A los treinta, Natalia se queda viuda y con una niña de diez años a su cargo. Para colmo, la madre de su difunto marido decide enviarle a una de las hermanas de este para que viva con ella y la ayude en las tareas del hogar.
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SÁBADO 5 FEBRERO 1955
Tres semanas siendo viuda y la vida de Natalia ya había cambiado por completo. No solo se había quedado sin marido, también sin casa y casi sin dinero. Con la pensión de viudedad a penas le había dado para alquilar un piso diminuto en el que vivir con el amor de su vida, la pequeña Ana.
La rutina seguía siendo más o menos la misma: despertar a su hija, darle el desayuno, vestirla, llevarla al colegio y volver a casa para limpiar y preparar algo de comer. Luego por la tarde, recogía a la niña, iban un rato al parque, hacían los deberes juntas y cenaban algo ligero para ir a dormir antes de las once. Su difunto marido nunca había sido de demasiada ayuda en la crianza, así que no notaba que el volumen de trabajo que tenía ahora hubiese aumentado. La principal diferencia realmente estaba en la cantidad de estrés de Natalia, que había incrementado al ver que con el poco dinero que le daban era muy difícil llegar a fin de mes. La única opción que tenía para salir adelante era encontrar trabajo, pero no sería fácil que alguien la contratase.
El sábado por la mañana le sonó el despertador a las ocho y media y se levantó sin remolonear para ponerse a limpiar y ordenar. Decidió dejar dormir a Ana un poco más y al acabar sus tareas se sentó al sofá con el periódico del día anterior. Se anunciaban varios puestos de trabajo en una fábrica de textiles a las afueras de la ciudad. Lo marcó con un boli para llamar el lunes y siguió buscando hasta que alguien llamó al timbre.
Al otro lado de la puerta se encontró a una rubia bajita con los mismos ojos que su hija, sin duda una Reche.
—Señorita Reche ¿qué hace usted aquí? —dijo con sorpresa, al no esperar su visita.
—Buen día, señora Lacunza ¿puedo pasar y le explico?
La sonrisa de Alba pretendía transmitir tranquilidad, aunque se le notaban los nervios. Natalia dudó un poco, pero al fin se apartó para permitirle la entrada. Aún siendo familia, no se habían visto más de una docena de veces en los diez años que estuvo casada con su hermano, Sebastián Reche. No eran amigas ni había confianza suficiente como para presentarse de esa forma en su casa y para Natalia, que nunca había sido cercana a los Reche, eso solo podía significar malas noticias.
Alba entró analizando la estancia en la que se encontraba. El espacio era bastante reducido y tan solo lo llenaban un sofá, una mesita y una lámpara a su izquierda y una mesa más grande a su derecha, justo al lado de la puerta que daba a la cocina. En frente, tenía un pasillito donde podía ver cuatro puertas, que suponía serían dos dormitorios, el baño y el cuartito de la lavadora.
Natalia empezó a sentirse incómoda al creer que Alba la estaba juzgando por su vivienda, así que carraspeó un poco antes de cortar el silencio.
—¿Quiere algo para beber? —Se arrepintió de sus palabras justo después de decirlas, pues no tenía ni té, ni café, solo agua y leche.
—Un vaso de agua, si no le importa, acabo de llegar de un viaje largo y estoy sedienta.
En ese momento, Natalia se dio cuenta por primera vez de la maleta que portaba su cuñada. Frunció un poco el ceño al no entender que hacía esa mujer viajando sola desde Elche hasta Pamplona.
Una vez las dos sentadas en el sofá, la tensión volvió a aparecer y otra vez fue Natalia la que se encargó de empezar una conversación que esperaba que se acabase pronto.
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Multiverso Albalia | One Shots
FanfictionRecopilación de one-shots en los que Alba Reche y Natalia Lacunza tienen profesiones y circunstancias distintas, pero siempre acaban en final feliz. Tres de ellos: - Estirando el chicle: «Estirando el chicle» es el podcast de Carolina Iglesias y Vic...