P2: Capítulo 20

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Para cuando Castiel y yo volvimos, Haru junto a Piwi cocinaban ciertos vegetales, que suponía habían conseguido ellos mismos, y mi padrino mantenía viva la llama de la hoguera.

—Tardaron demasiado —comentó mi padre con fastidio, pero su rostro cambió al verme a los ojos—. ¿Sucedió algo?

—¿Tienes un minuto? —pregunté al sentarme a su lado, en unas rocas dispuestas de manera circular para que mantuviéramos el calor.

Estaba claro que acamparíamos en ese lugar y la fiesta no era la única excusa para preparar algo que nos llenara lo suficiente para continuar el tramo que hiciera falta. El olor de las papas me recordó a la cocina de nuestra casa en la Tierra, donde Eu Sung haría que mi padre cortara los vegetales para terminar más rápido con las comidas. Él no lo disfrutaba y escapaba cada que tenía oportunidad, pero era muy hábil cuando se lo proponía. Me alegraba saber que al menos eso nos había sido útil, porque yo podía asistir un parto, pero ni siquiera fritar un huevo me salía bien.

—Gracias por ser tan buen padre todos estos años —dije con toda sinceridad.

Siempre había sabido que Haru y Eu Sung no eran mis padres, me habían explicado que era adoptada desde pequeña, pero aun aquellas circunstancias no se comparaban con hacerse cargo de una niña que debían proteger de sí misma y de un mundo desconocido.

—¿Por qué lo dices?

—Ahora comprendo un poco mejor lo que hiciste... lo que tú y mamá hicieron por mí. Lo que significa tomar un arma, la responsabilidad que conlleva portar una, proteger a alguien más. Mucho más. Siempre me protegieron de todo esto y no puedo más que agradecerles —sin pensarlo me encontraba abrazándolo con fuerza, mi rostro buscaba refugio en su costado derecho, en donde el aroma al metal de su armadura se incrementaba—. Eres el mejor padre que una chica podría desear.

—Ilora, no me hagas esto —susurró, al soltar la navaja y la papa de su mano, para corresponder a mí abrazo. El sonido del metal golpeando el suelo hizo que Piwi se inclinara y lo tomara con sutileza—. Eres mi hija y siempre te protegeré de todo, no importa lo mucho que crezcas y todo lo que aprendas, siempre serás mi pequeña. Aunque eso no te hace exenta de nuestra conversación pendiente.

Asentí, sin ninguna intención de terminar nuestro abrazo, pero tuve que volverme al escuchar la voz de Cassie tras de mí. Había regresado con un hermoso pastel blanco, cuyas letras en cursiva se resaltaban en un tono celeste.

La comida estuvo lista unas dos horas después, habíamos contado chistes, narrado anécdotas, e incluso compartido algunos secretos, mientras organizábamos un improvisado banquete. Lo único que faltaba era la música, pero era demasiado pedir en un bosque, así que reservé mis objeciones.

—Es hora —anunció mi padre al observar el cielo y el extenso firmamento de estrellas que parpadeaban sin cesar, del que descendía el dragón y, a tan solo unos pies del suelo, dejaba caer al lobo.

—Que buen regalo de cumpleaños, Alhaster —murmuré solo a mi dragón, rodando los ojos al escuchar las risas de los presentes.

—Pude haberlo lanzado más alto, que no se queje —replicó, mientras aterrizaba sobre sus cuatro patas.

Cassie, para sorpresa de todos, fue la única que me ayudó a levantar al lobo. Aunque ya no deberíamos haber estado sorprendidos, considerando que había sido la única en recordar la fecha.

—¿Ya pueden decirme qué es lo que ocurre aquí? Porque no es gratificante pasar horas conversando con un dragón que solo puede elogiarse a sí mismo.

—Habla por ti, señor de los bíceps remarcados —rugió Alhaster.

Decidí ignorar sus estúpidos insultos y me hice a un lado para permitir que el lobo observara el pastel —decorado con una única y larga vela en el centro, ya que Haliee no tenía nada similar a las velas de cumpleaños de la Tierra—, y la comida preparada en su honor.

CDU 2 - El legado de Faedra [GRATIS]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora