho. No vuelvan aquí. –Sentenció el mayor del trio, con los hermosos zafiros centellando, con la mirada arca Wayne en ellos.


—Lárguense bola de oportunistas y tengan por seguro que mi papá se enterara de todas sus estupideces. –Como siempre, la sutileza no era parte de él y, menos cuando se trataba de defender a su padre.



Desde una distancia prudente, Alfred y Hal, observaban el espectáculo. El castaño no sabía que sentir. Por un lado estaba orgullo de sus cachorros, con el corazón desbordado de amor por como los tres, lo defendían. Por otro, sabía que debía reprenderlos por la forma en que, básicamente, habían corrido a las personas.



—Déjelos, amo Hal. Salvo por el vocabulario del joven amo Jason, concuerdo totalmente con ellos. –Posó su mano en el hombro del hombre que hacia tan feliz a su pupilo–. Usted es alguien digno de admirar y sus cachorros están más que orgullosos de usted.


—Gracias, Al. De verdad, muchas gracias.



No tuvo más palabras, el nudo en su garganta le impedía hablar. Sentirse así de amado era algo que aún le conflictuaba, sobre todo con lo recién vivido. Su omega interno quería derretirse en mimos y cariños, pero su mente le exigía ser fuerte, estar atento y desconfiando de todos aquellos que no pertenecían a su círculo interno. Si no había ya desarrollado una paranoia se debía a que su viejo escuadrón había hecho arreglos para tener uno o dos elementos de forma casi diaria en la casa; pero esa situación no podía continuar, debía tomar las riendas nuevamente.


Sus pensamientos fueron interrumpidos por tres pequeños que requerían su atención total, al agacharse para tomar en brazos a Tim, sintió una punzada en su vientre bajo. Justo como un cólico, algo que simplemente paso por alto una vez que estuvo de pie. Dedicó su día a pasarlo con los niños, jugando con ellos, durmiendo la siesta a su lado, cuidándolo y cubriéndolos con su aroma.

Nuestra HistoriaWhere stories live. Discover now