P1: Capítulo 15

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Puedo jurar que sentí la tensión aumentar a mí alrededor y como los dos cachorros de león se encogían en mis brazos, a la vez que la temperatura descendía unos grados y empañaba la extraña y traslucida pared que nos separaba de los nigromantes. Vi las gotas de agua deslizarse por los cristales y escuché con claridad a mi padre tragar en seco.

Al menos no era la única preocupada.

La primera de las criaturas emergió por completo, enfriando el aire a su alrededor y acelerando mi respiración. Su aliento solidificó el agua a nuestros costados y las que antes parecían ventanas tintadas se quebraron, creando una estruendosa lluvia de cristales que me hizo saltar y retroceder en mi lugar.

Mi vista se volvió al suelo y no pude contener un jadeo de sorpresa al ver como los cristales se convertían en líquido y se arrastraban hasta desaparecer bajo las largas túnicas raídas de los nigromantes, que habían terminado su espectáculo y se mostraban ante mí demasiado más humanos de lo que creí que serían.

Sus pieles eran pálidas y sus rostros casi inidentificables debido a la estúpida capucha negra que les protegía. Usaban un cinturón de calaveras que castañeaban sus dientes con fuerza —una imagen impactante y escalofriante— y en su mano derecha un bastón con el cráneo de lo que parecía un buey cuyas cuencas oculares expulsaban un asqueroso halo verdoso.

—¡¿Qué quieren?! —exclamé recelosa, concentrándome en sus rostros cubiertos.

Volví mi vista a Haru, para intentar buscar respuestas. Sin embargo, me dio miedo descubrir que tres nigromantes se encontraban tras él. Fui atraída por el particular escarlata en sus orbes y escuché como los tres susurraban en un espectral tono: "Es ella", "Está viva".

Comencé a sentir mi pecho agitarse con rapidez, escuchando cómo hablaban entre ellos sin prestarnos atención, pero acercándose cada vez más y obstaculizando todas las vías de escape. Pero me negaba a exteriorizar el intenso miedo que les tenía. No podía permitir que ellos lo supieran, debía ser valiente.

Bajé con algo de dificultad a los pequeños cachorritos, esperando que en el suelo estuvieran mejor que conmigo, y volví mi vista al frente. Por costumbre, esperé que Alhaster, desde dondequiera que estuviera, me recordara que lo que estaba por hacer era una locura, pero al no escucharlo, me apresuré a decir:

—Lo que dicen es cierto. Yo soy Ilora de Normandia.

Sentí el aire apretándose en mi pecho y la mirada incrédula de mi padre, en mi espalda, pero no es como si pudiera retractarme. No esperaba que dijera eso, y yo no lo culpaba. Esas palabras tendrían graves consecuencias. Pero sabía que si deseaban matarme, lo harían de todas maneras, y ocultarme no haría más que continuar poniendo en peligro a mi grupo.

El silencio duró poco, pues los nigromantes comenzaron a hablar entre ellos, sin impedirme escucharlos.

"Deberíamos matarla", "¿Sin consultar al rey?", "¿Crees que Evans no lo querría?"

¿Consultar? Entonces el rey no sabía. Castiel tenía razón, ellos estaban "poniendo orden" en el reino élfico por su cuenta.

"Evans estaría muy complacido", "Muerte a Normandia", "Es una insolente", "Alyos se molestará", "No dijo nada sobre jugar".

Mis manos empuñaron el mango de mi espada.

—Ilora —habló, por fin, uno de ellos. Su voz sonaba mucho más grave e inquietante al dejar de susurrar—. Sabemos que has estado recibiendo regalos de los elfos y nos gustaría unirnos con un presente.

Apenas hubo pronunciado esas palabras, los demás nigromantes comenzaron a conjurar en lenguas que no logré reconocer, y el suelo bajo nuestros pies tembló con fuerza. Sentí un dolor punzante en la cabeza a la vez que me desvanecía en el suelo.

CDU 2 - El legado de Faedra [GRATIS]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora